Lecturas del Domingo: Noviembre 3, 2019 – El milagro de Zaqueo

Zaqueo
Zaqueo, por Gunnar Bach Pedersen – Own work (Own photo)(Randers Museum of Art, Randers, Denmark), Public Domain, Link

¿Recuerdas la semana pasada que hablábamos de los publicanos? Estos personajes que se encargaban de cobrar impuestos a los de su propia raza –el pueblo judío– y que por lo general eran insensibles, severos y corruptos, y por eso eran muy odiados por su propia gente.

Pues esta semana tenemos a ni más ni menos que al jefe de ellos siendo protagonista en el Evangelio de San Lucas:

“En aquel tiempo, Jesús entró a Jericó, y al ir atravesando la ciudad, sucedió que un hombre llamado Zaqueo, jefe de publicanos y rico, trataba de conocer a Jesús, pero la gente se lo impedía, porque Zaqueo era de baja estatura. Entonces corrió y se subió a un árbol para verlo cuando pasara por ahí. Al llegar a ese lugar, Jesús levantó los ojos y le dijo: ‘Zaqueo, bájate pronto, porque hoy tengo que hospedarme en tu casa’.
“Él bajó enseguida y lo recibió muy contento. Al ver esto, comenzaron todos a murmurar diciendo: ‘Ha entrado a hospedarse en casa de un pecador’.
“Zaqueo, poniéndose de pie dijo a Jesús: ‘Mira, Señor, voy a dar a los pobres la mitad de mis bienes, y si he defraudado a alguien, le restituiré cuatro veces más’. Jesús le dijo: ‘Hoy, ha llegado la salvación a esta casa, porque él también es hijo de Abraham, y el Hijo del hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido'”.

De esta hermosa narración, podemos pensar en los siguientes hechos:

  • Zaqueo buscó a Jesús; pero no de forma pasiva. Él, siendo chaparro, sabía que hay que hacer un esfuerzo para encontrar a Jesús a pesar de sus limitaciones, y por eso se subió al árbol.
    ¿Cuáles son tus limitaciones que te impiden llegar a Jesús?
  • Cuando Jesús le llamó, él se alegró, no hizo caras ni muecas.
  • Siendo un pecador, un publicano, reconoció sus errores y hablándole a Jesús le ofrece dar la mitad de sus riquezas a los pobres. Mucho ojo: Zaqueo no ofrece quedarse pobre y darle todo a los ricos, sino que ofrece su mitad.
    ¡Seguir a Jesús no significa destruir lo que tenemos o quedarnos en ruinas que luego nos pongan de mal humor o nos vuelvan resentidos contra nuestro Señor!
  • Siendo pecador promete reparar los daños que haya hecho a los demás.

Qué maravilla de la conversión de Zaqueo. Él es un ejemplo de que se puede servir a Dios ayudando a los demás sin volvernos pobres y quedarnos en ruinas, pero sabiendo ser verdaderamente generosos. Dar la mitad de lo que tenemos no es algo sencillo.

¿Y su recompensa?

Jesús le dice que él también es hijo de Abraham, a pesar de ser el jefe de los publicanos. Y más que nada, que también tiene derecho a la misericordia de Dios, especialmente por su arrepentimiento y su caridad.

Nosotros también alcanzaremos la salvación si sabemos entender este Evangelio y nos convertimos más en el Zaqueo que recibió a Jesús y logró congraciarse con Dios por sus acciones.

Lecturas del Domingo: Octubre 27, 2019 – El fariseo y el publicano

Fariseo y Publicano en el templo
El Fariseo y el Publicano en el templo

A los fariseos, sumos conocedores de la antigua ley judía, les gustaba ser tratados con reverencia, recibir los mejores lugares en las comidas, las adulaciones y el respeto. Los publicanos, eran judíos autorizados por el gobierno romano a colectar los impuestos sobre sus propia raza, y eran sumamente odiados y tildados de traidores a su propio pueblo. Muchas veces, los publicanos incrementaban el porcentaje autorizado por los romanos para los impuestos para quedarse ellos mismos con esa diferencia.

Ambas clases de personas eran vistas con recelo y fastidio por el común de la población, que no podía hacer nada contra ellos mas que maldecirlos o hacerles malas caras a sus espaldas.

Jesús, en el evangelio de hoy, hace protagonistas de estos grupos en una de sus más importantes parábolas:

“Dos hombres subieron al tiempo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces a la semana y pago el diezmo de todas mis ganancias'”.

Este hombre estaba haciendo más de lo que la ley pedía: ayunar dos veces por semana, cuando la ley sólo pedía una. Pagaba diezmo de todo lo que ganaba. Y se jactaba de no ser pecador. Hasta se comparó con el publicano. Buen hombre, sin duda. Pero sin corazón, sin amor. ¡Claro que pecaba! Al menos de prudencia y de humildad.

Sigue la lectura:

“El publicano, en cambio, se quedó a lo lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’
“Pues bien, yo les aseguro que éste bajo a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.

Sabra Dios cuántas cosas malas habría hecho el publicano para irse a confesar ante Él de ser pecador. Pero al menos, tenía la sinceridad para reconocerse y no compararse con los demás. No nos dejemos engañar por las apariencias. No todo lo que brilla es oro.