Hoy es el cuarto domingo ordinario del año litúrgico, y el Evangelio de hoy es una continuación de la narración de la semana pasada, cuando Jesús entró a la sinagoga y –ante el asombro de todos los asistentes– declaró que:
“Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la escritura que ustedes acaban de oÃr”.
Pero hoy escuchamos una de las frases de Jesús que se han vuelto universales, con cierto significado profético: “Nadie es profeta en su tierra“.
Obviamente, antes de desentrañar esta frase, tenemos que conocer el contexto de la lectura. Resulta que Jesús está cobrando fama en la región de Judá, ha hecho muchos milagros y ha sanado a mucha gente. Sin embargo, cuando llegó a Nazaret, ciudad donde se habÃa criado con su padre y su madre, y entro a la sinagoga y se puso a predicar, hizo el anuncio que mencionamos lineas arriba.
Esto causó revuelo entre todos, pues empezaron a decir: “¿No es este el hijo de José?“.
Su misma gente dudaba de su autoridad y estatura. Su misma gente estaba incrédula al escuchar las palabras maravillosas y sabias que salÃan de su boca. ¿Cómo va a ser posible que éste nos quiera dar lecciones, si nosotros mismos lo vimos jugar y crecer en nuestros barrios y calles?
¿Te parece algo similar a lo que has escuchado en tu vida, cuando tu misma gente –familia, amigos. conocidos– niegan que tengas posibilidades de triunfar o de hacer algo bueno con tu vida? Son tu propia sangre y gente, pero son los primeros que dudan de ti.
Asà mismo le pasó a Jesús, quien les dijo: “Seguramente me dirán aquel refrán: ´Médico, cúrate a ti mismo´ y haz lo mismo aquà en tu propia tierra, todos esos prodigios que hemos oido que has hecho en Cafarnaúm“.
Y añadió:
“Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra”.
El mensaje de Jesús es duro, y muy difÃcil de pasar. A veces, tenemos que dejar nuestra casa, nuestra gente para poder triunfar en nuestras vidas. Ciertamente tenemos que dejar también todas las cosas que nos anclan a una vida fácil. Y muchas veces, esas cosas de las que tenemos que alejarnos son las cosas que mas daño nos hacen: los malos amigos, las drogas, la vida mala en la que nos escondemos.
Nadie es profeta en su tierra. Y eso lo sabemos muy bien quienes hemos emigrado a otros lugares. En nuestros pueblos de origen somos unos uno más del montón, por lo mismo de que todos los demás nos conocen y es más fácil de subestimarnos.
Al final, Jesús no pudo hacer ahà ningún milagro y se fue, para nunca más volver.