El Rey Salomón, hijo de David, patriarca del mundo judÃo y del nuestro cristiano también, se caracterizó por tener un corazón sabio y haber llevado a su pueblo a una de las más grandes épocas de su existencia, en la que habÃa muchas riquezas y el pueblo estaba siempre contento.
Aunque, por eso mismo, al final Salomón tomó el mal camino y tuvo un final no tan feliz.
Pero, recordando el Evangelio de San Mateo de este pasado domingo en que hablábamos de las verdaderas riquezas a las que debemos aspirar, hoy tomarémos del Primer Libro de Reyes un segmento de la vida de querido rey, el cual, cuando siendo muy joven, fue proclamado Rey de Israel:
“En aquellos dÃas, el Señor se le apareció al Rey Salomón en sueños y le dijo: ‘Salomón, pÃdeme lo que quieras, y yo te lo daré’.
“Salomón le respondió: ‘Señor, tú trataste con misericordia a tu siervo David, mi padre, porque se portó contigo con lealtad, con justicia y rectitud de corazón. Más aún, también ahora lo sigues tratando con misericordia, porque has hecho que un hijo suyo lo suceda en el trono. SÃ, tú quisiste, Señor y Dios mÃo, que yo, tu siervo, sucediera en el trono a mi padre, David. Pero yo no soy mas que un muchacho y no sé cómo actuar. Soy tu siervo y me encuentro perdido en medio de este pueblo tuyo, tan numeroso, que es imposible contarlo. Por eso te pido que me concedas sabidurÃa de corazón, para que sepa gobernar a tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal. Pues sin ella, ¿quién será capaz de gobernar a este pueblo tuyo tan grande?'”.
Una petición tan humilde y sencilla que sólo una persona de corazón bueno podÃa hacer. Y eso tuvo su recompensa. Termina la lectura:
“Al Señor le agradó que Salomón le hubiera pedido sabidurÃa y le dijo: ‘Por haberme pedido esto, y no una larga vida, ni riquezas, ni la muerte de tus enemigos, sino sabidurÃa para gobernar, yo te concedo lo que me has pedido. Te doy un corazón sabio y prudente, como no lo ha habido antes, ni lo habrá después de tÃ. Te voy a conceder, además, lo que no me has pedido: tanta gloria y riqueza, que no habrá rey que se pueda comparar contigo'”.
La verdadera riqueza de Salomón: un corazón bueno y humilde, coronado con SabidurÃa de Dios.