Lecturas del Domingo: Agosto 16, 2020 – La mujer de Canaán

“En aquel tiempo Jesús se retiró a la comarca de Tiro y Sidón. Entonces, una mujer cananea le salió al encuentro y se puso a gritar: ‘Señor, hijo de David, ten compasión de mí. Mi hija está terriblemente atormentada por un demonio'”.

Así comienza el Evangelio de esta vigésima semana del tiempo ordinario. Durante los próximos días, el tema principal será cómo el Reino de Dios no está reservado sólo para los judíos, quienes rechazaron a Jesús, sino para todo el mundo.

Por muchos siglos, los cananeos y los israelitas estaban en constante disputa sobre quiénes eran los verdaderos descendientes del Abraham y los profetas.

Jesús es judío, miembro del pueblo de Judea, al principio ignora a la mujer:

“Jesús no le contestó una sola palabra; pero los discípulos se acercaron y le rogaban: ‘Atiéndela, porque viene gritando detrás de nosotros’. Él les contestó: ‘Yo no he sido enviado sino a las ovejas descarriadas de la casa de Israel’. Ella se acercó entonces a Jesús, y postrada ante Él, le dijo: ‘¡Señor, ayúdame!’ Él le respondió: ‘No está bien quitarles el pan a los hijos para echárselo a los perritos’. Pero ella replicó: ‘Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos’. Entonces, Jesús le respondió: ‘Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas’.
“Y en aquel mismo instante, quedó curada su hija”.

Auque la comparación de Jesús con los perros puede ser escandalosa, lo más importante aquí es resaltar que es nuestra fe la que nos salva. La semana pasada, Pedro por su propia fe comenzó a caminar por las aguas. En el momento en que tuvo miedo, clamó a Jesús: “¡Sálvame Señor!”.

Ahora, esta mujer de Canaán, le grita a Cristo: “¡Señor, ayúdame!”. Ella, siendo enemiga de los judíos, no teme a las represalias. Se la pasa pidiendo ayuda a Dios por su hija; insiste e insiste e insiste, hasta que los discípulos le ruegan a Jesús que la atienda.

Ella, estando frente a Jesús, le vuelve a pedir el milagro y lo hace de manera convincente, pues se entrega a Cristo en alma y sabe que lo que sale de su boca será la verdad. Jesús la escucha y, asombrado por la fe de la mujer, le concede el milagro.

La lección para todos nosotros es que Dios no es sólo de los judíos y que debemos orar, insistir, y clamar a Dios a través de Cristo Jesús; y Él en su tiempo, nos atenderá y nos dará su milagro.

¡Sálvame Señor! ¡Señor, ayúdame!

Lecturas del Domingo: Agosto 20, 2017 – “Mi templo será casa de oración para todos los pueblos”

 

Las tres principales lecturas del día de hoy comparten el mensaje universal de Jesús: La salvación no sólo es para el pueblo judío, sino para todos los pueblos.

El profeta Isaías, en la primera lectura, dice que:

“Velen por los derechos de los demás, practiquen la justicia, porque mi salvación está a punto de llegar y mi justicia a punto de manifestarse. A los extranjeros que se han adherido al Señor para servirlo, amarlo y darle culto, los conduciré al monte santo, y los llenaré de alegría en mi casa de oración… porque mi templo será la casa de oración para todos los pueblos“.

Luego, Pablo en la segunda lectura nos trae un párrafo un poco confuso:

“Hermanos: tengo algo que decirles a ustedes, los que no son judíos… Dios no se arrepiente de sus dones ni de su elección. Así como ustedes antes eran rebeldes contra Dios, y ahora han alcanzado la misericordia con ocasión de la rebeldía de los judíos, en la misma forma, los judíos, que ahora son los rebeldes y que fueron la ocasión de que ustedes alcanzaran la misericordia de Dios, también ellos la alcanzarán”.

En breve podríamos decir que los judíos, como pueblo elegido inicialmente, se rebelaban constantemente contra Dios, al grado que por su rebelión dieron cabida a los más, los que sólo estaban de espectadores, o sea los demás pueblos del mundo.

Pero luego viene una de las más profundas narraciones del Evangelio, una que marca el inicio del mensaje de que Dios es para todos: Resulta que Jesús, en sus predicaciones iba con los apóstoles por un camino, cuando de repente una mujer de Cananea le empieza a gritar desde atrás del grupo, implorándole que le libere a su hija de la posesión de un demonio.

Pero Jesús no le hace caso.

He aquí varios puntos para analizar:

  • Las mujeres del medio Oriente en ese entonces –y todavía en nuestros días en algunas de sus regiones– tienen prohibido dirigirse a hombres que no sean sus padres, hermanos o esposos.
  • Los habitantes de Cananea tienen mucho resentimiento contra los judíos, pues por cientos de años los han considerados como “invasores“. Y dicho resentimiento es mutuo.

Así pues, esta mujer rompe con dos tradiciones y se dirige a Jesús, quien siendo judío está justificado para no atender a los cananeos. Obviamente, no será el caso.

La mujer sigue gritando e implorando, al grado de que los apóstoles le dicen a Jesús que la atienda, ¡para que ya se calle!

Jesús se detiene y la mujer le dice:

“Señor, ayúdame”

El significado de esta sencilla sentencia es: Oremos, oremos, oremos. No dejemos de orar a Dios en nuestras necesidades. El nos oirá, ¡aunque sea solamente para que nos callemos!

Jesús le dice a la mujer:

“No está bien quitarle el pan a los hijos para echárselo a los perritos”

Este pasaje en estos días es sumamente suave, yo recuerdo en mi niñez haberlo escuchado más terrible, ¡usando la palabra “perros”! Pero la idea es clara: Jesús está poniendo la antesala para dar la lección de que la salvación (el pan) no sólo es para los judíos (los hijos)… y los perritos somos todos los demás. ¡Vaya que es un dilema difícil de aceptar!

Y la mujer le responde con gran sabiduría:

“Es cierto, Señor; pero también los perritos se comen las migajas que caen de la mesa de sus amos”

Antes de que muchos se comiencen a sentir ofendidos por esta narración, recordemos que se trata de una conversación entre Jesús y un pueblo que no tiene los conocimientos que tenemos ahora. Ni los valores morales, ni la ventaja de más de 2000 años de estudio bíblico. Las migajas de la salvación y el poder de Dios por sí solas son enteras para todos.

Finalmente, Jesús le dice a la mujer:

“Mujer, ¡qué grande es tu fe! Que se cumpla lo que deseas”.

Y en ese mismo instante quedo curada su hija.

Jesús más adelante abrirá toda su salvación para todos en formas más claras. Por ahora, tenemos estas lecturas con un mensaje sencillo pero poderoso. El poder de la oración está al alcance de todos y empieza con algo muy simple:

“Señor, ayúdame”