Hoy escuchamos en el Evangelio de San Lucas a Jesús narrando la historia del hombre rico y Lázaro, el mendigo:
“HabÃa un hombre rico, que vestÃa de púrpura y telas finas y banqueteaba espléndidamente cada dÃa. Y un mendigo llamado Lázaro, yacÃa a la entrada de su casa, cubierto de llagas y ansiando llenarse con las sobras que caÃan de la mesa del rico. Y hasta los perros se acercaban a lamerle las llagas”.
Esta descripción, tan dolorosa, ha sido atacada por muchos ateos y agnósticos, diciendo que esto es sólo para causar dolor e impresión al momento de hacer la narración. Pero, ¿en verdad es algo inusual? ¿No vemos a diario personas indigentes en las más lastimeras condiciones? Jesús lo que hace es que nos la está poniendo en la cara, de manera que no podamos voltear la vista e ignorarla.
“Sucedió, pues, que murió el mendigo y los ángeles lo llevaron al seno de Abraham. Murió también el rico y lo enterraron”.
Interesante cómo las dos descripciones detallan el mismo evento: el deceso de una persona. Pero en uno vemos la gloria de Dios, y en el otro sólo escuchamos el sonido hueco de la muerte.
“Estaba éste [el rico] en el lugar del castigo, en medio de tormentos, cuando levantó los ojos y vio a lo lejos a Abraham y a Lázaro junto a él.
“Entonces gritó: ‘Padre Abraham, ten piedad de mÃ. Manda a Lázaro que moje en agua la punta de su dedo y me refresque la lengua, porque me torturan estas llamas”.
¡Qué insensatez del necio rico! ¡TodavÃa está en el infierno y sigue queriendo humillar al pobre Lázaro! Al igual que mucha gente, hay muchos que no aprenden.
“Abraham le contestó: ‘Hijo, recuerda que en tu vida recibiste bienes y Lázaro, en cambio, males. Por eso, él goza de consuelo mientras que tú sufres tormentos. Además, entre ustedes y nosotros se abre un abismo inmenso, que nadie puede cruzar ni hacia allá ni hacia acá’.
“El rico insistió: ‘Te ruego, entonces Padre Abraham, que mandes a Lázaro a mi casa, pues me quedan allá cinco hermanos, para que les advierta y no acaben también ellos en este lugar de tormentos’. Abraham le dijo: ‘Tienen a Moisés y a los profetas; que los escuchen’. Pero el rico replicó: ‘No, Padre Abraham. Si un muerto va a decÃrselo, entonces sà se arrepentirán’. Abraham repuso: ‘Si no escuchan a Moisés y a los profetas, no harán caso ni aunque resucite a un muerto'”.
El que tenga oÃdos, que escuche.