El Reino de los Cielos es semejante a diez jóvenes, que tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no llevaron aceite para llenarlas de nuevo; las previsoras, en cambio, llevaron un frasco de aceite junto con su lámpara. Como el esposo tardaba, les entró un sueño a todas y se durmieron.
A medianoche se oyó un grito: “¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!”. Se levantaron entonces todas aquellas jóvenes y se pusieron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: “Dennos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando”. Las previsoras les contestaron: “No, porque no va a alcanzar para ustedes y nosotras. Vayan mejor a donde lo venden y cómprenlo”.
Mientras aquellas iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban listas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras jóvenes y dijeron: “Señor, señor, ábrenos”. Pero él les respondió: “Yo les aseguro que no las conozco”.
Estamos por terminar el tiempo ordinario, y las últimas lecturas tratarán el tema de que debos estar preparados para nuestro encuentro con Dios, el cual no sabemos ni el dÃa ni la hora.
Hoy escuchamos en el Evangelio de San Mateo la parábola de las diez jóvenes, también conocida como las diez vÃrgenes, y tenemos una serie de visiones que Jesús nos da para entender su mensaje.
Primero, en las jóvenes nos vemos reflejados todos. Ellas son miles de millones de personas que han vivido, viven y vivirán. Todos hemos escuchado las enseñanzas de Jesús, su mensaje, los mandamientos, y en nuestro corazón sabemos lo que se necesita para llegar al Reino de Dios.
Pero no todos están preparados.
Las lámparas son nuestras almas. Encendidas por primera vez en nuestro bautizo, las mantenemos vivas con el aceite de prepararnos a diario con la oración, y escuchar el mensaje de Jesús en nuestra vida, pero más que nada, aceptarlo. Los previsores lo hacen todos los dÃas. Los descuidados sólo asisten a misa en ocasiones “especiales” y llevan su vida sin poner a Dios en medio de ella. Su alma, puede ser una luz, pero sin el aceite extra, ciertamente perecerá.
“Como el esposo tardaba, les entró un sueño a todas y se durmieron“. La hora de nuestra muerte nos llegará a todos, precavidos y descuidados.
No, la salvación no la podemos compartir; es individual y personal. Yo no te puedo dar mi luz; tú tienes que usar la tuya, alimentarla y tener tu propio ahorro de aceite.
Y sin esa luz de la lámpara, a la hora del encuentro con el Señor, te van a cerrar las puertas, pues no serás mas que un extraño. Y sin el fuego de tu alma, simplemente pasarás el resto de la eternidad en la obscuridad.
Jesús termina la parábola diciendo:
“Estén, pues, preparados, porque no saben ni el dÃa ni la hora”.