Hoy celebramos en Norteamérica, y en otras partes del mundo, la solemnidad del Domingo de Corpus Christi, y la primera lectura nos narra que, cuando Moisés bajó del Monte Sinaí con las tablas de La Ley, el pueblo Judío respondió que obedecerían a Dios por sobre todas las cosas.
Dios había dado su parte, y los Judíos la aceptaron. Como símbolo de esta alianza, Moisés esparció sangre de algunos novillos a su gente, sellando con esa sangre el nuevo pacto entre Dios y su pueblo escogido.
San Pablo nos dice después que si Moisés selló con sangre animal un pacto tan sagrado ¡cómo será de importante la Nueva Alianza, pues se firmó con la Sangre de Jesús!
Finalmente, Cristo se entrega en forma de Pan y Vino para marcar la Salvación de todos, no sólo de unos cuantos. El Evangelio de San Marcos del día de hoy sintetiza este mismo mensaje así:
El primer día de la fiesta de los panes Ázimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le preguntaron a Jesús sus discípulos: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?” Él les dijo a dos de ellos: “Vayan a la ciudad. Encontrarán a un hombre que lleva un cántaro de agua; síganlo y díganle al dueño de la casa donde entre: ‘El Maestro manda preguntar: ¿Dónde está la habitación en que voy a comer la Pascua con mis discípulos?’. El les enseñará una sala en el segundo piso, arreglada con divanes. Prepárennos ahí la cena”. Los discípulos se fueron, llegaron a la ciudad, encontraron lo que Jesús les había dicho y prepararon la cena de Pascua.
Mientras cenaban, Jesús tomó un pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen: esto es mi cuerpo”. Y tomando en sus manos una copa de vino, pronunció la acción de gracias, se la dio, todos bebieron y les dijo: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos. Yo les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”.
Después de cantar el himno, salieron hacia el monte de los Olivos.