Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás Kefás

Jesús y Pedro
Jesús con Pedro y Andrés

Primera Carta del Apostol San Juan

1 Jn 3, 7-10
Hijos míos: No dejen que nadie los engañe. Quien practica la santidad es santo, como Cristo es santo. Quien vive pecando, se deja dominar por el diablo, ya que el diablo es pecador desde el principio. Pues bien, para eso se encarnó el Hijo de Dios: para deshacer las obras del diablo. Ninguno que sea hijo de Dios sigue cometiendo pecados, porque el germen de vida que Dios le dio permanece en él. No puede pecar, porque ha nacido de Dios. En esto se distinguen los hijos de Dios de los hijos del diablo: todo aquel que no practica la santidad, no es de Dios; tampoco es de Dios el que no ama a su hermano.

Evangelio según San Juan

Jn 1, 35-42
En aquel tiempo, estaba Juan el Bautista con dos de sus discípulos, y fijando los ojos en Jesús, que pasaba, dijo: “Éste es el Cordero de Dios”. Los dos discípulos, al oír estas palabras, siguieron a Jesús. Él se volvió hacia ellos, y viendo que lo seguían, les preguntó: “¿Qué buscan?” Ellos le contestaron: “¿Dónde vives, Rabí?” (Rabí significa ‘maestro’). Él les dijo: “Vengan a ver”. Fueron, pues, vieron dónde vivía y se quedaron con Él ese día. Eran como las cuatro de la tarde. Andrés, hermano de Simón Pedro, era uno de los dos que oyeron lo que Juan el Bautista decía y siguieron a Jesús. El primero a quien encontró Andrés, fue a su hermano Simón, y le dijo: “Hemos encontrado al Mesías” (que quiere decir ‘el Ungido’). Lo llevó a donde estaba Jesús y éste, fijando en él la mirada, le dijo: “Tú eres Simón, hijo de Juan. Tú te llamarás Kefás” (que significa Pedro, es decir, ‘roca’).

La Palabra del Martes 1o de Marzo de 2022

imagen con muchos santos
Santos

Primera Carta del Apostol San Pedro 1, 10-16

Hermanos: Los profetas, cuando predijeron la gracia destinada a ustedes, investigaron también profundamente acerca de la salvación de ustedes.

Ellos trataron de descubrir en qué tiempo y en qué circunstancias se habrían de verificar las indicaciones que el Espíritu de Cristo, que moraba en ellos, les había revelado sobre los sufrimientos de Cristo y el triunfo glorioso que los seguiría. Pero se les dio a conocer que ellos no verían lo que profetizaban, sino que estaba reservado para nosotros. Todo esto les ha sido anunciado ahora a ustedes, por medio de aquellos que les han predicado el Evangelio con la fuerza del Espíritu Santo, enviado del cielo, y ciertamente es algo que los ángeles anhelan contemplar.

Por eso, viviendo siempre atentos y vigilantes, pongan toda su esperanza en la gracia que les va a traer la manifestación gloriosa de Jesucristo.

Como hijos obedientes, no vivan conforme a las pasiones que tenían antes, en el tiempo de su ignorancia. Al contrario, así como es santo el que los llamó, sean también ustedes santos en toda su conducta, pues la Escritura dice: Sean santos, porque yo, el Señor, soy santo.

Lecturas del Domingo: Marzo 18, 2018 – El que me quiera seguir, que me siga

imagen con muchos santos
Santos

Dicen los hermanos protestantes que los Santos son un ejemplo más de que los católicos –y otras iglesias en las que se honra la memoria de esta gente extraordinaria– somos idólatras y que rompemos con el primer mandamiento de la Ley de Dios. Su mensaje es que sólo debemos pedir a Dios, hablar a los santos es idolatría, o hasta herejía. En este día, el Evangelio de San Juan nos narra cómo unos griegos que habían llegado a Jerusalén para la fiesta de la Pascua, se acercaron al apóstol Felipe y le pidieron: “Queremos ver a Jesús”.

Felipe no fue directamente con Jesús, sino que se dirigió primero con Andrés y ya después fueron juntos con Jesús.

Los griegos han oído hablar de Jesús, conocen a sus ayudantes, a sus seguidores. Saben de su doctrina y de las maravillas que ha hecho. Podríamos preguntarnos, ¿Por qué no fueron los directamente con Jesús? He aquí algunas de las posibles razones:

  • No saben quién es Jesús. No lo pueden reconocer.
  • Tienen dudas.
  • Les da pena, tienen vergüenza.
  • Tienen miedo por ser extranjeros.

Saben de los apóstoles y creen que ellos le llevarán el mensaje más efectivamente que si le dicen a cualquier otro seguidor de Jesús.

Y podríamos incluir muchas más. Pero dejémoslo ahí. Lo que tienen en común todas estas razones es que son parte de la naturaleza humana. Todos tenemos miedo, duda, y sabemos dejar las cosas complicadas a los que saben mejor.

Excepto, claro, los necios que se empecinan en decir que lo saben todo, que no necesitan de nada ni de nadie, y creen tener la respuesta lógica para cada evento de la vida.

En nuestras oraciones a los santos, nosotros no estamos alabándolos, sino que estamos reconociendo que ellos tienen un mejor conocimiento de Dios, que están más cerca de Jesús, y que nuestra oración o petición será llevada con mayor seguridad hacia sus pies. Los santos tuvieron que pasar pruebas más difíciles que las que nosotros habremos de pasar en nuestras vidas, y por lo tanto obtuvieron el reconocimiento de la Iglesia para poder interceder por nosotros.

¿No hace lo mismo el ejército con sus miembros? O acaso este organismo entrega los rangos más altos a todos los soldados. Para ser un general de cuatro estrellas, ¿no se tienen que pasar largas horas en los campos de batalla, o dejar a la familia por meses –quizás hasta años–, luchando, arriesgándose, y al final triunfando? Y los que mueren en batalla, ¿No los recordamos con cariño, admiración y hasta le hablamos en nuestros sueños, en nuestras horas de pena?

Al final, cualquier milagro que realizan los santos no lo hacen ellos mismos, sino que Dios opera a través de ellos.

Termina Jesús diciendo:

“El que quiera servirme, que me siga, para que donde yo esté, también esté mi servidor. El que me sirve será honrado por mi Padre.”