Si hubiera una palabra para describir las lecturas del dÃa de hoy, esta serÃa el “llamado”.
Primero, IsaÃas nos habla de una visión que tuvo en la que serafines –los llamados ángeles de los niños– están constantemente alabando a Dios con el canto que dice:
“Santo, Santo, Santo es el Señor, Dios de los ejércitos”.
En el antiguo idioma hebreo no existÃa los adjetivos de grandeza, como elevadÃsimo, grandÃsimo, negrÃsimo, y para indicar un valor de esa magnitud, se repetÃa el adjetivo tres veces. AsÃ, “Santo, santo, santo”, quiere decir “SantÃsimo“.
Volviendo a la primera lectura, IsaÃas se dio cuenta de que estaba siendo testigo de una alabanza al mismÃsimo Dios, que el estaba bajo su presencia, y de inmediato se sintió indigno, impuro, y humildemente dijo:
“¡Ay de mÃ!, estoy perdido, porque soy un hombre de labios impuros que habito en medio de un pueblo de labios impuros, porque he visto con mis ojos al Rey y Señor de los ejércitos”.
¿Cómo se puede limpiar la impureza? Obviamente, limpiando. Y asà le pasó al profeta, pues en ese momento un serafÃn bajó con una brasa y con ella le toco la boca.
Asà también nosotros, debemos entender que en esos momentos de dolor –por enfermedad, por la pérdida de alguien importante, por todas las cosas que nos duelen– es cuando nuestra alma se limpia, se le quita la impureza, y nos pone listos a estar presentes frente a Dios.
IsaÃas escuchó entonces la voz del Señor que decÃa: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá de parte mÃa?”.
El profeta escuchó las preguntas, escuchó el llamado, y ahora sÃ, sintiéndose limpio y listo le dijo a Dios:
“Aquà estoy, Señor, envÃame“.