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Lecturas del Domingo – ¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!

Jeremías

Jer 31, 7-9
Esto dice el Señor:

“Griten de alegría por Jacob,
regocíjense por el mejor de los pueblos;
proclamen, alaben y digan:
‘El Señor ha salvado a su pueblo,
al grupo de los sobrevivientes de Israel’.

He aquí que yo los hago volver del país del norte
y los congrego desde los confines de la tierra.
Entre ellos vienen el ciego y el cojo,
la mujer encinta y la que acaba de dar a luz.

Retorna una gran multitud;
vienen llorando, pero yo los consolaré y los guiaré;
los llevaré a torrentes de agua
por un camino llano en el que no tropezarán.
Porque yo soy para Israel un padre
y Efraín es mi primogénito”.

Salmo 125

Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Cuando el Señor nos hizo volver del cautiverio,
creíamos soñar;
entonces no cesaba de reír nuestra boca
ni se cansaba entonces la lengua de cantar.
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Aun los mismos paganos con asombro decían:
¡Grandes cosas ha hecho por ellos el Señor!
Y estábamos alegres,
pues ha hecho grandes cosas por su pueblo el Señor.
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Como cambian los ríos la suerte del desierto,
cambia también ahora nuestra suerte, Señor,
y entre gritos de júbilo
cosecharán aquellos que siembran con dolor.
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.
Al ir, iba llorando, cargando la semilla;
al regresar, cantando vendrán con sus gavillas.
Grandes cosas has hecho por nosotros, Señor.

Carta del Apostol San Pablo a los Hebreos

Heb 5, 1-6
Hermanos: Todo sumo sacerdote es un hombre escogido entre los hombres y está constituido para intervenir en favor de ellos ante Dios, para ofrecer dones y sacrificios por los pecados. Él puede comprender a los ignorantes y extraviados, ya que él mismo está envuelto en debilidades. Por eso, así como debe ofrecer sacrificios por los pecados del pueblo, debe ofrecerlos también por los suyos propios.

Nadie puede apropiarse ese honor, sino sólo aquel que es llamado por Dios, como lo fue Aarón. De igual manera, Cristo no se confirió a sí mismo la dignidad de sumo sacerdote; se la otorgó quien le había dicho: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy. O como dice otro pasaje de la Escritura: Tú eres sacerdote eterno, como Melquisedec.

Evangelio según San Marcos

Mc 10, 46-52
En aquel tiempo, al salir Jesús de Jericó en compañía de sus discípulos y de mucha gente, un ciego, llamado Bartimeo, se hallaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. Al oír que el que pasaba era Jesús Nazareno, comenzó a gritar: “¡Jesús, hijo de David, ten compasión de mí!” Muchos lo reprendían para que se callara, pero él seguía gritando todavía más fuerte: “¡Hijo de David, ten compasión de mí!”.

Jesús se detuvo entonces y dijo: “Llámenlo”. Y llamaron al ciego, diciéndole: “¡Ánimo! Levántate, porque Él te llama”. El ciego tiró su manto; de un salto se puso en pie y se acercó a Jesús. Entonces le dijo Jesús: “¿Qué quieres que haga por ti?” El ciego le contestó: “Maestro, que pueda ver”. Jesús le dijo: “Vete; tu fe te ha salvado”. Al momento recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino.


Crédito de la imagen: Jesús sanando a el ciego Bartimeo, por Marion Halft – CC BY-SA 3.0, link.

Lecturas del Domingo: Septiembre 8, 2019 – Seguir a Jesús

Hágase Señor tu voluntad.

Dice el Evangelio de San Lucas del día de hoy que un día, Jesús caminaba con una gran muchedumbre detrás de ellos, y volviéndose hacía sus discípulos les dijo:

“Si alguno quiere seguirme, y no me prefiere a su padre y a su madre, a su esposa y a sus hijos, a sus hermanos y a sus hermanas, más aún, a sí mismo, no puede ser mi discípulo. Y el que no carga su cruz, no puede ser mi discípulo”.

Mucho se ha hablado de esta sentencia, pues a modo de ver humano es sumamente dura, pues ataca a muchas de las personas a quienes más amamos durante nuestra vida: padres, cónyuges, hijos, y parientes. Pero debemos recordar que el primer mandamiento de la Ley de Dios dice: Amarás a Dios sobre todas las cosas.

Amar a Dios siguiendo a Jesús es difícil. Pero no nos pongamos tristes. Todos nuestros seres queridos son una extensión del amor de Dios. Al amarlos, estamos amando a Dios y Jesús mismos. En las pruebas de la vida, cuando uno de ellos se nos va, es el momento de agradecer a Dios por habernos dado la oportunidad de haberlo tenido. El gran error, y es aquí donde se entiende mejor el mensaje de Jesús, es enojarse con Dios, reclamarle por la partida de nuestro ser amado, y hasta olvidarnos de Él.

Muchas veces, nuestro dolor es tan grande, que no nos deja ver la voluntad de Dios en este tipo de acontecimientos. Recordemos que la muerte no es nuestro final, sino la continuación de nuestro viajo con Dios. Y gracias a Jesús, tenemos el mejor guía de nuestra odisea por el infinito.

Amemos a Jesús. Amemos a Dios. Amemos a nuestros seres queridos. Y cuando llegue el día de su partida, hagámoslo con el dolor de nuestro corazón, pero con la esperanza y fé de que un día los volveremos a ver.