Jesús dijo a los judÃos:
“Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás. Nadie las arrebatará de mi mano. Me las ha dado mi Padre, y Él es superior a todos, y nadie puede arrebatarlas de la mano del Padre. El Padre y yo somos uno”.
¡Alegrémonos, esas ovejas de las que habla Jesús somos todos nosotros!
Las lecturas de hoy nos hablan de que Jesús, Pablo y Bernabé, y hasta San Juan, se dirigen especÃficamente a los judÃos, pero no a todo el pueblo en sÃ, sino a los jerarcas, sumos sacerdotes, y escribas.
Y todos les hablan de las ovejas, los paganos, y “una muchedumbre tan grande que nadie podÃa contarla” (Jesús, Pedro y Juan se expresaron en esos términos, respectivamente).
Les dijo Pablo a los sumos sacerdotes –que le tenÃan tanta envidia por las multitudes que atraÃa– :
“La palabra de Dios debÃa ser predicada primero a ustedes; pero como la rechazan y no se juzgan dignos de la vida eterna, nos dirigiremos a los paganos”.
¡Alegrémonos, nosotros somos los paganos y se nos ha dado el tesoro de la vida eterna!
Dice San Juan en el Apocalipsis:
“Yo Juan, vi una muchedumbre tan grande que nadie podÃa contarla. Eran individuos de todas las naciones y razas. De todos los pueblos y lenguas”.
¡Alegrémonos, pues esa muchedumbre somos todos nosotros!
La Alianza de Dios con la Humanidad estaba reservada exclusivamente para los judÃos; pero Jesús, con su sacrificio y resurrección, la trajo para todos nosotros, en todos los tiempos y en todos los lugares.
¡Alegrémonos, Jesús nos ha dado vida eterna!