En las últimas semanas del año litúrgico Jesús nos esta preparando para el dÃa en que estaremos frente a Él. Esta semana hablaremos de la humildad.
De nueva cuenta, nuestro Señor se vuelve a dirigir a los fariseos, quienes en las semanas pasadas han sido el objeto de su crÃtica y molestia:
“En aquel tiempo, Jesús dijo a las multitudes y a sus discÃpulos: ‘En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Hagan pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra. Hacen fardos muy pesados y difÃciles de llevar y los echan sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo los quieren mover. Todo lo hacen para que los vea la gente. Ensanchan las filacterÃas y las franjas del manto; les agrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente los llame “maestros”‘”
La soberbia es, sin duda, uno de los pecados capitales más peligrosos, pues se va apoderando del alma lentamente, y es de los que produce placer a través de la vista. Recordemos que somos seres humanos, y somos seres visuales. La envidia y la vanidad entran por los ojos.
Los fariseos son personas que conocen de memoria, y al derecho y al revés, las leyes que Moisés le entregó a pueblo judÃo. Y, más allá de esto, conocen todas las reglas y protocolos de los posteriores libros. En un pueblo en que la mayorÃa es pobre,  analfabeta, y fácil de impresionar, los fariseos hablan con mucho conocimiento y les hacen ver “que son malos” y que no están siguiendo la palabra de Dios de manera correcta. Un pueblo impresionado es manejado al final por los más astutos.
No niego que, originalmente, el fariseo haya empezado su labor con buena intención, pues las leyes de Moisés y de los otros libros son extremadamente complejas. Pero con el tiempo, estos personajes se han dejado llevar por la avaricia y el abuso sobre los ignorantes.
Dios no se deja engañar por las apariencias, pero el hombre sÃ.
Afortunadamente, Jesús abrirá los ojos del pueblo. Los fariseos tienen sus dÃas contados, pues vendrá la gran revolución cristiana que acabará con su reinado.
Sin embargo, aquà Jesús también nos habla de algo muy importante entretejido en su mensaje: ¿Cómo debemos tratar a los lÃderes religiosos del pueblo? Yo escucho frecuentemente quejas acerca del comportamiento de los sacerdotes y los lÃderes católicos en todo el mundo. Es innegable que estas actitudes de unos cuantos causan mucho dolor en la Iglesia, y son motivo de crÃtica de parte de los cultos y otras religiones.
Jesús nos dice: “Hagan pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra.” Esto quiere decir que sigamos las enseñanzas de la Iglesia, pero no las obras de los hombres. Los fariseos eran versados en el conocimiento, al igual que los sacerdotes actuales. Sigamos el rito y las obligaciones de la misa y la iglesia, pero no imitemos las acciones de los malos sacerdotes. Además, no todos ellos son malos. La verdad es que son sólo una minorÃa.
Terminemos con un mensaje de Jesús acerca de la humildad:
“Que el mayor entre ustedes sea su servidor, porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.