Hoy es décimo cuarto domingo del tiempo ordinario. Hoy escucharemos en la primera lectura al profeta Zacarías, que, aproximadamente 500 años antes del nacimiento de Jesús, hizo esta enorme y exacta revelación que le había dicho Dios Padre:
“Esto dice el Señor: ‘Alégrate sobremanera, hija de Sión; da gritos de júbilo, hija de Jerusalén; mira mira que tu rey, que viene a tí, justo y victorioso, humilde y montado en un burrito'”.
¡Wow! Humilde y montado en un burrito, una profecía de cuando Jesús entró en Jerusalén el Domingo de Ramos. Sigue el profeta hablando:
“El hará desaparecer de la tierra de Efraín los carros de guerra y de Jerusalén, los caballos de combate. Romperá el arco del guerrero y anunciará la paz a las naciones. Su poder se extenderá de mar a mar y desde el gran río hasta los últimos rincones de la tierra”.
Y en el Evangelio de hoy, Jesús nos manda un mensaje de esperanza y confort:
“¡Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien.
“El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.
“Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga y yo los aliviaré. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera”.