“En aquel tiempo Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces, una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: ‘Señor, hijo de David, ten compasión de mÃ. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio'”.
Asà comienza el Evangelio de esta vigésima semana del tiempo ordinario. Durante los próximos dÃas, el tema principal será cómo el Reino de Dios no está reservado sólo para los judÃos, quienes rechazaron a Jesús, sino para todo el mundo.
Por muchos siglos, los cananeos y los israelitas estaban en constante disputa sobre quiénes eran los verdaderos descendientes del Abraham y los profetas.
Jesús es judÃo, miembro del pueblo de Judea, al principio ignora a la mujer:
“Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discÃpulos se acercaron y le rogaban: ‘Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros’. Él les contestó: ‘Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel’. Ella se acercó entonces a Jesús, y postrada ante Él, le dijo: ‘¡Señor, ayúdame!’ Él le respondió: ‘No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos’. Pero ella replicó: ‘Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos’. Entonces, Jesús le respondió: ‘Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas’.
“Y en aquel mismo instante, quedó curada su hija”.
Auque la comparación de Jesús con los perros puede ser escandalosa, lo más importante aquà es resaltar que es nuestra fe la que nos salva. La semana pasada, Pedro por su propia fe comenzó a caminar por las aguas. En el momento en que tuvo miedo, clamó a Jesús: “¡Sálvame Señor!”.
Ahora, esta mujer de Canaán, le grita a Cristo: “¡Señor, ayúdame!”. Ella, siendo enemiga de los judÃos, no teme a las represalias. Se la pasa pidiendo ayuda a Dios por su hija; insiste e insiste e insiste, hasta que los discÃpulos le ruegan a Jesús que la atienda.
Ella, estando frente a Jesús, le vuelve a pedir el milagro y lo hace de manera convincente, pues se entrega a Cristo en alma y sabe que lo que sale de su boca será la verdad. Jesús la escucha y, asombrado por la fe de la mujer, le concede el milagro.
La lección para todos nosotros es que Dios no es sólo de los judÃos y que debemos orar, insistir, y clamar a Dios a través de Cristo Jesús; y Él en su tiempo, nos atenderá y nos dará su milagro.
¡Sálvame Señor! ¡Señor, ayúdame!