Estén listos –dice Jesús a sus discÃpulos, pero también a todos nosotros– con las túnicas puestas y la lámparas prendidas.
Todos sabemos que Jesús habla del juicio personal que nos espera a cada uno de nosotros. La semana pasada nos presentó al viejo rico que, acumulando riquezas, al final iba a morir esa misma noche. Ahora, nos dice que es cuestión personal estar preparados, no de equipo, ni de familia, ni de grupo social. Cada uno es responsable de estar listo para estar frente a Dios y responder por nuestras acciones.
Sin embargo, hay algo extra en la lectura de hoy que muy poca gente conoce. Dice Jesús:
“Sean semejantes a los criados que están esperando a que su señor regrese de la boda, para abrirle cuando llegue y toque”.
Ojos. Jesús habla de criados, o sea esclavos. En ese momento Israel se encuentra bajo el yugo Romano, otra vez escalvo de un pueblo más poderoso. Recordemos que, durante la mayor parte de de su existencia, el pueblo judÃo ha sido esclavo (Egipto, Babilonia, Roma), y siempre está sediento de libertad.
“Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar en la mesa, y él mismo los servirá. Y si llega a la medianoche o en la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos”.
Los amos de entonces, para anunciar que unos de sus esclavos acababa de ser liberado, lo sentaban en su mesa. AsÃ, todos sabÃan que el siervo no serÃa más tratado como sirviente, sino como hombre libre. Eso era todo un orgullo para el liberado.
AsÃ, Jesús les dice –y nos dice– que dichosos todos los que se sienten a la mesa de Dios, pues seremos liberados. No seguiremos siendo escalvos (de nuestros vicios, nuestras cadenas, nuestros pecados). Al fin seremos libres.
Y para el pueblo judio, sin duda se trata de una noticia de gran esperanza.