En las semana pasadas, hemos escuchado cómo Jesús –después de su Resurrección– se ha aparecido unas cuantas veces a un selecto grupo de personas. Se apareció a los apóstoles –sin que Tomás estuviera entre ellos– y luego con Tomás. Ahora se aparece a dos peregrinos que vienen de Jerusalén y van camino a la aldea de Emaús.
Sabemos el nombre de uno de ellos, Cleofás, y que fueron seguidores de Jesús. Pero, después de que Jesús murió en la cruz, sólo han estado escuchando rumores de su resurrección. Nadie más lo ha visto. Están confundidos. Incluso, uno de ellos lo llama profeta.
Jesús no se aparece en forma obvia. Dice el Evangelio:
“Mientras conversaban y discutÃan, Jesús se les acercó y comenzó a caminar con ellos pero los ojos de los dos discÃpulos estaban velados y no lo reconocieron.”
Esto no quiere decir que estaban ciegos o que tenÃan un problema visual. Hasta ese dÃa, los seguidores de Jesús nos estaba seguros de todo lo que estaba sucediendo y no entendÃan quién era en realidad. Es muy fácil para nosotros disernir que se trata de Jesús, pero para ellos no hay tal. Cuando Jesús les pregunta por qué están tristes, ellos responden un poco molestos:
“¡Por lo de Jesús, el Nazareno, que era un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo!”
Lo llaman profeta, no Hijo de Dios. Y es que para ellos, Él iba a ser el libertador de Israel, que se encontraba bajo el yugo romano por muchÃsimos años. Pensaban que Jesús los iba a liberar polÃticamente.
Después de regañarlos y llamarles duros de corazón e insensatos, Jesús les da una cátedra de cómo todas las escrituras hablan de Él.
Los peregrinos le invitan a quedarse en Emaús con ellos, pues es de noche y el camino estaba solitario. Pero la verdad, es que querÃan seguir escuchándolo. Ellos mencionarán después que “su corazón ardÃa cuando lo escuchaban“.
Estando a le mesa a la hora de la cena, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se los dio.
“Entonces, se les abrieron los ojos, y lo reconocieron, pero Él se les desapareció.”
¡Ahora sà saben quién es el forastero que venÃa con ellos!
Jesús siempre está en nuestras vidas. Siempre está a nuestro lado. Dice David en la primera lectura: “Yo veÃa constantemente al Señor delante de mÃ, puesto que Él está a mi lado para que yo no tropiece.”
Asà nos pasa a nosotros, Él esta ahà pero no lo vemos. En el momento que lo aceptamos y oramos es que se nos aparece, pues los ojos se nos abren.
¿Qué sientes cuando tus hijos se abrazan? O cuando tu madre te dice que te quiere, o cuando tu pareja te besa con cariño, o cuando tu mascota brinca de alegrÃa y te recibe con gran amor cuando llegas a casa. En todos esos momento Jesús te está tratando de abrir los ojos para que lo veas; sólo déjate llevar y, a diferencia de los peregrinos de Emaús, Él no desaparecerá de tu vida.