Mucho que aprender de la parábola que ahora nos ofrece Jesús en el Evangelio de hoy. Todos hemos escuchado el relato del viajero que, caminando de Jericó a Jerusalén, es asaltado y dejado medio muerto a la orilla del camino. Pasa un sacerdote y no hace nada con el pobre tipo tirado en el camino. Luego pasa un levita –un hombre experto en la Ley de Moisés– y también ignora al infeliz. Finalmente pasa un samaritano, que no sólo ayuda el pobre tipo, lo lleva hasta un mesón, cura sus heridas, lo lava, y le paga al dueño del lugar para que lo siga cuidando.
Jesús luego pregunta: “¿Cuál de estos tres se portó como prójimo del hombre que fue asaltado por los ladrones?”
Para todos nosotros es obvio quién se sacó el primer lugar, el samaritano. Sabemos que debemos portarnos bien y debemos ayudar a los demás. Nosotros tenemos la dicha de vivir más de 2000 años después del nacimiento de Jesús y sabemos sus doctrinas desde pequeños. Pero, en el tiempo de Cristo, todas estas enseñanzas son nuevas, y hasta escandalosas.
Los samaritanos
Esta parábola cobra mucha resonancia cuando comenzamos a entender a los protagonistas. Los samaritanos es un grupo de gente que vive en la región de Samaria, cerca de Jerusalén. Ellos dicen que son descendientes legales de una de las 12 tribus originales de Israel, y por lo tanto miembros de la misma alianza de los JudÃos con Dios.
Por su parte, los JudÃos en ese tiempo odian a los samaritanos. Los delcaran impuros y no los reconocen como descendientes de Abraham, por lo tanto no son miembros de la alianza.
Los odio entre los dos grupo llegaron al máximo unos cien años antes del nacimiento de Jesús, cuando un grupo de samaritanos entró a templo sagrado de los judios en Jerusalén, y arrojó restos humanos, haciéndolo impuro.
¿Te das cuenta de cómo ha de ser el odio entre los dos pueblos? Ahora imagÃnate a Jesús decirle a los judios que ni el sacerdote, ni el levita son buenos, sino ¡un samaritano! y que deben amar a su prójimo, representado por ¡un samaritano!
Los escuchas están asombrados y escandalizados. Pero la lección va más allá de sólo hablar de los dos grupo étnicos.
- El problema no es Dios. Todos queremos a Dios, eso no cabe duda.
- El problema no es rezar. Todos sabemos rezar y lo hacemos de noche, golpeándonos el pecho.
- El problema no es dar el diezmo. ¡Ah como duele! pero al final lo damos.
No señor, nada de eso es el problema. El problema es EL PROJIMO.
- El problema es el asesino.
- El problema es el ladrón que te dejó sin nada.
- El problema es tu pareja abusón o abusona.
- El problema son los compañeros de trabajo a los que no les caes bien y que todos los dÃas te están haciendo la vida de cuadritos.
- El problema es el malo que te hace daño.
Todos ellos, y muchos más, son tus prójimos.
El doctor de la ley le preguntó a Jesús: “Maestro, qué debo hacer para conseguir la vida eterna”…”amarás a Dios con todas tus fuerzas, y al prójimo como a tà mismo”