En la primera lectura, el Libro del Eclesiástico nos dice que, en nuestros asuntos “procedamos con humildad y se nos amará más que los hombres dadivosos. Hagámosnos pequeños cuanto más grandes seamos y hallaremos gracia ante el Señor, porque sólo Él es poderoso, y sólo los humildes le pueden dar gloria“.
Luego, en el Evangelio de San Lucas, Jesús nos presenta la parábola del banquete de bodas. Cuando Jesús es invitado a una comida de un jefe de los fariseos, se da cuenta cómo éstos se peleaban por los lugares de honor de la mesa. Luego les dice la parábola del banquete de bodas: cuando te inviten a uno de estos banquetes no te trates de sentar en el lugar de honor, no vaya a ser que alguien más importante llegue y te quiten del lugar para dárselo a él. ¡Uff, eso si que serÃa vergonzoso!
Al contrario, siéntate al final, en el lugar más humilde. AsÃ, cuando el que te invite te vea, podrá ir por tà y frente a todos decirte: “amigo, ¿qué haces aquÃ? pásale al frente a los lugares de honor”
¡Eso sà que serÃa un honor!
“El que se engrandece a sà mismo será humillado, y el que se humilla será engrandecido” Lucas, 14, 1,7-14
La segunda parte del Evangelio
Aquà Jesús nos dice otra parte más intrigante y profunda, dirigiéndose al que lo habia invitado (pero realmente es a todos nosotros, en todos los tiempos y lugares):
“Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarÃas recompensando (a mano). Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobre, a los lisiados, a los cojos, y a los ciegos; y asà serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos”.