Lecturas del Domingo – El Verdadero Tesoro es el Reino de Dios

Parábola del tesoro escondido
Parábola del tesoro escondido, Rembrand.  CC BY-SA 3.0, Link

Primer Libro de Reyes

1 Reyes 3, 5. 7-12
En aquellos días, el Señor se le apareció al rey Salomón en sueños y le dijo: “Salomón, pídeme lo que quieras, que yo te lo daré“.

Salomón le respondió: “Señor, tú trataste con misericordia a tu siervo David, mi padre, porque se portó contigo con lealtad, con justicia y rectitud de corazón. Más aún, también ahora lo sigues tratando con misericordia, porque has hecho que un hijo suyo lo suceda en el trono. Sí; tú quisiste, Señor y Dios mío, que yo, tu siervo, sucediera en el trono a mi padre, David. Pero yo no soy más que un muchacho y no sé cómo actuar. Soy tu siervo y me encuentro perdido en medio de este pueblo tuyo, tan numeroso, que es imposible contarlo. Por eso te pido que me concedas sabiduría de corazón para que sepa gobernar a tu pueblo y distinguir entre el bien y el mal. Pues sin ella, ¿quién será capaz de gobernar a este pueblo tuyo tan grande?

Al Señor le agradó que Salomón le hubiera pedido sabiduría y le dijo: “Por haberme pedido esto, y no una larga vida, ni riquezas, ni la muerte de tus enemigos, sino sabiduría para gobernar, yo te concedo lo que me has pedido. Te doy un corazón sabio y prudente, como no lo ha habido antes ni lo habrá después de ti. Te voy a conceder, además, lo que no me has pedido: tanta gloria y riqueza, que no habrá rey que se pueda comparar contigo“.

Salmo 118, 57 y 72. 76-77. 127-128. 129-130

Yo amo, Señor, tus mandamientos.

A mí, Señor, lo que me toca
es cumplir tus preceptos.
Para mí valen más tus enseñanzas
que miles de monedas de oro y plata.

Yo amo, Señor, tus mandamientos.

Señor, que tu amor me consuele,
conforme a las promesas que me has hecho.
Muéstrame tu ternura y viviré,
porque en tu ley he puesto mi contento.

Yo amo, Señor, tus mandamientos.

Amo, Señor, tus mandamientos
más que el oro purísimo;
por eso tus preceptos son mi guía
y odio toda mentira.

Yo amo, Señor, tus mandamientos.

Tus preceptos, Señor, son admirables,
por eso yo los sigo.
La explicación de tu palabra
da luz y entendimiento a los sencillos.

Yo amo, Señor, tus mandamientos.

Carta del Apostol San Pablo a los Romanos

Rom 8, 28-30
Hermanos: Ya sabemos que todo contribuye para bien de los que aman a Dios, de aquellos que han sido llamados por Él según su designio salvador.

En efecto, a quienes conoce de antemano, los predestina para que reproduzcan en sí mismos la imagen de su propio Hijo, a fin de que Él sea el primogénito entre muchos hermanos. A quienes predestina, los llama; a quienes llama, los justifica; y a quienes justifica, los glorifica.

Aclamación antes del Evangelio
Cfr Mt 11, 25
R. Aleluya, aleluya.
Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has revelado los misterios del Reino a la gente sencilla.
R. Aleluya.

Evangelio según San Mateo

Mt 13, 44-52
En aquel tiempo, Jesús dijo a la multitud:

“El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder, y lleno de alegría, va y vende cuanto tiene y compra aquel campo.

El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra.

También se parece el Reino de los cielos a la red que los pescadores echan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en canastos y tiran los malos. Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación.

¿Han entendido todo esto?”

Ellos le contestaron: ““. Entonces él les dijo: “Por eso, todo escriba instruido en las cosas del Reino de los cielos es semejante al padre de familia, que va sacando de su tesoro cosas nuevas y cosas antiguas“.

 

Lecturas del Domingo: Julio 30, 2017 – Parábola del Tesoro Escondido

Parábola del tesoro escondido
Parábola del tesoro escondido, atribuida posiblemente a Rembrand o a Gerard DouTrabajo propio, Yelkrokoyade, 20/07/2011, CC BY-SA 3.0, Link

El Evangelio de hoy termina una serie de relatos de Jesús en parábolas. Durante las últimas tres semanas hemos escuchado cómo Jesús nos ha hablado de que El Reino de Dios no está reservado para los ricos y poderosos, sino para los más humildes.

Tres parábolas nos da hoy Jesús:

“El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, vende cuanto tiene y compra aquel campo.
“El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra”.

Al encontrar la paz de Dios en su llamado y en su palabra, todo lo demás sale sobrando, no tiene importancia. El tesoro y la perla son esa paz… ¡qué no daríamos por alcanzar ese lugar y quedarnos ahí! Bueno, pues si estás dispuesto a dejar todo por Jesús, ¡entonces tienes reservado tu lugar!

Pero hay algo interesante en estas dos narraciones. En los domingo pasados, las narraciones de Jesús estaban orientadas a gente sencilla: pescadores, granjeros, campesinos. Ahora, Jesús nos trae sus enseñanzas con ejemplos de gente de mayor posición económica. El hombre que va y vende todo lo que tiene para comprar un campo, ciertamente tiene que tener posesiones materiales; y no se diga el mercader de perlas. ¿No es esta una contradicción a las lecturas pasadas?

La respuesta es No. Con estas parábolas, Jesús nos manda un mensaje para todos los tiempos: El reino de los cielos es para todos; todos tenemos la oportunidad de llegar a el. La pregunta es, ¿están dispuestos los ricos y poderosos a dejar todo cuanto tienen para alcanzar su propia salvación?

Esta es la última parábola del día.

“También se parece el Reino de los Cielos a la red que los pescadores hechan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en un canasto y tiran los malos.
“Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allí será el llanto y la desesperación”.

Y termina Jesús preguntando a sus discípulos, pero al mismo tiempo a todos nosotros en todos los tiempos: “¿Han entendido esto?“.