La semana pasada Jesús escandalizó a los lÃderes del pueblo judÃo al decirles:
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”.
Y comentábamos que esa declaración causó un un terrible furor con los mencionados jefes del pueblo porque no entendÃan el mensaje que Jesús les estaba dando, y esto era porque el EspÃritu Santo –en forma de SabidurÃa– no estaba en ellos todavÃa. Pero todo esto iba a cambiar después de la resurrección de nuestro Señor. Mientras tanto, la duda y la ignorancia seguÃan.
Pero hoy, el Evangelio nos dice que la duda llegó hasta el mismÃsimo centro de los seguidores de Jesús cuando les dijo:
“Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.
Muchos de los seguidores se enojaron con él. Empezaron a murmurar y hasta tratar de amonestarlo: “Ese modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?“. Y una gran cantidad de ellos se echaron para atrás y ya no querÃan andar con él.
¿Piensas que esto entristeció a Jesús? ¿Crees tu que nuestro Señor se destrozó por esta pérdida? Dice la lectura que, en efecto, Jesús sabÃa desde el principio quienes no creÃan y quién lo habÃa de traicionar. Pero la clave era que el EspÃritu Santo aún no habitaba en los corazones de los incrédulos. Incluso después de la resurrección, muchos de ellos no tendrÃan la oportunidad de refrendarse con Jesús, a pesar de todos los acontecimientos venideros.
Volviendo al relato inicial, después del éxodo masivo de los seguidores, Jesús les preguntó directamente a los doce discÃpulos –los primeros elegidos:
“¿También ustedes quieren dejarme?”
Y Pedro respondió de la manera más humilde, más sencilla, y más humana:
“Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tu eres el Santo de Dios”.
Pedro, en su humildad humana, con el corazón humano, con el espÃritu humano, reconoce a Jesús como el verdadero Santo de Dios. Esto sale directamente de su alma, de su ser.
Asà es, nuestra alma sin la presencia de Dios Padre, Dios Hijo, o Dios EspÃritu Santo, ¿a quién irá?