El Evangelio de hoy termina una serie de relatos de Jesús en parábolas. Durante las últimas tres semanas hemos escuchado cómo Jesús nos ha hablado de que El Reino de Dios no está reservado para los ricos y poderosos, sino para los más humildes.
Tres parábolas nos da hoy Jesús:
“El Reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en un campo. El que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegrÃa, vende cuanto tiene y compra aquel campo.
“El Reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una perla muy valiosa, va y vende cuanto tiene y la compra”.
Al encontrar la paz de Dios en su llamado y en su palabra, todo lo demás sale sobrando, no tiene importancia. El tesoro y la perla son esa paz… ¡qué no darÃamos por alcanzar ese lugar y quedarnos ahÃ! Bueno, pues si estás dispuesto a dejar todo por Jesús, ¡entonces tienes reservado tu lugar!
Pero hay algo interesante en estas dos narraciones. En los domingo pasados, las narraciones de Jesús estaban orientadas a gente sencilla: pescadores, granjeros, campesinos. Ahora, Jesús nos trae sus enseñanzas con ejemplos de gente de mayor posición económica. El hombre que va y vende todo lo que tiene para comprar un campo, ciertamente tiene que tener posesiones materiales; y no se diga el mercader de perlas. ¿No es esta una contradicción a las lecturas pasadas?
La respuesta es No. Con estas parábolas, Jesús nos manda un mensaje para todos los tiempos: El reino de los cielos es para todos; todos tenemos la oportunidad de llegar a el. La pregunta es, ¿están dispuestos los ricos y poderosos a dejar todo cuanto tienen para alcanzar su propia salvación?
Esta es la última parábola del dÃa.
“También se parece el Reino de los Cielos a la red que los pescadores hechan en el mar y recoge toda clase de peces. Cuando se llena la red, los pescadores la sacan a la playa y se sientan a escoger los pescados; ponen los buenos en un canasto y tiran los malos.
“Lo mismo sucederá al final de los tiempos: vendrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los arrojarán al horno encendido. Allà será el llanto y la desesperación”.
Y termina Jesús preguntando a sus discÃpulos, pero al mismo tiempo a todos nosotros en todos los tiempos: “¿Han entendido esto?“.