Lecturas del Domingo: Octubre 15, 2017 – Muchos son los llamados, pero pocos los escogidos

Parábola del gran banquete
“El Gran Banquete”, por Brunswick Monogrammistcyfrowe.mnw.art.pl, Public Domain, Link

Este domingo escuchamos la parábola del gran banquete, y es la continuación al mensaje de la semana pasada en que escuchábamos cómo el Reino de Dios no sólo es del pueblo Judío, sino que, por Jesús, nos es dado también a los demás.

Este es el texto de la enseñanza de Jesús a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo:

“El reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados a que llamaran a los invitados, pero éstos no quisieron ir.
“Envió de nuevo a otros criados que les dijeran: ´Tengo preparado el banquete; he hecho matar mis terneras y los otros animales gordos; todo está listo. Vengan a la boda´. Pero los invitados no hicieron caso. Uno se fue para su campo, otro para su negocio, y los demás se les echaron encima a los criados, los insultaron y los mataron”.

Sabemos de antemano que, el rey es Dios mismo, y el banquete de bodas es su reino, coronado por su hijo.

Los invitados son el pueblo elegido de Dios, es decir, los israelitas. Recordemos que, por cientos de años, a pesar de haber tenido la dicha de la elección como pueblo, la gente de Judá siempre bucaba formas de quejarse por sus condiciones de vida, por la dureza de sus pruebas, y porque siempre o estaban en guerra, o eran esclavos de algún otro pueblo poderoso. En ese entonces, estaban sujetos al  yugo romano.

Los criados son los profetas llevando siempre el mensaje y la palabra de Dios.

Después de cientos de años, la palabra pareceía que no encajaba bien en el pueblo judío, y sabemos que algunos profetas fueron muertos a manos de su propio pueblo. El último de ellos, Juan el Bautista correría con la misma suerte poco después.

Sigue la narración:

“Entonces el rey se llenó de cólera, y mandó sus tropas, que dieran muerte a a quellos asesinos y prendieran fuego a la ciudad”.

Ciertamente, no hay mucho que decir excepto que el castigo de Dios no es algo de risa, pero con justificación. ¿No fueron advertidos –invitados– los invitados? Sigamos con la parábola:

“Luego, les dijo a sus criados: ´La boda está preparada, pero los que habían sido invitados no fueron dignos. Salgan pues, a los cruces y los caminos, y conviden al banquete de bodas a todos los que se encuentren´. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que se encontraron, malos y buenos, y la sala del banquete se llenó de convidados”.

Es en este momento que el Reino de Dios no es más exclusivo del pueblo Judío. Ahora, se ha abierto a todos los demas. Sin embargo, hay que recalcar esto: Se ha abierto para buenos y para malos. Entendamos esto, no sólo es para todos los buenos, se ha llamado también a los malos. Eso no quiere decir que tienen la invitación abierta 100%, como veremos a continuación.

“Cuando el rey entró a saludar a los convidados, vio entre ellos a un hombre que no iba vestido con traje de fiesta y le preguntó: ´Amigo, ¿Cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?´ Aquel hombre se quedó callado. Entonces el rey dijo a los criados: ´Átenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Ahí será el llanto y la desesperación. Porque muchos son los llamados, pero pocos los escogidos´”.

Aquí, personalmente encuentro una salud de alma y reconciliación. Entiendo ahora que no basta ser llamado al banquete y al Reino. Mi vida tiene que estar recubierta del un traje de fiesta, es decir, de obras buenas, de caridad, de arrepentimiento y de amor a mi prójimo.

Dudo mucho que un asesino despiadado pueda tener este traje. ¡Ni siquiera yo estoy seguro de tenerlo! Pero, es en nuestra vida diaria que debemos ir tejiendo, poco a poco el mencionado traje.

El banquete está cerca. No dejemos que nos tome por sorpresa desnudos.

Lecturas del Domingo: Agosto 28, 2016 – Humildad

banquete de bodas
¡Sáquese de aquí! Le dice el dueño del banquete al gorrón que se quiso pasar de listo y sentarse en el lugar de honor de la mesa.

En la primera lectura, el Libro del Eclesiástico nos dice que, en nuestros asuntos “procedamos con humildad y se nos amará más que los hombres dadivosos. Hagámosnos pequeños cuanto más grandes seamos y hallaremos gracia ante el Señor, porque sólo Él es poderoso, y sólo los humildes le pueden dar gloria“.

Luego, en el Evangelio de San Lucas, Jesús nos presenta la parábola del banquete de bodas. Cuando Jesús es invitado a una comida de un jefe de los fariseos, se da cuenta cómo éstos se peleaban por los lugares de honor de la mesa. Luego les dice la parábola del banquete de bodas: cuando te inviten a uno de estos banquetes no te trates de sentar en el lugar de honor, no vaya a ser que alguien más importante llegue y te quiten del lugar para dárselo a él. ¡Uff, eso si que sería vergonzoso!

Al contrario, siéntate al final, en el lugar más humilde. Así, cuando el que te invite te vea, podrá ir por tí y frente a todos decirte: “amigo, ¿qué haces aquí? pásale al frente a los lugares de honor”

¡Eso sí que sería un honor!

“El que se engrandece a sí mismo será humillado, y el que se humilla será engrandecido” Lucas, 14, 1,7-14

La segunda parte del Evangelio

Aquí Jesús nos dice otra parte más intrigante y profunda, dirigiéndose al que lo habia invitado (pero realmente es a todos nosotros, en todos los tiempos y lugares):

“Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarías recompensando (a mano). Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobre, a los lisiados, a los cojos, y a los ciegos; y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos”.