Hoy es el tercer Domingo de Adviento, dÃa conocido como de la AlegrÃa y el Regocijo, y en algunos paÃses como el dÃa de San Juan.
En la mayorÃa de las iglesias católicas, se tienen cuatro velas, tres de color púrpura y una de color rosa. Cada vela representa una semana del tiempo de adviento, es decir, preparación para el nacimiento del Redentor.
Pero la vela rosa represanta la alegrÃa y el regocijo. En tiempos antiguos se usaba para anunciar a la gente que no sabÃa leer que quedaban dos semanas antes de la Navidad.
En la primera lectura, IsaÃas nos sigue describiendo en forma un poco abstracta la imagen de Juan el Bautista, el profeta antes del MesÃas. En la segunda lectura, Pablo sigue llamando la atención del pueblo corrupto para que abandonen sus excesos y malas acciones. Paciencia, nos pide Pablo a todos.
El caso de Juan
Juan el Baustista, hijo de Isabel, la prima de la Madre de Dios, MarÃa, estaba en el vientre cuando escuchó la voz de MarÃa “y brincó de gozo”, pues en ese momento recibió al EspÃritu Santo.
Por cierto, para todos aquellos hermanos separados y ateos que dudan de la vida de Juan, existe una crónica civil –una especie de registro público– en el que detalla que él estuvo preso, pero sin confirmar la razón. Luego hablaremos más de ese asunto.
En el Evangelio de hoy, sabemos que Juan está un poco renuente a Jesús. No confÃa en Él, y manda preguntar con los apóstoles que si él es el mesÃas o que si hay que esperar a alguien más.
¿Por qué esta pregunta? ¿Acaso no es una blasfemÃa? La razón es que Juan, al igual que casi todos los judÃos, espera que el mesÃas que está por venir sea el liberador del pueblo, que ha estado sujeto por muchos años al yugo romano, y que por miles más ha sido esclavizado por decenas de otros gobernantes.
Los judios quieren, esperan, a un libertador poderoso.
Pero Jesús le manda a responder a Juan lo siguiente:
“Vayan a contar a Juan lo que están viendo y oyendo: los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos quedan limpios de la lepra, los sordos oyen, los muertos resucitan, y a los pobres se les anuncia el Evangelio. Dichoso aquel que no se sienta defraudado por mÔ.Â
Ciegos, cojos, sordos, leprosos, sordos, muertos… y los pobres. Todos ellos, los más bajos de toda la escala social. Para ellos ha venido primero Jesús. Luego extenderá su influencia con todos los demás, pero en ese momento sus manos están con los más necesitados.
Es por eso que hay incertidumbre, duda, y hasta decepción en el pueblo judÃo. ¡Este no es el mesÃas que estaban esperando!, ¡Él no es el Rey poderoso con un ejercito inmenso que destruirá a sus enemigos!
¡Este lo que habla es que perdonemos! ¡Que pongamos la otra mejilla!
Y es que, si esperamos que Jesús sea el mesÃas que nos traerá riqueza, pues la verdad es que vamos a quedar bien decepcionados.
La recompensa de Jesús es mucho más grande que todo el dinero del mundo.
Afortunadamente, sabemos que Juan lo entenderá y lo aceptará. Finalmente, lo reconocerá con el MesÃas, el Salvador… y lo bautizará en el rio Jordán.