Lecturas del Domingo: Octubre 23, 2016 – No te lleves de las apariencias

Fariseo y Publicano en el templo
Fariseo y Publicano en el templo

¡Ah, el gran pecado de la soberbia! Muchos piensan que, si podemos resumir la Ley de Dios en un solo mandamiento (Amarás a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a tí mismo), también podemos resumir todos los pecados en uno solo: la soberbia.

Yo soy mejor que todos, por eso no me dejo. ¿Por qué voy a dejar que aquel me vea feo? ¡A mí no me hace nadie eso! ¿Por qué Fulana se ve mejor que yo? ¡Yo no me dejo y me voy a hacer una lipo! ¿Por qué ese tipo trae el último modelo de teléfono? ¡Yo me lo merezco! Por eso ahora se le robaré” — Y muchos ejemplos más por el estilo.

Dice el libro del Eclesiástico –el libro que nos da los consejos que agradan a Dios– “Quien sirve a Dios con todo su corazón es oído y su plegaria llega hasta el cielo. La oración del humilde atraviesa las nubes, y mientras él no obtiene lo que pide, permanece sin descanso y no desiste, hasta que el Altísimo lo atiende y el justo juez le hace justicia.”

Parábola del Fariseo y el Publicano

El Evangelio de San Lucas nos presenta la parábola del fariseo y del publicano. ¿Quiénes son estos dos tipos? Los fariseos son estudiosos de la ley, se la saben al 100% y constantemente viven reprendiendo a los demas, corrigiéndolos según sus interpretaciones. Creen que por saber de memoria todos los libros sagrados están salvados… son soberbios y miran a todos por encima del hombro.

Los publicanos son recolectores de impuestos que trabajan para el gobierno Romano –el cual tiene invadida la tierra santa. La gente los odia y los considera impuros, traidores.

Pues bien, ambos personajes van al templo y el fariseo se la pasa diciendo: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de mis ganancias”.

¡Si duda este tipo ha de tener muchos amigos! ¡No cabe ni en si mismo de tanta soberbia!

El publicano, en cambio, ni se atreve a levantar los ojos al cielo y con mucho dolor dice “Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador”.

Y termina diciendo Jesús: “Pues bien, yo les aseguro que éste –publicano– bajó a su casa justificado, y aquél –fariseo– no; porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.

 

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Oscar Editor

Oscar es el editor de NosRodea.com

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