“Alimentó a su pueblo con lo mejor del trigo y lo sació con miel sacada de la roca.”
Una excelente profecÃa se presenta en el párrafo anterior tomado del Salmo 80. Una profecÃa que nos habla de cómo Jesús en la Cruz se transformará en Cuerpo y Sangre, en Pan y Vino.
Hoy celebramos el dÃa de El Cuerpo y la Sangre de Jesús, conocido también en muchos lugares como Domingo de Corpus Christi, y la Iglesia Católica lo conmemora con una celebración especial y con una pequeña procesión del SantÃsimo Sacramento –la hostia del comulgario– montada en una base especial. El sacerdote se pondrá un velo especial para cargar la base y caminar alrededor de la iglesia (en algunos lugares, la procesión es más larga y ocurre por calles). Es tan sagrado este momento, que ni siquiera el oficiante puede tocar con sus manos desnudas la base.
No es de extrañar que muchas personas sufren espasmos, ataques, u otros sÃncopes al ver pasar el SantÃsimo.
Pero todo esto es en sà un recordatorio del Sacrificio de Jesús por nosotros, y de que es sólo a través de Él que logramos la Salvación. Su cuerpo y su sangre, el maná y el agua que brotó de la piedra, el pan y el vino son todos lo mismo, y al final uno solo.
El Cuerpo representa la comida, y su contra parte es el hambre. La Sangre representa la vida, y su contraparte el sufrimiento. Los dos son necesarios y al final, si los aceptamos –junto con sus contrapartes– habremos cumplido nuestra misión con Dios.
Nos dijo Jesús:
“Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mà y yo en él. Como el Padre, que me ha enviado, posee la vida y yo vivo por Él, asà también el que me come vivirá por mÃ.”