Esta semana, el común denominador de las lecturas es el llamado que Dios nos hace a nuestras vidas. El domingo pasado, le toco a ElÃas. Ahora, el llamado es para Pedro.
Pedro, que todavÃa se llamaba Simón, estaba con sus compañeros Santiago y Juan. Ellos eran pescadores, con muchos años de experiencia, y han pasado una ardua noche en la que no pescaron nada. Estos nos son improvisados, saben muy bien que pescando en la noche será menos el cansancio y las aguas son más calmadas, por lo tanto tienen más posibilidades de atrapar más peces. Pero este dÃa, no es el caso.
Al dÃa siguiente, Jesús está predicando a una considerable multitud de gente en la orilla. Como necesita más espacio, se sube a la barca de Simón le pide a él que la aleje un poco de tierra para asà poder predicar con más espacio.
Al terminar, Jesús le dice a Simón:
“Lleva la barca mar adentro, y echen sus redes para pescar”.
Éste le replica suavemente: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero confiando en tu palabra, echaré las redes”.
Simón no ha visto todavÃa los milagros de Jesús. Posiblemente conoce algo de Él por los rumores del pueblo, pero sin duda ha quedado maravillado al escuchar la prédica en la orilla del mar. Y algo más importante: a pesar de que, por su experiencia sabe que no hay posibilidad de pescar nada, confÃa y tiene fe en Jesús.
El resultado es que Simón, Santiago y Juan han capturado gran cantidad de peces que las redes se empiezan a romper. Hay tantos animalitos que tienen que llamar a más pescadores para que les ayuden.
Simón queda estupefacto. Se siente humilde. Y, al igual que IsaÃas, cae de rodillas ante Jesús y exclama:
“¡Apártate de mÃ, Señor, porque soy un pecador!”
Simón Pedro sabe muy bien que está ante un milagro, frente a algo que él mismo no puede explicar mas que por una razón fuera de los normal. y sabe muy bien que es Jesús quien lo ha efectuado. ya no lo llama “Maestro”, sino “Señor”.
Y ahora, Jesús le dice:
“No temas; desde ahora serás pescador de hombres”.
Simón Pedro, Santiago y Juan llevaron las barcas a tierra, lo dejaron todo, y lo siguieron.
Jesús nos manda el desafÃo de seguirlo. Y para poderlo hacer, se necesita que “lo dejemos todo”: las envidias, los vicios, las drogas, las malas compañÃas, esa relación que te está haciendo daño.
Ahora te toca a ti; revisa tu vida y ve qué te tiene atado para que no puedas seguir a Cristo. Una vez que te des cuenta, déjalo de lado y sigue a Jesús.