La Transfiguración del Señor

La transfiguración de Jesús
La Transfiguración, por Carl BlochFuente, Public Domain, Link

Daniel 7, 9-10. 13-14

Yo, Daniel, tuve una visión nocturna:

Vi que colocaban unos tronos
y un anciano se sentó.
Su vestido era blanco como la nieve,
y sus cabellos, blancos como lana.
Su trono, llamas de fuego,
con ruedas encendidas.
Un río de fuego brotaba delante de Él.
Miles y miles lo servían,
millones y millones estaban a sus órdenes.
Comenzó el juicio y se abrieron los libros.

Yo seguí contemplando en mi visión nocturna
y vi a alguien semejante a un hijo de hombre,
que venía entre las nubes del cielo.
Avanzó hacia el anciano de muchos siglos
y fue introducido a su presencia.
Entonces recibió la soberanía, la gloria y el reino.
Y todos los pueblos y naciones
de todas las lenguas lo servían.
Su poder nunca se acabará, porque es un poder eterno,
y su reino jamás será destruido.

Salmo 96

R. (1a y 9a) Reina el Señor, alégrese la tierra.
Reina el Señor, alégrese la tierra;
cante de regocijo el mundo entero.
Tinieblas y nubes rodean el trono del Señor
que se asienta en la justicia y el derecho.
R. Reina el Señor, alégrese la tierra.
Los montes se derriten como cera
ante el Señor de toda la tierra.
Los cielos pregonan su justicia,
su inmensa gloria ven todos los pueblos.
R. Reina el Señor, alégrese la tierra.
Tú, Señor, altísimo,
estás muy por encima de la tierra
y mucho más en alto que los dioses.
R. Reina el Señor, alégrese la tierra.

Segunda Carta del Apostol San Pedro 1, 16-19

Hermanos: Cuando les anunciamos la venida gloriosa y llena de poder de nuestro Señor Jesucristo, no lo hicimos fundados en fábulas hechas con astucia, sino por haberlo visto con nuestros propios ojos en toda su grandeza. En efecto, Dios lo llenó de gloria y honor, cuando la sublime voz del Padre resonó sobre Él, diciendo: “Éste es mi Hijo amado, en quien yo me complazco”. Y nosotros escuchamos esta voz, venida del cielo, mientras estábamos con el Señor en el monte santo.

Tenemos también la firmísima palabra de los profetas, a la que con toda razón ustedes consideran como una lámpara que ilumina en la oscuridad, hasta que despunte el día y el lucero de la mañana amanezca en los corazones de ustedes.

Evangelio según San Marcos 9, 2-10

En aquel tiempo, Jesús tomó aparte a Pedro, a Santiago y a Juan, subió con ellos a un monte alto y se transfiguró en su presencia. Sus vestiduras se pusieron esplendorosamente blancas, con una blancura que nadie puede lograr sobre la tierra. Después se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús.

Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados.

Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía:

“Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”.

En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos.

Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué querría decir eso de “resucitar de entre los muertos”.

Lecturas del VII Domingo de Pascua – 29 de Mayo de 2022: No los dejaré desamparados

Jesús en el desierto
“Jesús orando en el desierto”, por Ivan KramskoiGoogle Cultural Center, Public Domain, Link

Hoy es el VII y último Domingo de Pascua. La próxima semana tendremos el Domingo de Pentecostés y cerraremos el hermoso tiempo de Cuaresma-Pascua 2022.

Hechos de los Apóstoles 7, 55-60

En aquellos días, Esteban, lleno del Espíritu Santo, miró al cielo, vio la gloria de Dios y a Jesús, que estaba de pie a la derecha de Dios, y dijo: “Estoy viendo los cielos abiertos y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios”.

Entonces los miembros del sanedrín gritaron con fuerza, se taparon los oídos y todos a una se precipitaron sobre él. Lo sacaron fuera de la ciudad y empezaron a apedrearlo. Los falsos testigos depositaron sus mantos a los pies de un joven, llamado Saulo.

Mientras lo apedreaban, Esteban repetía esta oración: “Señor Jesús, recibe mi espíritu”. Después se puso de rodillas y dijo con fuerte voz: “Señor, no les tomes en cuenta este pecado”. Y diciendo esto, se durmió en el Señor.

Salmo 96, 1 y 2b. 6 y 7c. 9

R. (1a y 9a) Reina al Señor, alégrese la tierra. Aleluya.
Reina al Señor, alégrese la tierra;
cante de regocijo el mundo entero.
El trono del Señor se asienta
en la justicia y el derecho. R.
R. Reina al Señor, alégrese la tierra. Aleluya.
Los cielos pregonan su justicia,
su inmensa gloria ven todos los pueblos.
Que caigan ante Dios todos los dioses. R.
R. Reina al Señor, alégrese la tierra. Aleluya.
Tú, Señor altísimo,
estás muy por encima de la tierra
y mucho más en alto que los dioses. R.
R. Reina al Señor, alégrese la tierra. Aleluya.

Apocalipsis 22, 12-14. 16-17. 20

Yo, Juan, escuché una voz que me decía: “Mira, volveré pronto y traeré conmigo la recompensa que voy a dar a cada uno según sus obras. Yo soy el Alfa y la Omega, yo soy el primero y el último, el principio y el fin. Dichosos los que lavan su ropa en la sangre del Cordero, pues ellos tendrán derecho a alimentarse del árbol de la vida y a entrar por la puerta de la ciudad.

Yo, Jesús, he enviado a mi ángel para que dé testimonio ante ustedes de todas estas cosas en sus asambleas. Yo soy el retoño de la estirpe de David, el brillante lucero de la mañana”.

El Espíritu y la Esposa dicen: “¡Ven!” El que oiga, diga: “¡Ven!” El que tenga sed, que venga, y el que quiera, que venga a beber gratis del agua de la vida.

Quien da fe de todo esto asegura: “Volveré pronto”. Amén. ¡Ven, Señor Jesús!

Evangelio según San Juan 17, 20-26

En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al cielo y dijo:

“Padre, no sólo te pido por mis discípulos, sino también por los que van a creer en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí y yo en ti somos uno, a fin de que sean uno en nosotros y el mundo crea que tú me has enviado.

Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno. Yo en ellos y tú en mí, para que su unidad sea perfecta y así el mundo conozca que tú me has enviado y que los amas, como me amas a mí.

Padre, quiero que donde yo esté, estén también conmigo los que me has dado, para que contemplen mi gloria, la que me diste, porque me has amado desde antes de la creación del mundo.

Padre justo, el mundo no te ha conocido; pero yo sí te conozco y éstos han conocido que tú me enviaste. Yo les he dado a conocer tu nombre y se lo seguiré dando a conocer, para que el amor con que me amas esté en ellos y yo también en ellos’’.