En el Evangelio de hoy, Jesús y sus discÃpulos atravesaban Galilea y en el camino iban discutiendo quién era el más importante entre ellos. Al llegar a la ciudad de Cafarnaúm, Jesús les preguntó de qué estaban hablando, y ninguno de ellos le quizo responder, pero Él sabÃa de que se trataba.
Sin duda, desde pequeños hemos recibido la tradicional enseñanza de tratar de ser siempre los primeros. A lo mejor no directamente de nuestros padres –que aunque lleguemos últimos siempre nos dirán que somos los primeros… para ellos– pero sà de las competencias con otros compañeros, o en la misma escuela siempre se nos ha pedido –y exigido– el dar nuestro mejor esfuerzo para destacar académicamente.
Es posible que esta cualidad de buscar ser los mejores esté en nuestros genes, pues por la teorÃa de la selección natural sabemos que los seres vivos que de niveles inferiores siempre tendrán las más severas desventajas y serán los primeros en perecer y desaparecer. Sólo los seres superiores son los que logran sobrevivir.
Pero nosotros somos humanos, con una condición divina que nos hace más importante que los demás animales. Tenemos conciencia, alma y espÃritu. Por lo tanto, tenemos cualidades que nos dan la ventaja de romper con la tradición natural y elevarnos sobre nosotros mismo para hacernos responsables de los demás seres de este mundo.
Asà lo definió Dios en el ParaÃso, cuando le dio a Adán poder sobre todas las bestias. Pero no para destruirlas, sino para gobernarlas. No para maltratarlas, sino para convivir con armonÃa. No para causarles dolor y muerte, sino para darles amor y protección.
Volviendo al relato del Evangelio, Jesús se sentó y llamándolos les dijo:
“Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.
Jesús volverá a darles este ejemplo más adelante, durante la Última Cena al lavarles los pies, pero por ahora les está anunciando de qué se trata el dejar de lado la avaricia y la soberbia, y comenzar a servir, pero con humildad.
“Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: ´El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mà me recibe. Y el que me reciba a mÃ, no me recibe a mÃ, sino a aquel que me ha enviado´”.
¿Por qué un niño? Porque es en esa edad que nosotros, recién salidos de las manos de Dios, aún tenemos humildad, amor puro y carecemos de odio y maldad. Ese es el ejemplo que nos está dando el dÃa de hoy.
No es de extrañar que uno de los más famosos coros de la Iglesia nos dice:
“Por eso tienes que ser un niño,
tienes que ser un niño, oh oh oh,
tienes que se ser un niño para ir al cielo”.