La Palabra del Miércoles 4 de Enero de 2023

El llamado de Pedro y Santiago
“El llamado de Pedro y Santiago”, por Duccio di Buoninsegna –  DIRECTMEDIA Public Domain, Link

Primera Carta del Apostol San Juan 3, 7-10

Hijos míos: No dejen que nadie los engañe. Quien practica la santidad es santo, como Cristo es santo. Quien vive pecando, se deja dominar por el diablo, ya que el diablo es pecador desde el principio. Pues bien, para eso se encarnó el Hijo de Dios: para deshacer las obras del diablo. Ninguno que sea hijo de Dios sigue cometiendo pecados, porque el germen de vida que Dios le dio permanece en él. No puede pecar, porque ha nacido de Dios. En esto se distinguen los hijos de Dios de los hijos del diablo: todo aquel que no practica la santidad, no es de Dios; tampoco es de Dios el que no ama a su hermano.

Evangelio según San Juan 1, 35-42

En aquel tiempo, estaba Juan el Bautista con dos de sus discípulos, y fijando los ojos en Jesús, que pasaba, dijo: “Éste es el Cordero de Dios”. Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús. Él se volvió hacia ellos, y viendo que lo seguían, les preguntó: “¿Qué buscan?” Ellos le contestaron: “¿Dónde vives, Rabí?” (Rabí significa ‘maestro’). Él les dijo: “Vengan a ver”. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con Él ese día. Eran como las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron lo que Juan el Bautista decía y siguieron a Jesús. El primero a quien encontró Andrés, fue a su hermano Simón, y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías” (que quiere decir ‘el Ungido’). Lo llevó a donde estaba Jesús y éste, fijando en él la mirada, le dijo: “Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás Kefás” (que significa Pedro, es decir, ‘roca’).

Lecturas del Domingo: Enero 17, 2021 – Escuchemos la voz del Señor

Jesús y Pedro
Jesús con Pedro y Andrés

Pero, no nada mas escuchémosla, sino que sepamos llevarla a cabo.

Dios, a través de Jesús, nos llama de muchas maneras todos los días: en tus hijos, en tus padres, en tu familia, en los más pobres, y a veces en los más ricos también. Sólo hay que estar atentos al llamado del Señor.

Dice el Evangelio de San Juan del día de hoy, el segundo domingo ordinario del año litúrgico:

En aquel tiempo, estaba Juan el Bautista con dos de sus discípulos, y fijando los ojos en Jesús, que pasaba, dijo: “Este es el Cordero de Dios“. Los dos discípulos, al oír esta palabras, siguieron a Jesús. Él se volvió hacia ellos, y viendo que lo seguían, les preguntó: “¿Qué buscan?” Ellos le contestaron: “¿Dónde vives, Rabí?” (Rabí significa maestro). Él les dijo: “Vengan a ver“.
Fueron pues, vieron dónde vivía y se quedaron con él ese día. Eran como las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron lo que Juan el Bautista decía y siguieron a Jesús. El primero a quien encontró Andrés, fue a su hermano Simón, y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías” (que quiere decir “El Ungido”). Lo llevó a donde estaba Jesús y éste fijando en él la mirada, le dijo: “Tú eres Simón, hijo de Juan. Tu te llamarás Kefás” (que significa Pedro, es decir, “roca”).

Así, Juan el Bautista obedeció el llamado de Dios: dejó ir a sus discípulos y se quedó sólo. Y no renegó de su nueva condición, pues sabía por Dios que había llegado la hora de Jesús.

Andrés, junto con el otro discípulo, siguieron a Jesús, dejando atrás todo. Y Andrés fue por su hermano Simón, que al estar frente a Jesús fue bautizado como Pedro, la roca de los Apóstoles.

Lecturas del Domingo: Enero 14, 2018 – Escuchemos el llamado

Removiendo la nieve
Removiendo la nieve LudekOwn work, CC BY-SA 3.0, Link

Este es el día del llamado de Dios a nuestros corazones. ¿Cuántas veces lo hemos escuchado y cuántas veces lo hemos ignorado? Pero también, ¿cuántas veces lo hemos atendido y hecho su voluntad?

Ponerse al servicio de los demás es difícil, definitivamente no es algo fácil o a lo que estamos acostumbrados. En la actualidad, existe la cultura de la individualidad, del poder hacer todo yo solo, pues no necesito a los demás.

Y cuando alguien nos pide ayuda, muchas veces simplemente los ignoramos y seguimos con nuestras vidas.

A mí me ha pasado: Yo vivo en el Noreste de los Estados Unidos, y recientemente tuvimos una gran tormenta que cubrió calles y vehículos. Uno adquiere astucia y sabe que, durante la tormenta, la nieve es muy ligera, casi como harina y es más fácil de apalear. Así que, durante la tormenta, es conveniente salir varias veces a pasar la pala y quitar la nieve, aunque eso significa que en unos instantes volverá a cubrirse el camino.

Pero hay una ventaja en esto: así se evita la acumulación. Pero además, se evita que se forme hielo por debajo de las capas ligeras. Una vez que la nieve se endurece, hay que hacer más esfuerzo para romperla, y se vuelve pesada y es ahí que ocurren las lesiones.

Cuando terminé por tercera vez de limpiar mi cochera, quedé muy complacido conmigo mismo pues iba a poder sacar my auto sin problemas. Fue un trabajo duro, pero había valido la pena. Volteé a mi alrededor y vi a las decenas de autos cubiertos por la nieve, atrapados por las murallas que hacen las palas limpiadoras de las calles.

Al día siguiente, estuve disfrutando de un merecido descanso, pues la universidad donde trabajo canceló el día porque el personal de limpieza no podía tener listas las instalaciones para los empleados. ¡Ah! A disfrutar del día.

Me asomé a la ventana y vi mi cochera limpia, con la nieve endurecida a los lados. Luego vi a los vecinos, raspando el hielo sobre sus coches y aceras, maldiciendo el duro trabajo que estaban teniendo. Una mujer le reclamaba a su pareja el no haber limpiado antes la nieve cuando estaba ligera.

¡Por flojos! fue mi reacción.

Luego, vi a mi vecino de enfrente. Su cochera es muy larga, como de unos 30 pies (10m) y su auto estaba hasta el fondo. El pobre hombre estaba luchando solo limpiando poco a poco, clavando la pala con fuerza y esforzándose para levantar la placa pesada de hielo. Tomaba un respiro, y luego otra vez la pala. ¡Mmh! Fue lo que me dije a mi mismo.

Avance con ciertos trabajos que estaba haciendo en línea, y muy contento porque los había terminado, me fui a mi recámara a leer un poco y escuchar música. Pero algo no me dejaba escuchar bien: era el sonido de la pala de mi vecino otra vez encajándose en el hielo, quebrándolo, y botándolo a los lados. Después de eso, tomar otro respiro.

Y no llevaba ni la mitad del camino limpio.

¿No es este un llamado a ayudar a mi prójimo? Me pregunté. Encontré fácilmente 5 excusas para ignorarlo: “por qué no limpió él antes, como yo; ya tome una ducha caliente esta mañana y si salgo me puedo enfermar –estábamos a 10 grados Fahrenheit o casi 15 celsius bajo cero–; me duele la espalda; hoy quiero aprovechar el día libre y aprender unas nuevas técnicas de diseño y programación; y, finalmente, quiero descansar”.

Todas estas son excusas válidas, que en cualquier corte moral me hubieran salvado.

Pero no escuche el llamado. Lo ignoré. Al recostarme para descansar mi malograda espalda y tratar de tomar una siesta mañanera, no pude dormir por el incesante apalear de mi vecino.

En la primera lectura de hoy, Samuel –viviendo en el mismo templo donde se encontraba el Arca de la Alianza– es despertado tres veces por una voz que lo llamaba. Pensando que se trataba de Elí, el sacerdote principal del templo, va las tres veces a despertarlo preguntando: “Aquí estoy, ¿Para qué me has llamado?”.

En la tercera ocasión, Elí comprende que es Dios quien le está hablando a Samuel, y le dice:

“Ve a acostarte, y si te llama alguien respóndele: ´Habla Señor; tu siervo te escucha´”.

Samuel se acostó, y al oír de nuevo la voz que le llamaba, respondió con sinceridad: “Habla Señor; tu siervo te escucha”.

Me paré de un salto cuando no escuché mas a mi vecino apalear. Al ver por la ventana, lo vi casi llegando a su auto. Me decidí a salir con mi pala y ayudarlo, aunque sea un poco. Al vestirme con el pesado abrigo, ponerme las botas de nieve, gorro, y guantes… sonó el teléfono. El la compañía de mi auto recordándome que tuviera cuidado con los caminos por la nieve y el hielo, y que estaba listos para recibirme en caso de cualquier servicio.

En el evangelio de hoy, san Juan nos dice cómo este día dos seguidores del Juan el Bautista están hablando con él, cuando Jesús pasa caminando. Juan les dice: Ese es el Cordero de Dios. Los dos discípulos, al escuchar estas palabras, no dudaron –ni se acostaron, ni buscaron excusas– comenzaron a seguir a Jesús. Dejaron la vida con Juan el Bautista y comenzaron a seguir al mesías.

Uno de los dos que lo siguieron era Andrés. Fue corriendo a su casa y encontró a su hermano Simón, y le dijo que había encontrado al “Ungido”. Simón fue corriendo a su encuentro, y cuando Jesús lo vio le dijó:

“Tu eres Simón, hijo de Juan. Tu te llamarás Kefás” (que quiere decir Pedro, es decir, “roca”).

Les agradecí la llamada, y salí corriendo hacia con mi vecino… sólo para verlo feliz, triunfante, y agotado. Pero con la satisfacción de haber “rescatado” él solo a su auto. No gracia a mí, que lo ignoré.

Por favor, que no te ocurra esto a ti.