“El Señor, tu Dios, te manda hoy que cumplas estas leyes y decretos; guárdalos, por lo tanto, y ponlos en práctica con todo tu corazón y con toda tu alma.
Hoy has oÃdo al Señor declarar que Él será tu Dios, pero sólo si tú caminas por sus sendas, guardas sus leyes, mandatos y decretos, y escuchas su voz.
Hoy el Señor te ha oÃdo declarar que tú serás el pueblo de su propiedad, como Él te lo ha prometido, pero sólo si guardas sus mandamientos. Por eso Él te elevará en gloria, renombre y esplendor, por encima de todas las naciones que ha hecho y tú serás un pueblo consagrado al Señor, tu Dios, como Él te lo ha prometido”.
Mateo 5, 43-48
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discÃpulos:
“Han oÃdo que se dijo: Ama a tu prójimo y odia a tu enemigo. Yo, en cambio, les digo: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian y rueguen por los que los persiguen y calumnian, para que sean hijos de su Padre celestial, que hace salir su sol sobre los buenos y los malos, y manda su lluvia sobre los justos y los injustos.
“Ahora, Israel, escucha los mandatos y preceptos que te enseño, para que los pongas en práctica y puedas asà vivir y entrar a tomar posesión de la tierra que el Señor, Dios de tus padres, te va a dar.
Yo les enseño mandatos y preceptos, como me ordena el Señor, mi Dios, para que se ajusten a ellos en la tierra en que van a entrar y que van a tomar en posesión. Guárdenlos y cúmplanlos, porque ellos son su sabidurÃa y su prudencia a los ojos de los pueblos. Cuando tengan noticia de todos estos preceptos, se dirán: ‘En verdad esta gran nación es un pueblo sabio y prudente’. Porque, ¿cuál otra nación hay tan grande que tenga dioses tan cercanos como lo está nuestro Dios, siempre que lo invocamos? ¿Cuál es la gran nación cuyos mandatos y preceptos sean tan justos como toda esta ley que ahora les doy?
Pero ten cuidado y atiende bien: No vayas a olvidarte de estos hechos que tus ojos han visto, ni dejes que se aparten de tu corazón en todos los dÃas de tu vida; al contrario, transmÃteselos a tus hijos y a los hijos de tus hijos”.
Evangelio según San Mateo
Mt 5, 17-19
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discÃpulos:
“No crean que he venido a abolir la ley o los profetas; no he venido a abolirlos, sino a darles plenitud. Yo les aseguro que antes se acabarán el cielo y la tierra, que deje de cumplirse hasta la más pequeña letra o coma de la ley.
Por lo tanto, el que quebrante uno de estos preceptos menores y enseñe eso a los hombres, será el menor en el Reino de los cielos; pero el que los cumpla y los enseñe, será grande en el Reino de los cielos”.
Compasión en acción: El buen samaritano, por G. Conti – Accascina, Public Domain, Link
Hoy es el XV Domingo del Tiempo Ordinario. Escuchemos la Palabra que nos invita a seguir los mandamientos de Dios, pues en realidad no son pesados. Cuando estemos en el dolor o la enfermedad, sepamos seguir dando gracias a Dios. Y finalmente, escuchemos a Nuestro Señor Jesucristo en la hermosa parábola del Buen Samaritano.
Porque Dios quiso que en Cristo habitara toda plenitud
y por Él quiso reconciliar consigo todas las cosas,
del cielo y de la tierra,
y darles la paz por medio de su sangre,
derramada en la cruz.
A los fariseos, sumos conocedores de la antigua ley judÃa, les gustaba ser tratados con reverencia, recibir los mejores lugares en las comidas, las adulaciones y el respeto. Los publicanos, eran judÃos autorizados por el gobierno romano a colectar los impuestos sobre sus propia raza, y eran sumamente odiados y tildados de traidores a su propio pueblo. Muchas veces, los publicanos incrementaban el porcentaje autorizado por los romanos para los impuestos para quedarse ellos mismos con esa diferencia.
Ambas clases de personas eran vistas con recelo y fastidio por el común de la población, que no podÃa hacer nada contra ellos mas que maldecirlos o hacerles malas caras a sus espaldas.
Jesús, en el evangelio de hoy, hace protagonistas de estos grupos en una de sus más importantes parábolas:
“Dos hombres subieron al tiempo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba asà en su interior: ‘Dios mÃo, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces a la semana y pago el diezmo de todas mis ganancias'”.
Este hombre estaba haciendo más de lo que la ley pedÃa: ayunar dos veces por semana, cuando la ley sólo pedÃa una. Pagaba diezmo de todo lo que ganaba. Y se jactaba de no ser pecador. Hasta se comparó con el publicano. Buen hombre, sin duda. Pero sin corazón, sin amor. ¡Claro que pecaba! Al menos de prudencia y de humildad.
Sabra Dios cuántas cosas malas habrÃa hecho el publicano para irse a confesar ante Él de ser pecador. Pero al menos, tenÃa la sinceridad para reconocerse y no compararse con los demás. No nos dejemos engañar por las apariencias. No todo lo que brilla es oro.
En el evangelio según San Lucas del dÃa de hoy, tenemos que uno de los asistentes que iba a las enseñanzas de Jesús, le preguntó: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”.
Pero el mensaje nuevo de Jesús viene y cambia todo. La antigua Ley queda atrás y Cristo se convierte en la nueva puerta para llegar a Dios. Su mensaje es distinto, y su requisitos son diferentes. Ahora, ya no se habla de temor a Dios, sino de su Amor.
“El EspÃritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictamente necesarias”.
Y asÃ, el dominio que por más de 15 siglos habÃa mantenido La Ley, comenzaba a desmoronarse, dando pie a La Palabra, el nuevo mensaje de amor de Jesús.
Los judÃos recibieron cientos de leyes para tratar de controlarlos, pero el verdadero control empieza con uno mismo, desde nuestra alma.
En esta semana que empieza, no nos fijemos en las mugre de las manos de los demás; más bien, limpiemos las manchas que hay en nuestro propio corazón.
Luego, el Evangelio nos dice que la gente que estaba en el Templo fueron desalojados por Jesús de manera violenta, a golpes y latigazos. Hablaremos de esto en otra ocasión. Hoy nos concentraremos en los Diez Mandamientos.
Seguir al pie de la letra los 10 mandamientos es verdaderamente difÃcil, pues involucra renunciarse a uno mismo. Sin embargo, no seguirlos, nos llevarÃa por completo al caos. Dios quiere para Él nuestro amor, que nos amemos los unos a los otros y que respetemos un dÃa a la semana para santificar su nombre. ¿Es mucho pedir todo esto?