Crédito de la imagen: Vitral del Sagrado Corazón de Jesús, en San Pablo, Brazil. Wilfredor – CC0, Link
Eclesiatés
Eclesiastés (Cohélet) 3, 1-11
Hay un tiempo para cada cosa
y todo lo que hacemos bajo el sol tiene su tiempo.
Hay un tiempo para nacer y otro para morir;
uno para plantar y otro para arrancar lo plantado.
Hay un tiempo para matar y otro para curar;
uno para destruir y otro para edificar.
Hay un tiempo para llorar y otro para reÃr;
uno para gemir y otro para bailar.
Hay un tiempo para lanzar piedras y otro para recogerlas;
uno para abrazarse y otro para separarse.
Hay un tiempo para ganar y otro para perder;
uno para retener y otro para desechar.
Hay un tiempo para rasgar y otro para coser;
uno para callar y otro para hablar.
Hay un tiempo para amar y otro para odiar;
uno para hacer la guerra y otro para hacer la paz.
¿Qué provecho saca el que se afana en su trabajo? He observado todas las tareas que Dios ha encomendado a los hombres para que en ellas se ocupen.
Todo lo ha hecho Dios a su debido tiempo y le ha dado el mundo al hombre para que reflexione sobre Él; pero el hombre no puede abarcar las obras de Dios desde el principio hasta el fin.
Salmo 143
Bendito sea el Señor, mi fortaleza.
Bendito sea el Señor,
mi roca firme;
Él adiestró mis manos y mis dedos
para luchar en lides.
Bendito sea el Señor, mi fortaleza.
El es mi amigo fiel, mi fortaleza,
mi seguro escondite,
escudo en que me amparo,
el que los pueblos a mis plantas rinde.
Bendito sea el Señor, mi fortaleza.
Señor, ¿Qué tiene el hombre
para que en él te fijes?
¿Qué hay en él de valor,
para que asà lo estimes?
El hombre es como un soplo;
sus dÃas, como sombra que se extingue.
Bendito sea el Señor, mi fortaleza.
Evangelio según San Lucas
Lc 9, 18-22
Un dÃa en que Jesús, acompañado de sus discÃpulos, habÃa ido a un lugar solitario para orar, les preguntó: “¿Quién dice la gente que soy yo?” Ellos contestaron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que ElÃas; y otros, que alguno de los antiguos profetas, que ha resucitado“.
Él les dijo: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?” Respondió Pedro: “El MesÃas de Dios“. Entonces Jesús les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie.
Después les dijo: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer dÃa“.