
Continuando el Evangelio de esta semana, Jesús nos dice que para seguirlo, debemos renunciar a todo, empezando por nosotros mismos… es decir, nuestra testarudez, nuestra terquedad, nuestra arrogancia y vanidad, pues de otra manera, nada nos podrá salir bien:
“¿Quién de ustedes, si quiere construir una torre, no se pone primero a calcular el costo, para ver si tiene con qué terminarla? No sea que, después de haber echado los cimientos, no pueda acabarla, y todos los que se enteren comiencen a burlarse de él diciendo: ‘Este hombre comenzó a construir y no pudo terminar’.
“¿O qué rey que va a combatir a otro rey, no se pone primero a considerar si será capaz de salir con diez mil soldados al encuentro del que viene contra él con veinte mil? Porque si no, cuando el otro esté aún lejos, le enviará una embajada para proponerle las condiciones de paz.
“Asà pues, cualquiera de ustedes que no renuncie a todos sus bienes, no puede ser mi discÃpulo”.
Que nuestra soberbia no nos nuble la vista. Sepamos renunciar a las cosas que nos atan y no nos dejan ver a Dios y sigamos a Jesús, quien es el único camino de la Salvación.