Después de la cuaresma y Pentecostés, hoy retomamos el tiempo ordinario. Las lecturas del dÃa de hoy se basan en uno de los mayores milagros que cualquiera puede presenciar: la resucitación de un ser querido.
ElÃas, en la primera lectura, se ha estado quedando con una viuda pobre, que junto con su hijo, estaba a punto de morir de hambre. Gracias a la presencia del Profeta –ElÃas es considerado por el pueblo judÃo como el profeta más grande– la comida no se acaba. Desafortunadamente, el hijo de la viuda muere, y ella le reclama de manera amarga por la muerte del pequeño.
ElÃas toma al niño, lo lleva a otra alcoba, implora a Dios por la vida del muchacho, y lo cubre con su cuerpo tres veces, con lo que el pequeño resucita.
En el Evangelio de hoy, Jesús y sus discÃpulos ven como afuera de la ciudad de NaÃm sacan a enterrar a un muerto, hijo único de una viuda pobre. FÃjate que son dos relatos con personajes similares: viudas pobres que lo han perdido todo, y ahora a sus hijos también. Esta parte ha sido importantemente resaltada para presentar el pueblo JudÃo que Jesús está a la altura de ElÃas (obviamente sabemos que es alguien mucho mayor), pero las escrituras tienen que ir convenciendo a los descendientes de Abraham poco a poco de la estatura del Hijo de Dios.
Jesús también resucita al muchacho y se lo entrega a la viuda. Ahora, este milagro no sólo lo presencia una persona, sino todos los que iban en el sepelio y los discÃpulos. La lectura nos dice que todos se llenaron de miedo –entendible, puesto que los presentes ven a un muerto revivir– pero lo más importante es que la noticia empezó a correr a más pueblos.
Jesús resucitará a más personas, culminando con su amigo Lázaro, y asà no dejará duda de su lugar en el Trono de Dios.