Este dÃa celebramos la alianza de Dios con la humanidad, que primero se realizó con el pueblo JudÃo y después concretizó con el resto de los pueblos de la Tierra gracias al sacrificio de Jesús, el Cristo, que murió en cuerpo, derramando su propia sangre.
Y en ese sentido, las lecturas de hoy están centradas en las alianzas que se muestran en la Biblia. Primero, escuchamos del libro del Éxodo que Moisés, cuando bajaba del monte Sinaà con las tablas de las leyes, explicó al pueblo su contenido y, el pueblo, contestó a una sola voz: “Haremos todo lo que dice el Señor”.
Al dÃa siguiente, desde temprano Moisés levanto un altar con 12 piedras –una por cada una de las doce tribus originales de Israel– y luego mandó a un grupo de jóvenes que sacrificaran unos novillos en honor a Dios, y la mitad de la sangre se puso en vasijas, y la otra mitad se derramó sobre el altar.
Finalmente, Moisés leyó al pueblo el libro de la Alianza y roció al pueblo con la sangre diciendo: “Esta es la sangre de la alianza que El Señor ha hecho con ustedes, conforme a las palabras que han oÃdo”.
Una nota importante: recordemos que el pueblo israelita estaba vagando por el desierto, aún no se establecÃa en la llamada tierra prometida, y el sacrificar aunque fuese un sólo novillo, era un situación muy difÃcil, pues no pensemos que estaban pastando miles de cabezas de ganado. La carne de los sacrificios no se iba a consumir, sino a inmolar (quemar hasta deshacerse en vapor que subirÃa a Dios, las cenizas eran después sobre el pueblo). Eran tiempos en que estaba prohibidÃsimo realizar gastos innecesarios. Asà que, estos actos eran verdaderos sacrificios por parte del pueblo para alabar a Dios.
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Y luego, San Pablo nos dice: “Cristo es el mediador de una alianza nueva. Con su muerte, hizo que fueran perdonados los delitos cometidos durante la antigua alianza, para que los llamados por Dios pudieran recibir la herencia eterna que Él les habÃa prometido”.
Finalmente, el Evangelio de hoy relata que, durante la última cena, Jesús tomó un pan, lo bendijo y se los dio a los discÃpulos diciendo: “Tomen, esto es mi cuerpo”, luego tomó una copa de vino, la bendijo y la paso con estas palabras: “Esta es mi sangre, sangre de la alianza, que se derrama por todos. Yo les aseguro que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el dÃa que beba el vino nuevo en el Reino de Dios”.
El Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Después de que terminaron de cenar, cantaron un himno –posiblemente un salmo– y salieron hacia el monte de los olivos.