Lecturas del Domingo: Marzo 18, 2018 – El que me quiera seguir, que me siga

imagen con muchos santos
Santos

Dicen los hermanos protestantes que los Santos son un ejemplo más de que los católicos –y otras iglesias en las que se honra la memoria de esta gente extraordinaria– somos idólatras y que rompemos con el primer mandamiento de la Ley de Dios. Su mensaje es que sólo debemos pedir a Dios, hablar a los santos es idolatría, o hasta herejía. En este día, el Evangelio de San Juan nos narra cómo unos griegos que habían llegado a Jerusalén para la fiesta de la Pascua, se acercaron al apóstol Felipe y le pidieron: “Queremos ver a Jesús”.

Felipe no fue directamente con Jesús, sino que se dirigió primero con Andrés y ya después fueron juntos con Jesús.

Los griegos han oído hablar de Jesús, conocen a sus ayudantes, a sus seguidores. Saben de su doctrina y de las maravillas que ha hecho. Podríamos preguntarnos, ¿Por qué no fueron los directamente con Jesús? He aquí algunas de las posibles razones:

  • No saben quién es Jesús. No lo pueden reconocer.
  • Tienen dudas.
  • Les da pena, tienen vergüenza.
  • Tienen miedo por ser extranjeros.

Saben de los apóstoles y creen que ellos le llevarán el mensaje más efectivamente que si le dicen a cualquier otro seguidor de Jesús.

Y podríamos incluir muchas más. Pero dejémoslo ahí. Lo que tienen en común todas estas razones es que son parte de la naturaleza humana. Todos tenemos miedo, duda, y sabemos dejar las cosas complicadas a los que saben mejor.

Excepto, claro, los necios que se empecinan en decir que lo saben todo, que no necesitan de nada ni de nadie, y creen tener la respuesta lógica para cada evento de la vida.

En nuestras oraciones a los santos, nosotros no estamos alabándolos, sino que estamos reconociendo que ellos tienen un mejor conocimiento de Dios, que están más cerca de Jesús, y que nuestra oración o petición será llevada con mayor seguridad hacia sus pies. Los santos tuvieron que pasar pruebas más difíciles que las que nosotros habremos de pasar en nuestras vidas, y por lo tanto obtuvieron el reconocimiento de la Iglesia para poder interceder por nosotros.

¿No hace lo mismo el ejército con sus miembros? O acaso este organismo entrega los rangos más altos a todos los soldados. Para ser un general de cuatro estrellas, ¿no se tienen que pasar largas horas en los campos de batalla, o dejar a la familia por meses –quizás hasta años–, luchando, arriesgándose, y al final triunfando? Y los que mueren en batalla, ¿No los recordamos con cariño, admiración y hasta le hablamos en nuestros sueños, en nuestras horas de pena?

Al final, cualquier milagro que realizan los santos no lo hacen ellos mismos, sino que Dios opera a través de ellos.

Termina Jesús diciendo:

“El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre.”