“En aquel tiempo, se acercaron a Jesús unos fariseos y le preguntaron, para ponerlo a prueba: ´¿Le es lÃcito a un hombre divorciarse de su esposa?´”.
El Evangelio de hoy nos habla de uno de los temas más divisivos de la Iglesia Católica, y en general de todos los cristianos: la validez del matrimonio y del divorcio.
En la Ley de Moisés, es válido que un hombre se divorciara de su mujer siempre y cuando él le entregara un acta de divorcio, similar a lo que sucede en la actualidad en las leyes civiles de la mayorÃa de los paÃses.
Pero Jesús aclara el porqué de este procedimiento al decirles:
“Moisés prescribió esto, debido a la dureza de corazón de ustedes”.
Y es que en esos momentos, los israelitas –el pueblo elegido por Dios, pero sumamente cabeza dura– cometÃan cientos de arbitrariedades en contra de las mujeres: engaños, abusos, infidelidades, y hasta muerte. Los hombres podÃan estar engañando a sus esposas y no tener ninguna consecuencia, pero si una mujer engañaba a su marido –y esto sólo estaba documentado por su esposo– era automáticamente condenada a muerte por apedreamiento.
A eso se refirió Jesús con la dureza de corazón de su pueblo. [Y si suena similar a las condiciones de hoy en dÃa, pues a lo mejor no es coincidencia].
Entonces, Moisés entendÃa que debÃa acabar estos abusos contra las mujeres de alguna manera, pero con todos pocos recursos legales disponibles, incluyó en sus leyes el divorcio, que le daba libertad a los hombres, pero protegÃa especialmente a la mujer.
La lectura del libro del Génesis de hoy también se refiere al inicio de la vida en pareja: Después de que Dios hizo caer al hombre en un profundo sueño, y le extrajo una costilla. De esa costilla Dios formó a la mujer. El Hombre exclamó al verla:
“Esta sà es hueso de mis huesos, y carne de mi carne. Esta será llamada mujer, porque ha sido formada del hombre”.
Entendamos, Dios los hizo uno solo compartiendo una misma sangre, ni uno más grande que el otro, sino iguales. La mujer es complemento del hombre, pues ahora sin ella él no es.
Regresando al Evangelio de hoy, Jesús queda claro que el divorcio en sà no está autorizado por Él. Se justificó en los tiempos de Moisés, pero no tiene más razón de ser.
“Desde el principio, al crearlos, Dios los hizo hombre y mujer. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y se unirá a su esposa y serán una sola cosa. De modo que ya no son dos, sino una sola cosa. Por eso, lo que Dios unió, que no lo separe el hombre”.
Las parejas son una sola cosa, una sola unidad. Pero, ya no estamos dedicados a ponerle nombre a los animales como lo hicieron como primera tarea Adán y Eva. Ahora estamos llamados a algo mucho más importante: la unión familiar.
El Evangelio luego toma un giro bien diferente y drástico:
“La gente le llevó a Jesús unos niños para que los tocara, pero los discÃpulos trataban de impedirlo. Al ver aquello, Jesús se disgustó y les dijo: ´Dejen que los niños se acerquen a mà y no se lo impidan porque el Reino de Dios es de los que son como ellos. Les aseguro que el que no reciba el Reino de Dios como un niño, no entrará en él´”.
Estamos hablando de divorcio y luego de niños, ¿Habrá un error en el orden de las lecturas? La respuesta es no, no hay error. Al hablar primero de la pareja, estamos sentando las bases de la familia. El Padre y la Madre son los protectores de los niños desde la concepción. Jesús nos pide que les dejemos que ellos se acerquen a Él a través de sus propios padres, que al final son los que los deben enseñar y educar en la Fé. La verdadera instrucción religiosa empieza en la familia, no en la iglesia o en las escuelas.
Dijo Jesús que el que no reciba el Reino de Dios como un niño –es decir, como los niños confÃan completamente en su padres asà nos pide Dios que confiemos en Él– no entrará en él.