Crédito de la Imagen: Job, por Luca Giordano – CC0, Link
Job
Job 3, 1-3. 11-17. 20-23
Job abrió sus labios
y maldijo el dÃa de su nacimiento, diciendo:
“¡Maldito el dÃa en que nacÃ,
la noche en que se dijo: ‘Ha sido concebido un varón’!
¿Por qué no morà en el seno de mi madre?
¿Por qué no perecà al salir de sus entrañas
o no fui como un aborto que se entierra,
una creatura que no llegó a ver la luz?
¿Por qué me recibió un regazo
y unos pechos me amamantaron?
Ahora dormirÃa tranquilo y descansarÃa en paz,
con los reyes de la tierra, que se construyen mausoleos,
o con los nobles, que amontonan oro y plata en sus palacios.
Allà ya no perturban los malvados
y forzosamente reposan los inquietos.
¿Para qué dieron la luz de la vida a un miserable,
a aquel que la pasa en amargura;
al que ansÃa la muerte, que no llega,
y la busca como un tesoro escondido;
al que se alegrarÃa ante la tumba
y gozarÃa al recibir la sepultura;
al hombre que no encuentra su camino,
porque Dios le ha cerrado las salidas?”
Salmo 87
Señor, presta oÃdo a mi clamor.
Señor, Dios mÃo, de dÃa te pido auxilio,
de noche grito en tu presencia.
Que llegue hasta ti mi súplica,
presta oÃdo a mi clamor.
Señor, presta oÃdo a mi clamor.
Porque mi alma está llena de desdichas
y mi vida está al borde del abismo;
ya me cuentan entre los que bajan a la tumba,
soy como un inválido.
Señor, presta oÃdo a mi clamor.
Tengo ya mi lugar entre los muertos,
Igual que los cadáveres que yacen en las tumbas,
de los cuales, Señor, ya no te acuerdas,
porque fueron arrancados de tu mano.
Señor, presta oÃdo a mi clamor.
Me has colocado en el fondo de la tumba,
en las tinieblas del abismo.
Tú cólera pesa sobre mÃ,
y estrellas contra mà todas tus olas.
Señor, presta oÃdo a mi clamor.
Evangelio según San Lucas
Lc 9, 51-56
Cuando ya se acercaba el tiempo en que tenÃa que salir de este mundo, Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén. Envió mensajeros por delante y ellos fueron a una aldea de Samaria para conseguirle alojamiento; pero los samaritanos no quisieron recibirlo, porque supieron que iba a Jerusalén. Ante esta negativa, sus discÃpulos Santiago y Juan le dijeron: “Señor, ¿quieres que hagamos bajar fuego del cielo para que acabe con ellos?”
Pero Jesús se volvió hacia ellos y los reprendió. Después se fueron a otra aldea.