La Iglesia Católica celebra únicamente tres nacimientos. El primero es el de Jesús, el segundo es el de la Virgen MarÃa y el tercero es el de San Juan Bautista.
Como peculiaridades, tanto Jesús como MarÃa fueron concebidos “sin la culpa original”, es decir que su concepción es producto de milagro, uno de los dogmas de la fé católica. San Juan Bautista fue concebido naturalmente, pero estando en el sexto mes en el vientre de su madre, fue bendecido por la visita de MarÃa.
Y en pocas ocasiones, las tres lecturas del dÃa de hoy están tan entrelazadas. Primero, IsaÃas nos habla de cómo fue elegido él mismo por Dios para ser profeta de Israel, pero al mismo tiempo, nos habla de Juan:
“Escúchenme, islas; pueblos lejanos, atiéndanme. El Señor me llamó desde el vientre de mi madre; cuando aún estaba yo en el seno materno, el pronunció mi nombre. Hizo de mi boca una espada filosa, me escondió en la sombra de su mano, me hizo flecha puntiaguda, me guardó en su aljaba”.
El Salmo 138 que cantamos este dÃa, también nos recuerda de la elección de Juan:
“Tú has creado mis entrañas, me has tejido en el seno materno. Te doy gracias porque me has escogido portentosamente, porque son admirables tus obras, conocÃas hasta el fondo de mi alma”.
Hasta el mismo San Pablo deja de lado su prédica para hablar de Juan este dÃa:
“Del linaje de David, conforme a la promesa, Dios hizo nacer para Israel un salvador: Jesús. Juan preparó su venida, predicando a todo el pueblo de Israel un bautismo de penitencia, y hacia el final de su vida, Juan decÃa: ´Yo no soy el que ustedes piensan. Después de mà viene uno a quien no merezco desatarle las sandalias.´”
Finalmente, el Evangelio nos recuerda que, cuando Juan nació los vecinos del área fueron a visitar a los padres. Isabel y ZacarÃas son viejos, ella posiblemente está en los 70s y él en los 90s, pero por muchos años ha sido mudo. Y aún asÃ, por milagro de Dios, ahora son padres por primera y única vez. Ellos viven en una región montañosa, alejados de los pueblos importantes. Cuando la noticia corre por la pequeña región, todo el mundo quiere saber de la nueva familia.
Y lo primero que preguntan es: “¿Cómo se va a llamar el niño?“, obviamente esperan que ZacarÃas, como su padre. ¿Cuál será su sorpresa cuando Isabel les dice “Juan“? Nadie en la familia o en sus ancestros se llama asÃ. Todo el mundo piensa que va a haber problemas con el esposo, y cuando le preguntan qué nombre quiere él, ZacarÃas pide una tablilla y escribió: “Juan es su nombre“.
ZacarÃas es mudo. El pueblo es chismoso. Es fácil imaginarnos que habrá quien haya escuchado este relato y diga: “¡No creo eso! Seguramente el pobre viejo, al ser mudo, nunca pudo expresar su opinión“.
Pero aquà lo tenemos. ZacarÃas, que conoce la voluntad de Dios de nombrar al niño “Juan“, la acepta y por medio de la escritura lo expresa con autoridad.
Y en ese momento, dice el evangelio, “se le soltó la lengua, recobró el habla“. Y, ¿qué fue lo primero que dijo? Comenzó a bendecir a Dios.
Juan vivirá en el desierto y su espÃritu se irá fortaleciendo. Eventualmente conocerá a su primo Jesús ahà mismo en el desierto, y le cederá humildemente su puesto. Muy poco escucharemos después de él, pero nunca más como lÃder o seguidor continuo de Jesús. A sus propios seguidores les dirá que Jesús es el verdadero mesÃas.
AsÃ, también nosotros encontrémonos con Jesús en el desierto de nuestra vida, y cuando eso suceda dejémosle que tome las riendas y nos dirija a encontrarnos con júbilo con nuestro Padre Dios.