Hoy es el tercer domingo del tiempo ordinario, y en el Evangelio de San Marcos, escucharemos una variación del primer encuentro de Jesús con Andrés y su hermano Simón –Pedro– de la que nos narró San Juan la semana pasada. Pero el mensaje es el mismo y la Palabra, igual de poderosa.
Después de que arrestaron a Juan el Bautista, Jesús se fue a Galilea para predicar el Evangelio de Dios y decÃa: “Se ha cumplido el tiempo y el Reino de Dios ya está cerca. Arrepiéntanse y crean en el Evangelio“.
Caminaba Jesús por la orilla del Lago de Galilea, cuando vio a Simón y a su hermano Andrés, echando las redes en el lago, pues eran pescadores. Jesús les dijo: “SÃganme y haré de ustedes pescadores de hombres“. Inmediatemente dejaron las redes y lo siguieron.
Un poco más adelante, vio a Santiago y a Juan, hijos de Zebedeo, que estaban en una barca, remendando sus redes. Los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre con los trabajadores, se fueron con Jesús.
El llamado de Dios es muy poderoso. El llamado de Dios es muy suave y gentil.
Nuestro amor a Dios es mayor que el que le debemos a nuestros padres, a nuestro trabajo, a nuestros amigos. Marcos nos habla de pescadores, personajes de los más humildes en el antiguo Israel. Santiago y Juan estaban trabajando, junto a sus compañeros y a su padre. Y dejaron todo por seguir a Jesús.
En nuestra cultura Hispana, esto es inconcebible, pues tenemos muy arraigaida la definición de familia en nuestras vidas. Pero Jesús nos indica aquà que el llamado de Dios es mayor que todo lo que nos rodea, y debemos estar listos para seguirlo y dejar todo por su Palabra.
Y la Palabra es la SabidurÃa para vivir en paz con Dios. Es ley para sabernos gobernar. Es el amor para vivir todos juntos.
Seguir la Palabra de Dios no es fácil, pues a veces tenemos que sacrificar amigos, trabajo y hasta la familia. Pero, la recompensa es la Vida Eterna.