Pedro siempre fue el más humano de todos los apóstoles, pues siempre fue el que mostró toda la gama de reacciones y sentimientos: enojo, miedo, imprudencia, mentira, impulsividad, humildad, felicidad y por último fortaleza ante las situaciones más desesperantes.
En la primera lectura de hoy escuchamos que, después de la muerte y resurrección de Jesús, los apóstoles se embarcaron en series de sermones a lo largo de Judea. Los mismos sumos sacerdotes que fueron artÃfices de la muerte de Nuestro Señor y que creÃan que con su muerte habÃa acabado su prédica, los apresaron y les ordenaron no volver a nombrar a Jesús o sus enseñanzas.
Pedro, el lÃder de los doce, tomo la palabra y les regresó la acusación diciendo:
“Primero hay que obedecer a Dios y luego a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien ustedes dieron muerte colgándolo de la cruz. La mano de Dios lo exaltó y lo ha hecho jefe y salvador, para dar a Israel la gracia de la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de todo esto y también lo es el EspÃritu Santo, que Dios ha dado a los que lo obedecen”.
Hablar asà ante el sanedrÃn, el grupo de los más altos sacerdotes, era una blasfemia, un insulto gigante. Y los ancianos y escribas les dieron un escarmiento y los mandaron azotar, pero los soltaron y dejaron ir, posiblemente porque no se atrevÃan a ir frente a Pilatos una vez mas.
Pero los apóstoles, liderados por Pedro –que era de esperarse reaccionaran de manera violenta, con insultos y golpes– lejos de irse dolidos o echando pestes contra sus acusadores, salieron y nos dieron una lección muy grande para todos los tiempos:
“Ellos se retiraron del sanedrÃn, felices de haber padecido aquellos ultrajes por el nombre de Jesús”.
Los apóstoles –todos excepto Juan– fueron perseguidos y tuvieron muertes dolorosas. Tiempo después, y hasta nuestros dÃas, gente ha muerto por el nombre de Jesús y sus enseñanzas. En nuestra vida, y en nuestras adversidades, alegrémonos y recordemos a Pedro y los doce alejándose de sus acusadores, con sonrisas en la cara sabiendo que tenemos a Jesús de nuestro lado para darnos fortaleza y amor.