“En su aflicción, mi pueblo me buscará
y se dirán unos a otros: ‘Vengan, volvámonos al Señor; Él nos ha desgarrado y Él nos curará; Él nos ha herido y Él nos vendará. En dos días nos devolverá la vida, y al tercero, nos levantará y viviremos en su presencia. Esforcémonos por conocer al Señor; tan cierta como la aurora es su aparición y su juicio surge como la luz; bajará sobre nosotros como lluvia temprana, como lluvia de primavera que empapa la tierra’.
¿Qué voy a hacer contigo, Efraín?
¿Qué voy a hacer contigo, Judá?
Su amor es nube mañanera,
es rocío matinal que se evapora.
Por eso los he azotado por medio de los profetas
y les he dado muerte con mis palabras.
Porque yo quiero misericordia y no sacrificios,
conocimiento de Dios, más que holocaustos”.
Evangelio según San Lucas
Lc 18, 9-14
En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás:
“Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias’.
El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’.
Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido’’.
Carta del Apostol San Pablo a los Filipenses 1, 18-26
Hermanos: El hecho de que se predique a Cristo me alegra y me seguirá alegrando, porque sé que esto será para mi bien, gracias a las oraciones de ustedes y a la ayuda del Espíritu de Jesucristo. Pues tengo la firme esperanza de que no seré defraudado y, ahora como siempre, estoy plenamente seguro de que, ya sea por mi vida, ya sea por mi muerte, Cristo será glorificado en mí.
Porque para mí, la vida es Cristo; y la muerte, una ganancia. Pero si el continuar viviendo en este mundo me permite trabajar todavía con fruto, no sabría yo qué elegir. Me hacen fuerza ambas cosas: por una parte, el deseo de morir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor; y por la otra, el de permanecer en vida, porque esto es necesario para el bien de ustedes.
Convencido de esto, sé que me quedaré y los seguiré ayudando a todos ustedes para que progresen gozosos en la fe. Así tendrán en mí, cuando me encuentre de nuevo entre ustedes, un motivo de gran alegría en Cristo Jesús.
Evangelio según San Lucas 14, 1. 7-11
Un sábado, Jesús fue a comer en casa de uno de los jefes de los fariseos, y éstos estaban espiándolo. Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares, les dijo esta parábola:
“Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya algún otro invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: ‘Déjale el lugar a éste’, y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que, cuando venga el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate a la cabecera’. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido’’.
En las lecturas de este Domingo, XXX del Tiempo Ordinario, tenemos el mensaje de la humildad sin hipocresía. El fariseo hace todo lo que le pide la ley, pero es déspota y soberbio, se enaltece y compara con los demás. En cambio, el publicano, con tantos pecados, se siente impuro, pero con fe, se humilla y va a pedir perdón a Dios.
¿Cuál de los dos está haciendo lo correcto?
Libro del Eclesiástico 35, 12-17. 20-22
El Señor es un juez
que no se deja impresionar por apariencias.
No menosprecia a nadie por ser pobre
y escucha las súplicas del oprimido.
No desoye los gritos angustiosos del huérfano
ni las quejas insistentes de la viuda.
Quien sirve a Dios con todo su corazón es oído
y su plegaria llega hasta el cielo.
La oración del humilde atraviesa las nubes,
y mientras él no obtiene lo que pide,
permanece sin descanso y no desiste,
hasta que el Altísimo lo atiende
y el justo juez le hace justicia.
Salmo 33, 2-3. 17-18. 19 y 23
R. (7a) El Señor no está lejos de sus fieles.
Bendeciré al Señor a todas horas,
no cesará mi boca de alabarlo.
Yo me siento orgulloso del Señor,
que se alegre su pueblo al escucharlo.
R. El Señor no está lejos de sus fieles.
En contra del malvado está el Señor,
para borrar de la tierra su recuerdo.
Escucha, en cambio, al hombre justo
y lo libra de todas sus congojas.
R. El Señor no está lejos de sus fieles.
El Señor no está lejos de sus fieles
y levanta a las almas abatidas.
Salve el Señor la vida de sus siervos.
No morirán quienes en él esperan.
R. El Señor no está lejos de sus fieles.
Segunda Carta del Apostol San Pablo a Timoteo 4, 6-8. 16-18
Querido hermano: Para mí ha llegado la hora del sacrificio y se acerca el momento de mi partida. He luchado bien en el combate, he corrido hasta la meta, he perseverado en la fe. Ahora sólo espero la corona merecida, con la que el Señor, justo juez, me premiará en aquel día, y no solamente a mí, sino a todos aquellos que esperan con amor su glorioso advenimiento.
La primera vez que me defendí ante el tribunal, nadie me ayudó. Todos me abandonaron. Que no se les tome en cuenta. Pero el Señor estuvo a mi lado y me dio fuerzas para que, por mi medio, se proclamara claramente el mensaje de salvación y lo oyeran todos los paganos. Y fui librado de las fauces del león. El Señor me seguirá librando de todos los peligros y me llevará salvo a su Reino celestial. A él la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Evangelio según San Lucas 18, 9-14
En aquel tiempo, Jesús dijo esta parábola sobre algunos que se tenían por justos y despreciaban a los demás:
“Dos hombres subieron al templo para orar: uno era fariseo y el otro, publicano. El fariseo, erguido, oraba así en su interior: ‘Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. Ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de todas mis ganancias’. El publicano, en cambio, se quedó lejos y no se atrevía a levantar los ojos al cielo. Lo único que hacía era golpearse el pecho, diciendo: ‘Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador’.
Pues bien, yo les aseguro que éste bajó a su casa justificado y aquél no; porque todo el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido”.
Hoy es el vigesimo noveno (29) Domingo del Tiempo Ordinario. Los apóstoles, siendo humanos, tenían debilidades humanas, ente ellas la soberbia. Nosotros también somos humanos y flaqueamos, pero es en Jesús que debemos encontrar nuestras fuerzas.
Isaías 53, 10-11
El Señor quiso triturar a su siervo con el sufrimiento.
Cuando entregue su vida como expiación,
verá a sus descendientes, prolongará sus años
y por medio de él prosperarán los designios del Señor.
Por las fatigas de su alma, verá la luz y se saciará;
con sus sufrimientos justificará mi siervo a muchos,
cargando con los crímenes de ellos.
Salmo 32, 4-5. 18-19 20 y 22
R. Muéstrate bondadoso con nosotros, Señor.
Sincera es la palabra del Señor
y todas sus acciones son leales.
El ama la justicia y el derecho,
la tierra llena está de sus bondades. R. R. Muéstrate bondadoso con nosotros, Señor.
Cuida el Señor de aquellos que lo temen
y en su bondad confían;
los salva de la muerte
y en épocas de hambre les da vida. R. R. Muéstrate bondadoso con nosotros, Señor.
En el Señor está nuestra esperanza,
pues él es nuestra ayuda y nuestro amparo.
Muéstrate bondadoso con nosotros,
puesto que en ti, Señor, hemos confiado. R. R. Muéstrate bondadoso con nosotros, Señor.
Carta a los Hebreos 4, 14-16
Hermanos: Puesto que Jesús, el Hijo de Dios, es nuestro sumo sacerdote, que ha entrado en el cielo, mantengamos firme la profesión de nuestra fe. En efecto, no tenemos un sumo sacerdote que no sea capaz de compadecerse de nuestros sufrimientos, puesto que él mismo ha pasado por las mismas pruebas que nosotros, excepto el pecado.
Acerquémonos, por lo tanto, con plena confianza al trono de la gracia, para recibir misericordia, hallar la gracia y obtener ayuda en el momento oportuno.
Evangelio según San Marcos 10, 35-45
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dijeron: “Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte”. Él les dijo: “¿Qué es lo que desean?” Le respondieron: “Concede que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria”. Jesús les replicó: “No saben lo que piden. ¿Podrán pasar la prueba que yo voy a pasar y recibir el bautismo con que seré bautizado?” Le respondieron: “Sí podemos”. Y Jesús les dijo: “Ciertamente pasarán la prueba que yo voy a pasar y recibirán el bautismo con que yo seré bautizado; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; eso es para quienes está reservado”.
Cuando los otros diez apóstoles oyeron esto, se indignaron contra Santiago y Juan. Jesús reunió entonces a los Doce y les dijo: “Ya saben que los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños y los poderosos las oprimen. Pero no debe ser así entre ustedes. Al contrario: el que quiera ser grande entre ustedes que sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos, así como el Hijo del hombre, que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos”.
Siguiendo con el Evangelio de esta semana acerca de la humildad, durante el banquete que el fariseo le ofreció a Jesús, éste le dijo a su anfitrión:
“Cuando des una comida o una cena, no invites a tus amigos, ni a tus hermanos, ni a tus parientes, ni a los vecinos ricos; porque puede ser que ellos te inviten a su vez, y con eso quedarás recompensado. Al contrario, cuando des un banquete, invita a los pobres, a los lisiados, a los cojos y a los ciegos, y así serás dichoso, porque ellos no tienen con qué pagarte; pero ya se te pagará, cuando resuciten los justos”.
En nuestra vida y en nuestra mente, tenemos muy arraigada la idea de que debemos hacernos amigos sólo de los más ricos y poderosos. Y que cuando les ofrecemos nuestro trabajo, tiempo, casa, fiestas, etc. quedarán en deuda con nosotros. Pero nada es más falso. ¡Tonto tú que te dejaste llevar por una ilusión falsa! Porque ellos ni lo van a necesitar y fácilmente lo pueden olvidar.
O, ¿Qué, les vas a ir a reclamar que no te han invitado a pesar de que tú si lo hiciste?
La gratitud de los pobres será mil veces mayor hacia contigo, pues ya que ellos no tienen forma de pagarte o agraciarse contigo, es Dios quien te recompensará… obviamente, siempre y cuando ¡lo hagas de corazón!
Hoy es el vigésimo segundo domingo del tiempo ordinario, ¡y ya estamos en Septiembre! En verdad que cómo pasa el tiempo; dentro de 3 meses termina el año litúrgico y comenzará el tiempo de adviento.
El tema principal de las lecturas del día de hoy es la humildad. En el Evangelio de San Lucas escucharemos una de las más importantes lecciones de Jesús para todos nosotros, en todos los tiempos:
“Un sábado, Jesús fue a comer a casa de uno de los jefes de los fariseos y éstos estaban espiándolo. Mirando cómo los convidados escogían los primeros lugares les dijo esta parábola: ‘Cuando te inviten a un banquete de bodas, no te sientes en el lugar principal, no sea que haya un invitado más importante que tú, y el que los invitó a los dos venga a decirte: ‘Déjale el lugar a éste’, y tengas que ir a ocupar, lleno de vergüenza, el último asiento. Por el contrario, cuando te inviten, ocupa el último lugar, para que cuando venga el que te invitó, te diga: ‘Amigo, acércate a la cabecera’. Entonces te verás honrado en presencia de todos los convidados. Porque, el que se engrandece a sí mismo, será humillado; y el que se humilla, será engrandecido'”.
Es tan sencillo y hermoso el mensaje de Jesús en sus parábolas, que no nos habla ni de guerra ni de odio. Los judíos los rechazaron porque no su mensaje no era el que esperaban: el de un rey guerrero que los liberaría finalmente de todos los yugos. El lenguaje de un rey rico y glorioso, con joyas y oro.
El lenguaje de nuestro Señor Jesucristo es simple, sencillo, humilde.
Pero el poder de su enseñanza sobrepasa todos los reinos, todos los bancos, todas las joyas. Es más, podría decirse que su mensaje es simplemente el sentido común.
Y aun así, es tan difícil de seguir. Aunque sea lo más obvio.
Esta semana pidamos sabiduría y humildad en el corazón a Dios para llevar a cabo nuestros trabajos y nuestras tareas.
“Se acercaron a Jesús, Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, y le dijeron: ´Maestro, queremos pedirte que nos concedas lo que vamos a pedirte´, Él les dijo: ´¿Qué es lo que desean? Le respondieron: ´Concédenos que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria´”.
Es interesante ver que, incluso con los seguidores más cercanos de Jesús, existía desde un principio la envidia y la vanidad: unos quieren ser más que los otros, y no importa lo que tengan que hacer, incluyendo ir y hablar directamente con el jefe para pedir un aumento o un ascenso.
Siempre hemos pensado que en nuestra actual cultura de trabajo debemos ser competitivos: premiamos, aplaudimos y admiramos a aquellos que son audaces y hacen cosas grandes en el trabajo, y menospreciamos a los flojos y a aquellos que no tienen iniciativa.
En el caso de Juan y Santiago, su audaz movimiento de pedir a Jesús estar a sus lados en el tiempo de la gloria, les trajo como consecuencia el enojo y furia de los otros apóstoles, quienes les mostraron su indignación al grado de que Jesús les llamó a todos y les dijo:
“Ya saben que los jefes de las naciones les gobiernan como si fueran sus dueños y los poderosos los oprimen. Pero no debe ser así entre ustedes. Al contrario, el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos, así como el Hijo del Hombre, que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos”.
Que quede claro, Jesús no sanciona al emprendedor, sino al avaricioso. Hay una línea fina entre realizarse como persona en el trabajo y en la vida, y el querer todo y no ayudar a los demás. Jesús no nos dice que está mal que queramos más, siempre y cuando no nos olvidemos de los otros.
Humildad en el servicio. Cuando estás creciendo profesionalmente, o en tu negocio, o en tu educación, ayuda a los demás, cuando estés arriba en alguna posición de importancia, acuérdate de los otros que están por debajo de ti.
En tu negocio, no exprimas a tus empleados y ayúdalos, no sólo con el pago de lo que dice la ley que es justo, sino siempre un poco más.
Y en la escuela, recuerda a los otros compañeros que no son tan inteligentes como tú. Ayúdalos con tutoría y apoyo.
En el Evangelio de hoy, Jesús y sus discípulos atravesaban Galilea y en el camino iban discutiendo quién era el más importante entre ellos. Al llegar a la ciudad de Cafarnaúm, Jesús les preguntó de qué estaban hablando, y ninguno de ellos le quizo responder, pero Él sabía de que se trataba.
Sin duda, desde pequeños hemos recibido la tradicional enseñanza de tratar de ser siempre los primeros. A lo mejor no directamente de nuestros padres –que aunque lleguemos últimos siempre nos dirán que somos los primeros… para ellos– pero sí de las competencias con otros compañeros, o en la misma escuela siempre se nos ha pedido –y exigido– el dar nuestro mejor esfuerzo para destacar académicamente.
Es posible que esta cualidad de buscar ser los mejores esté en nuestros genes, pues por la teoría de la selección natural sabemos que los seres vivos que de niveles inferiores siempre tendrán las más severas desventajas y serán los primeros en perecer y desaparecer. Sólo los seres superiores son los que logran sobrevivir.
Pero nosotros somos humanos, con una condición divina que nos hace más importante que los demás animales. Tenemos conciencia, alma y espíritu. Por lo tanto, tenemos cualidades que nos dan la ventaja de romper con la tradición natural y elevarnos sobre nosotros mismo para hacernos responsables de los demás seres de este mundo.
Así lo definió Dios en el Paraíso, cuando le dio a Adán poder sobre todas las bestias. Pero no para destruirlas, sino para gobernarlas. No para maltratarlas, sino para convivir con armonía. No para causarles dolor y muerte, sino para darles amor y protección.
Volviendo al relato del Evangelio, Jesús se sentó y llamándolos les dijo:
“Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”.
Jesús volverá a darles este ejemplo más adelante, durante la Última Cena al lavarles los pies, pero por ahora les está anunciando de qué se trata el dejar de lado la avaricia y la soberbia, y comenzar a servir, pero con humildad.
“Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos, lo abrazó y les dijo: ´El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe. Y el que me reciba a mí, no me recibe a mí, sino a aquel que me ha enviado´”.
¿Por qué un niño? Porque es en esa edad que nosotros, recién salidos de las manos de Dios, aún tenemos humildad, amor puro y carecemos de odio y maldad. Ese es el ejemplo que nos está dando el día de hoy.
No es de extrañar que uno de los más famosos coros de la Iglesia nos dice:
“Por eso tienes que ser un niño, tienes que ser un niño, oh oh oh, tienes que se ser un niño para ir al cielo”.
En las últimas semanas del año litúrgico Jesús nos esta preparando para el día en que estaremos frente a Él. Esta semana hablaremos de la humildad.
De nueva cuenta, nuestro Señor se vuelve a dirigir a los fariseos, quienes en las semanas pasadas han sido el objeto de su crítica y molestia:
“En aquel tiempo, Jesús dijo a las multitudes y a sus discípulos: ‘En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos. Hagan pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra. Hacen fardos muy pesados y difíciles de llevar y los echan sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo los quieren mover. Todo lo hacen para que los vea la gente. Ensanchan las filacterías y las franjas del manto; les agrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente los llame “maestros”‘”
La soberbia es, sin duda, uno de los pecados capitales más peligrosos, pues se va apoderando del alma lentamente, y es de los que produce placer a través de la vista. Recordemos que somos seres humanos, y somos seres visuales. La envidia y la vanidad entran por los ojos.
Los fariseos son personas que conocen de memoria, y al derecho y al revés, las leyes que Moisés le entregó a pueblo judío. Y, más allá de esto, conocen todas las reglas y protocolos de los posteriores libros. En un pueblo en que la mayoría es pobre, analfabeta, y fácil de impresionar, los fariseos hablan con mucho conocimiento y les hacen ver “que son malos” y que no están siguiendo la palabra de Dios de manera correcta. Un pueblo impresionado es manejado al final por los más astutos.
No niego que, originalmente, el fariseo haya empezado su labor con buena intención, pues las leyes de Moisés y de los otros libros son extremadamente complejas. Pero con el tiempo, estos personajes se han dejado llevar por la avaricia y el abuso sobre los ignorantes.
Dios no se deja engañar por las apariencias, pero el hombre sí.
Afortunadamente, Jesús abrirá los ojos del pueblo. Los fariseos tienen sus días contados, pues vendrá la gran revolución cristiana que acabará con su reinado.
Sin embargo, aquí Jesús también nos habla de algo muy importante entretejido en su mensaje: ¿Cómo debemos tratar a los líderes religiosos del pueblo? Yo escucho frecuentemente quejas acerca del comportamiento de los sacerdotes y los líderes católicos en todo el mundo. Es innegable que estas actitudes de unos cuantos causan mucho dolor en la Iglesia, y son motivo de crítica de parte de los cultos y otras religiones.
Jesús nos dice: “Hagan pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra.” Esto quiere decir que sigamos las enseñanzas de la Iglesia, pero no las obras de los hombres. Los fariseos eran versados en el conocimiento, al igual que los sacerdotes actuales. Sigamos el rito y las obligaciones de la misa y la iglesia, pero no imitemos las acciones de los malos sacerdotes. Además, no todos ellos son malos. La verdad es que son sólo una minoría.
Terminemos con un mensaje de Jesús acerca de la humildad:
“Que el mayor entre ustedes sea su servidor, porque el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
¡Ah, el gran pecado de la soberbia! Muchos piensan que, si podemos resumir la Ley de Dios en un solo mandamiento (Amarás a Dios sobre todas las cosas, y al prójimo como a tí mismo), también podemos resumir todos los pecados en uno solo: la soberbia.
“Yo soy mejor que todos, por eso no me dejo. ¿Por qué voy a dejar que aquel me vea feo? ¡A mí no me hace nadie eso! ¿Por qué Fulana se ve mejor que yo? ¡Yo no me dejo y me voy a hacer una lipo! ¿Por qué ese tipo trae el último modelo de teléfono? ¡Yo me lo merezco! Por eso ahora se le robaré” — Y muchos ejemplos más por el estilo.
Dice el libro del Eclesiástico –el libro que nos da los consejos que agradan a Dios– “Quien sirve a Dios con todo su corazón es oído y su plegaria llega hasta el cielo. La oración del humilde atraviesa las nubes, y mientras él no obtiene lo que pide, permanece sin descanso y no desiste, hasta que el Altísimo lo atiende y el justo juez le hace justicia.”
Parábola del Fariseo y el Publicano
El Evangelio de San Lucas nos presenta la parábola del fariseo y del publicano. ¿Quiénes son estos dos tipos? Los fariseos son estudiosos de la ley, se la saben al 100% y constantemente viven reprendiendo a los demas, corrigiéndolos según sus interpretaciones. Creen que por saber de memoria todos los libros sagrados están salvados… son soberbios y miran a todos por encima del hombro.
Los publicanos son recolectores de impuestos que trabajan para el gobierno Romano –el cual tiene invadida la tierra santa. La gente los odia y los considera impuros, traidores.
Pues bien, ambos personajes van al templo y el fariseo se la pasa diciendo: “Dios mío, te doy gracias porque no soy como los demás hombres: ladrones, injustos y adúlteros; tampoco soy como ese publicano. ayuno dos veces por semana y pago el diezmo de mis ganancias”.
¡Si duda este tipo ha de tener muchos amigos! ¡No cabe ni en si mismo de tanta soberbia!
El publicano, en cambio, ni se atreve a levantar los ojos al cielo y con mucho dolor dice “Dios mío, apiádate de mí, que soy un pecador”.
Y termina diciendo Jesús: “Pues bien, yo les aseguro que éste –publicano– bajó a su casa justificado, y aquél –fariseo– no; porque todo el que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido”.
Dios, ciencia, espíritu, tecnología, naturaleza, fé