En la primera lectura, escuchamos cómo Elías –considerado el más grande profeta del mundo Judío– recibe un llamado de Dios a salir de una cueva en la que se encontraba.
“Sal de la cueva y quédate en el monte para ver al Señor, porque el Señor va a pasar”.
Antes de salir, y al acercarse el Señor, ocurrieron tres fenómenos poderosos:
- Un viento huracanado que partía las montañas.
- Un terremoto.
- Un fuego.
Pero, según la escritura, Dios no estaba en ninguno de esos eventos. Eran la antesala de su llegada.
“Después del fuego se escuchó el murmullo de una brisa suave. Al oírlo, Elías se cubrió el rostro con el manto y salió a la entrada de la cueva”.
Imaginemos a Elías, en una cueva, solo, y viendo y sintiendo todos esos sucesos. Es fácil pensar que él, como cualquier hombre, experimentó miedo. Igual nos pasa a nosotros: tendremos –o hemos tenido, o estamos teniendo– problemas y tribulaciones, algunos de ellos que nos parecerán insuperables… pero debemos tener fé, debemos creer en Jesús, en Dios, pues al final podremos escuchar el suave murmullo de una brisa que antecede la llegada de Dios en su bondad y alivio de nuestras penas y problemas.
Y el Evangelio nos confirma esta historia.
Ahora tenemos a Jesús mandando a los apóstoles, después del milagro de la multiplicación de los panes, “al otro lado de la orilla del mar de Galilea” mientras Él subía al monte a orar. En ese momento entendemos que Jesús se separa de su grupo y ellos avanzan contra corriente –tal como lo hacemos tú y yo en nuestro día a día. Ellos van en su viaje concentrados sólo en problema del viento en contra.
Jesús se les aparece caminando sobre el mar. Ellos, gritan espantados, pues creen que se trata de un fantasma. Así mismo, cuando Jesús aparece en medio de nuestros problemas y nuestra vida, empezamos a dudar, y hasta a tener miedo. Miedo tal vez de que su Luz me muestre lo malo de mis acciones o lo malo en mi vida.
Pero Jesús les dice: “Tranquilícense y no teman, soy Yo“.
Pedro le dice: “Señor, si eres tú, mándame ir a ti caminando sobre el agua“.
¡Ah, dejaríamos de ser humanos! Tentando a Dios, poniéndole condiciones (“si eres tú“). Y aún así, Jesús le dice “Ven“.
Entonces: “Pedro bajó de la barca y comenzó a caminar sobre el agua, hacia Jesús; pero al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, comenzó a hundirse, y gritó: ‘¡Sálvame, Señor!
“Inmediatamente Jesús le tendió la mano, lo sostuvo y le dijo: ‘Hombre de poca fé, ¿porqué dudaste?'”
Igual nos pasa a muchos de nosotros. Cuando todo empieza a caminar, cuando comenzamos a ver la verdadera luz de nuestra propia salvación, cuando estamos listos para emprender el llamado de Dios en nuestra vida… de repente aparecerán eventos inesperados, aterradores tal vez, que nos harán caer de ese llamado.
¿Debemos dejarnos hundir y no llegar hasta donde está Jesús? ¡No! ¡Clamemos a Jesús con nuestro corazón, nuestra oración, y con sinceridad!
“¡Sálvame, Señor!”
Para así poder sentir Su Mano y Su Sostén. Aunque seamos hombres y mujeres de poca fe.