
JeremÃas
Jer 15, 10. 16-21
¡Ay de mÃ, madre mÃa!
¿Por qué me engendraste
para que fuera objeto de pleitos y discordias
en todo el paÃs?
A nadie debo dinero, ni me lo deben a mÃ,
y sin embargo, todos me maldicen.
Siempre que oà tus palabras, Señor,
las acepté con gusto;
tus palabras eran mi gozo
y la alegrÃa de mi corazón,
porque yo defendÃa tu causa,
Señor, Dios de los ejércitos.
No me senté a reÃr con los que se divertÃan;
forzado por tu mano, me sentaba aparte,
porque me habÃas contagiado con tu propia ira.
¿Por qué mi dolor no acaba nunca
y mi herida se ha vuelto incurable?
¿Acaso te has convertido para mÃ, Señor,
en espejismo de aguas que no existen?
Entonces el Señor me respondió:
“Si te vuelves a mÃ, yo haré que cambies de actitud,
y seguirás a mi servicio;
si separas el metal precioso de la escoria,
seguirás siendo mi profeta.
Ellos cambiarán de actitud para contigo
y no tú para con ellos.
Yo te convertiré frente a este pueblo
en una poderosa muralla de bronce:
lucharán contra ti, pero no podrán contigo,
porque yo estaré a tu lado para librarte y defenderte,
dice el Señor.
Te libraré de las manos de los perversos,
te rescataré de las manos de los poderosos”.
Evangelio según San Mateo
Mt 13, 44-46
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud:
“El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder, y lleno de alegrÃa, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.
El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra”.