Hoy es el decimotercero domingo ordinario, y esta semana escucharemos acerca de otro profeta. La semana pasada conocimos un poco de JeremÃas, pero hoy leeremos acerca del milagroso Eliseo.
Eliseo era discÃpulo de ElÃas, considerado como uno de los más grandes profetas de Israel. Cuando ElÃas se fue de este mundo –y lo decimos literalmente, pues fue llevado al cielo por una carreta de fuego tirada por caballos– Eliseo “se quedó con su puesto” y fue un gran proclamador de la palabra de Dios. Resucitó muertos y predijo resultados importantes de batallas. Incluso, un año después de su muerte y ya enterrado, el cuerpo de otra persona fallecida fue llevado a enterrar a su lado. Los restos de Eliseo quedaron al descubierto y, por error, el cuerpo de la otra persona tocó su brazo… y el recién fallecido ¡resucitó!
Pero el tema principal de hoy es la gracia de dar sin esperar nada a cambio. Aquà tenemos la primera lectura de hoy, tomada de un fragmento del Segundo Libro de Reyes:
“Un dÃa pasaba Eliseo por la ciudad de Sunem y una mujer distinguida lo invitó a comer en su casa. Desde entonces, siempre que Eliseo pasaba por ahÃ, iba a comer a su casa. En una ocasión, ella le dijo a su marido: ‘Yo sé que este hombre, que con tanta frecuencia nos visita, es un hombre de Dios. Vamos a construirle en los altos una pequeña habitación. Le pondremos allà una cama, una mesa, una silla, y una lámpara para que se quede allÃ, cuando venga a visitarnos’.
“Asà se hizo y cuando Eliseo regresó a Sunem, subió a la habitación y se recostó en la cama. Entonces le dijo a su criado: ‘¿Qué podemos hacer por esta mujer?’ El criado le dijo: ‘Mira, no tiene hijos y su marido ya es un anciano’. Entonces dijo Eliseo: ‘Llámala’. El criado la llamó y ella, al llegar, se detuvo en la puerta. Eliseo le dijo: ‘El año que viene, por estas mismas fechas, tendrás un hijo en tus brazos'”.
Nada es imposible para Dios.
Y para terminar, siguiendo con el tema de saber dar, tenemos la Palabra de Dios, tomada del Evangelio de San Mateo:
“En aquel tiempo, Jesús dijo a sus apóstoles: ‘El que ama a su padre o a su madre más que a mÃ, no es digno de mÃ; el que ama a su hijo o a su hija más que a mÃ, no es digno de mÃ; y el que no toma su cruz y me sigue, no es digno de mÃ'”.
Un poco fuerte este Evangelio, y muchas personas siempre se sienten un poco descorazonadas al escuhar estas palabras. Pero, no olvidemos que aquel que en verdad ama a Dios, siempre ama y respeta a su padres; y ama a sus hijos e hijas; Lo que Jesús quiere decir es que siempre tenemos que amar primero a Dios y respetar su lugar y derecho. Un ejemplo muy sencillo: No te enojes con Dios porque se ha llevado a tu mamá o a tu hijo. Nosotros no sabemos qué plan tenÃa Nuestro Señor para ese familiar, y siempre debemos pensar que no ha sido para mal, sino todo lo contrario: Esa madre o ese hijo está en el lugar más hermoso de la existencia: cerca de Dios y lejos de las enfermedades y maldades de este mundo.
AsÃ, al aceptar la voluntad de Dios –aunque sea con mucho dolor– estamos demostrando que lo queremos más a Él que a nadie mas.
Finaliza el Evangelio diciendo:
“El que salve su vida la perderán y el que la pierda por mÃ, la salvará.
“Quien los recibe a ustedes me recibe a mÃ; y quien me recibe a mÃ, recibe al que me ha enviado.
“El que recibe a un profeta por ser profeta, recibirá recompensa de profeta; el que recibe a un justo por ser justo, recibirá recompensa de justo.
“Quien diere, aunque no sea más que una vaso de agua frÃa a uno de estos pequeños, por ser discÃpulo mÃo, yo les aseguro que no perderá su recompensa”.