Hoy es el duodécimo Domingo del Tiempo Ordinario. Las lecturas de este día están muy relacionadas con el mar, presentándolo como un ser arrogante y violento; pero, el mismo Dios y Jesús le ponen sus límites y lo saben poner en su lugar.
Dice el Evangelio de San Marcos de hoy:
Un día, al atardecer, Jesús dijo a sus discípulos: “Vamos a la otra orilla del lago”. Entonces los discípulos despidieron a la gente y condujeron a Jesús en la misma barca en que estaba. Iban además otras barcas.
De pronto se desató un fuerte viento y las olas se estrellaban contra la barca y la iban llenando de agua. Jesús dormía en la popa, reclinado sobre un cojín. Lo despertaron y le dijeron: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?” Él se despertó, reprendió al viento y dijo al mar: “¡Cállate, enmudece!” Entonces el viento cesó y sobrevino una gran calma. Jesús les dijo: “¿Por qué tenían tanto miedo? ¿Aún no tienen fe?” Todos se quedaron espantados y se decían unos a otros: “¿Quién es éste, a quien hasta el viento y el mar obedecen?”.
Nosotros somos como los discípulos en la barca. Con los vaivenes de la vida, nos asustamos y tememos por lo que nos vaya a pasar. Tenemos eventos y calamidades que se estrellan con nosotros.
Y tenemos miedo.
Toda nuestra atención debe estar para con Dios. Las olas que se estrellan en nuestra existencia cotidiana son espejismos. Tal vez alguien diga: “¡Sí, claro! Esta enfermedad es un espejismo; esta falta de trabajo no existe; este hijo que se descarriló es mi imaginación”.
Pero, la lectura de hoy es muy clara: ¿Aún no tenemos fe?
Con todo tu corazón, con toda tu fuerza, con todo tu ser, pídele a Dios en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, que te quite esa enfermedad. Que te de la oportunidad de volver a trabajar. Que ilumine a ese muchacho para que vuelva a la vida correcta.
Pide. Pide con fervor. Pide con fe.
Y nuestro Señor Jesús escuchará tu oración. Y a Él, hasta el viento y el mar le obedecen.