Dice el Evangelio de hoy que Jesús, bastante enojado, les dijo a un grupo de fariseos y escribas:
“¡Qué bien lo profetizó IsaÃas sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: ´este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mÃ. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos´! Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”.
Para entender bien este enojo de Jesús, la primera lectura nos presenta a Moisés dándole al pueblo las leyes del Deuteronomio: uno de los libros que estipula más de 100 leyes que abarcan desde preparación de rituales, cómo deben comportarse los jerarcas, ley civil y código criminal. Es un grupo muy complejo de leyes que todavÃa hasta nuestro dÃas tiene eco en muchas de nuestras cosas diarias.
Pero estas leyes, nos explicará después Moisés y con mayor detalle Jesús, fueron dadas porque los judÃos que erraban para encontrar su tierra prometida, estaban haciendo infinidad de calamidades de todo tipo: desde abusos sexuales, fiestas completamente fuera de control, extorsiones, y muchas cosas malas mas. HabÃa que poner un freno a toda esta vida loca.
Con el tiempo, estas leyes fueron haciéndose más estrictas y eran llevadas a la práctica de manera dura y sin separarse ni un ápice de lo que estaba escrito. Si la ley decÃa que no debÃa de darse más de un kilogramo de comida por cierta cantidad de dinero, y se daba de más, entonces los castigos era llevados a cabo severamente. Pero, como sabemos, el poder absoluto lleva a la corrupción, la mayorÃa de esta impartición de justicia era manejada por hombres que con el tiempo se corrompÃan y la impartÃan en formas injustas y sin igualdad. Entre los casos más recordados se encuentran las muertes de mujeres adúlteras por medio de pedradas.
AsÃ, casi 800 años después de vivir con la Ley del Deuteronomio, el pueblo de Israel ve la llegada de Jesús, que empieza a traer un mandamiento nuevo que sobrepasa a todos los demás: Amarás a a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.
Volviendo a la escena del enojo de Jesús, estos son los detalles:
“En aquel tiempo se acercaron a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén. Viendo que algunos de los discÃpulos de Jesús comÃan con las manos impuras, es decir, sin habérselas lavado, los fariseos y los escribas le preguntaron: ´¿Por qué tus discÃpulos comen con las manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores?´ (Los fariseos, y los judÃos en general, no comen sin lavarse las manos hasta el codo, siguiendo la tradición de sus mayores; al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones, y observan muchas otras cosas por tradición, como purificar los vasos, las jarras y las ollas)”.
Después del episodio, Jesús llamó a todos y les dijo:
“Escúchenme todos y entiéndanme: Nada que entre de fuera puede manchar al hombre, lo que sà lo mancha es lo que sale de dentro”.
Y es verdad: todas las envidias, los corajes, los chismes, los deseos de muerte, los excesos por sexo, alcohol, drogas, y todas las demás cosas malas, no nos vienen de fuera, sino que salen de nosotros mismos. Tal vez puedas decir que las drogas nos rodean, que las condiciones pobres de la gente los orillan a hacer cosas malas; pero al final, es la decisión de uno mismo la que se da para cometer un delito o no. ¿Por qué hay muchos casos de gente joven que, habiéndose criado en el mismo ambiente de pobreza, uno de ellos se vuelve malhechor y el otro no?
Los judÃos recibieron cientos de leyes para tratar de controlarlos, pero el verdadero control empieza con uno mismo, desde nuestra alma.
En esta semana que empieza, no nos fijemos en las mugre de las manos de los demás; más bien, limpiemos las manchas que hay en nuestro propio corazón.