Esta semana, la primera lectura y el Evangelio nos hablan de uno de los principales problemas de la Humanidad: la avaricia.
Nos dice el libro del Eclesiastés que todo es ilusión, que no debemos enfocar nuestra vida a sólo estar buscando dinero o poder. ¿De qué sirve matarse toda la vida en ganar y ganar dinero?
Ojo y mucho cuidado. La Sagrada Escritura no está diciendo que no debemos trabajar, sino que no debemos perder de vista lo que es realmente importante: la familia y el amor.
Y es que estos son valores universales que no sólo corresponden a los católicos, sino que toda persona, de cualquier religión –y hasta los ateos– debemos estar de acuerdo. Podemos decir que hasta nos unen.
En el Evangelio, Jesús nos trae a cuentas la parábola del hombre rico. Se trata de una persona que ha trabajado toda su vida duramente, y en una de las actividades más fuertes: la cosecha. Hasta ese momento su trabajo le ha dado muchos frutos, pues tiene ya dos graneros llenos y aún viene más cosecha.
El hombre está pensando en destruir los graneros y hacer unos más grandes para poder ahà meter todo su nuevo tesoro, y poder asà dedicarse a descansar, comer, beber, y darse la buena vida.
Destruir los graneros. Hacer nuevos y acumular, acumular. ¿No es más fácil hacer unos nuevos sin destruir los anteriores?
Pero Dios le dice:
“¡Insensato! Esta misma misma noche vas a morir. ¿Para quien serán todos tus bienes?”
Cuántos millonarios no sabemos que se dedicaron toda su vida a trabajar en negocios que les dieron mucho dinero, pero que siempre estaban metidos en sus oficinas, dÃa y noche trabajando.
Yo recuerdo cómo una familia de descendencia libanesa abrieron dos tiendas departamentales en mi ciudad natal, y cuando pasábamos por sus oficinas mi mamá me decÃa: “Mira, ahà están los dueños; todo el dÃa trabajando, contando dinero, firmando papeles, haciendo facturas”.
Y a ellos les gustaba ser vistos en esas condiciones.
Pero, al final murieron. Y los hijos, que en realidad nunca habÃan trabajado como ellos, fueron los que se quedaron con las fortunas y en poco tiempo se las acabaron.
“Hay quien se agota trabajando y pone en ello todo su talento, su ciencia y su habilidad; y tiene que dejarlo todo a otro que no lo trabajó. Esto es vana ilusión y gran desventura.” Eclesiastés 1,2: 21-23.