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Siguiendo con el poder de la oración

Moisés, Aarón y Jur
“La victoria del Señor” por John Everett Millais – Originally uploaded on en.wikipedia by Paul Barlow (Transferred by lux2545), Public Domain, Link

El Evangelio de esta semana nos habló acerca del poder de orar. En la primera lectura de este pasado domingo, tenemos un hermoso episodio tomado del Libro del Exodo.

“Cuando el pueblo de Israel caminaba a través del desierto, llegaron los amalecitasy lo atacaron en Refidim. Moisés dijo entonces a Josué: ‘Elige algunos hombres y sal a combatir a loa amalecitas. Mañana, yo me colocaré en lo alto del monte con la vara de Dios en mi mano'”.

El pueblo de Israel acababa de salir de Egipto y estaba en el desierto –lo estaría por más de 40 años– con muy pocas pertenencias, abatido por la caminata, sediento y cansado… y encima de todas estas penas ¡los amalecitas los atacaron para quitarles lo poco que les quedaba!

“Josué cumplió con las órdenes de Moisés y salió a pelear contra los amalecitas. Moisés, Aarón y Jur subieron a la cumbre del monte, y sucedió que, cuando Moisés tenía las manos en alto, dominaba Israel, pero cuando las bajaba, Amalec dominaba.
“Como Moisés se cansó, Aarón y Jur lo hicieron sentar sobre una piedra, y colocándose a su lado, le sostenían los brazon. Así, Moisés pudo mantener en alto las manos hasta la puesta del sol. Josué derrotó a lo amalecitas y acabó con ellos”.

Moisés extendió los brazos, lo mismo que Jesús. Y los dos, con los brazos extendidos protegieron –y protegen a su pueblo– que los apoya sosteniéndolos con el fabuloso poder de la oración.

Lecturas del Domingo: Agosto 25, 2019 – ¿Son pocos los que se salvan?

Salvación
“Alegoría de la Salvación”, por Wolf HuberPetar MiloševićThis photograph was taken with a Olympus E-P5., Public Domain, Link

En el evangelio según San Lucas del día de hoy, tenemos que uno de los asistentes que iba a las enseñanzas de Jesús, le preguntó: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”.

Esta persona ha entendido, después de oír a Jesús, que en realidad va a ser difícil entrar al reino de Dios si no se seguían los pasos correctos. Recordemos que son judíos, que sólo se han regido por la Ley de Moisés y la mayoría de la gente la considera como la única forma de salvación. La Ley es lo único que conocen para gobernar sus vidas.

Pero el mensaje nuevo de Jesús viene y cambia todo. La antigua Ley queda atrás y Cristo se convierte en la nueva puerta para llegar a Dios. Su mensaje es distinto, y su requisitos son diferentes. Ahora, ya no se habla de temor a Dios, sino de su Amor.

La persona de esta narración se siente confundido, y en lugar de preguntar ¿me voy a salvar? o ¿qué puedo hacer para salvarme? Se siente derrotado de entrada y su pregunta ni siquiera lo incluye a él: “Señor, ¿es verdad que son pocos los que se salvan?”.

Jesús le responde:

“Esfuércense por entrar por la puerta, que es angosta, pues yo les aseguro que muchos tratarán de entrar y no podrán. Cuando el dueño de la casa se levante de la mesa y cierre la puerta, ustedes se quedarán afuera y se pondrán a tocar la puerta , diciendo: ‘¡Señor, ábrenos!’, pero él les responderá: ‘No sé quiénes son ustedes’.
“Entonces le dirán con insistencia: ‘Hemos comido y bebido contigo y tú has enseñado en nuestras plazas’. Pero él replicará: ‘Yo les aseguro que no sé quienes son ustedes. Apártense de mí, todos ustedes los que hacen el mal’. Entonces llorarán ustedes y se desesperarán, cuando vean a Abraham, a Isaac, a Jacob y a todos los profetas en el Reino de Dios, y ustedes se vean echados afuera.
“Vendrán muchos del oriente y del poniente, del norte y del sur, y participarán en el banquete del Reino de Dios. Pues los que ahora son los últimos, serán los primeros, y los que ahora son los primeros, serán los últimos”.

 

El Crecimiento de la Iglesia fuera de la Ley Judía

Moisés y los mandamientos
“Moisés y los mandamientos”, por Philippe de ChampaigneWeb Gallery of Art:   Image  Info about artwork, Public Domain, Link

Siempre hemos hablado de lo rigurosa que son las leyes originales otorgadas por Dios a Moisés, y que casi por mil quinientos años gobernaron directamente al pueblo Judío.

Después de la Resurrección de Jesús, y luego de muchos años de apostolado y enseñanzas de Pablo, muchos grupos de paganos –los que no conocían a Jesús– las leyes judías parecía excesivamente injustas, estrictas y fuera de tiempo.

Cuando Pablo habló de esta situación con unas comunidades, éstas explotaron violentamente, dejando en claro que no querían seguir siguiendo una cultura arcaica, que estaba muriendo poco a poco.

Pablo y Bernabé, en lugar de caer en las provocaciones, decidieron tomar el tema con los apóstoles, quienes enviaron una carta dirigida a esas comunidades, y en las que expresaron un verdadero cambio en la doctrina de la Ley de Moisés:

“El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las estrictamente necesarias”.

Y así, el dominio que por más de 15 siglos había mantenido La Ley, comenzaba a desmoronarse, dando pie a La Palabra, el nuevo mensaje de amor de Jesús.

Lecturas del Domingo: Septiembre 2, 2018 – ¿Qué es lo que puede manchar al alma?

Las leyes de Moisés
Las leyes de Moisés, por un autor anónimo (Noord-Nederland) – View this work on the website of Museum Catharijneconvent, CC0, Link

Dice el Evangelio de hoy que Jesús, bastante enojado, les dijo a un grupo de fariseos y escribas:

“¡Qué bien lo profetizó Isaías sobre ustedes, hipócritas, cuando escribió: ´este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. Es inútil el culto que me rinden, porque enseñan doctrinas que no son sino preceptos humanos´! Ustedes dejan a un lado el mandamiento de Dios, para aferrarse a las tradiciones de los hombres”.

Para entender bien este enojo de Jesús, la primera lectura nos presenta a Moisés dándole al pueblo las leyes del Deuteronomio: uno de los libros que estipula más de 100 leyes que abarcan desde preparación de rituales, cómo deben comportarse los jerarcas, ley civil y código criminal. Es un grupo muy complejo de leyes que todavía hasta nuestro días tiene eco en muchas de nuestras cosas diarias.

Pero estas leyes, nos explicará después Moisés y con mayor detalle Jesús, fueron dadas porque los judíos que erraban para encontrar su tierra prometida, estaban haciendo infinidad de calamidades de todo tipo: desde abusos sexuales, fiestas completamente fuera de control, extorsiones, y muchas cosas malas mas. Había que poner un freno a toda esta vida loca.

Con el tiempo, estas leyes fueron haciéndose más estrictas y eran llevadas a la práctica de manera dura y sin separarse ni un ápice de lo que estaba escrito. Si la ley decía que no debía de darse más de un kilogramo de comida por cierta cantidad de dinero, y se daba de más, entonces los castigos era llevados a cabo severamente. Pero, como sabemos, el poder absoluto lleva a la corrupción, la mayoría de esta impartición de justicia era manejada por hombres que con el tiempo se corrompían y la impartían en formas injustas y sin igualdad. Entre los casos más recordados se encuentran las muertes de mujeres adúlteras por medio de pedradas.

Así, casi 800 años después de vivir con la Ley del Deuteronomio, el pueblo de Israel ve la llegada de Jesús, que empieza a traer un mandamiento nuevo que sobrepasa a todos los demás: Amarás a  a Dios sobre todas las cosas y al prójimo como a ti mismo.

Volviendo a la escena del enojo de Jesús, estos son los detalles:

“En aquel tiempo se acercaron a Jesús los fariseos y algunos escribas venidos de Jerusalén. Viendo que algunos de los discípulos de Jesús comían con las manos impuras, es decir, sin habérselas lavado, los fariseos y los escribas le preguntaron: ´¿Por qué tus discípulos comen con las manos impuras y no siguen la tradición de nuestros mayores?´ (Los fariseos, y los judíos en general, no comen sin lavarse las manos hasta el codo, siguiendo la tradición de sus mayores; al volver del mercado, no comen sin hacer primero las abluciones, y observan muchas otras cosas por tradición, como purificar los vasos, las jarras y las ollas)”.

Después del episodio, Jesús llamó a todos y les dijo:

“Escúchenme todos y entiéndanme: Nada que entre de fuera puede manchar al hombre, lo que sí lo mancha es lo que sale de dentro”.

Y es verdad: todas las envidias, los corajes, los chismes, los deseos de muerte, los excesos por sexo, alcohol, drogas, y todas las demás cosas malas, no nos vienen de fuera, sino que salen de nosotros mismos. Tal vez puedas decir que las drogas nos rodean, que las condiciones pobres de la gente los orillan a hacer cosas malas; pero al final, es la decisión de uno mismo la que se da para cometer un delito o no. ¿Por qué hay muchos casos de gente joven que, habiéndose criado en el mismo ambiente de pobreza, uno de ellos se vuelve malhechor y el otro no?

Los judíos recibieron cientos de leyes para tratar de controlarlos, pero el verdadero control empieza con uno mismo, desde nuestra alma.

En esta semana que empieza, no nos fijemos en las mugre de las manos de los demás; más bien, limpiemos las manchas que hay en nuestro propio corazón.

Lecturas del Domingo: Agosto 5, 2018 – El mal de las lenguas espinosas

La recolección del Maná
La recolección del Maná, por James TissotJacques Joseph Tissot Jewish Museum, Public Domain, Link

Cuando un grupo de judíos murmuraba contra Jesús –decían que cómo era posible qué el venía del cielo si lo habían visto ser criado por sus padres, José y María–, el Hijo de Dios les respondió:

“No murmuren. Nadie puede venir a mí si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ése yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: todos serán discípulos de Dios. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de él se acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquel que procede de Dios. Ese sí ha visto al Padre”.

Este pasaje nos muestra cómo en el mismísimo pueblo de Jesús existía una envidia y hasta rencor contra el nuevo profeta que estaba haciendo muchos milagros y causaba mucho movimiento entre la gente de la antigua Galilea. Y estaba acercándose a la capital de la región, Jerusalén.

Algo interesante, sin embargo, es que estos chismes contra los verdaderos y buenos líderes no son algo nuevo. La envidia y la maldad han existido desde que salimos del Paraíso, y en la primera lectura también nos enteramos que el mismo pueblo Judío también se revela contra sus libertadores, Moisés y Aarón:

“Ojalá hubiéramos muerto a manos del Señor en Egipto, cuando nos sentábamos junto a las ollas de carne y comíamos pan hasta saciarnos. Ustedes nos han traído a este desierto para matar de hambre a toda esta multitud”.

¡Pero qué desfachatez, descaro e ingratitud! Moisés había guiado al pueblo a la liberación de sus opresores. Los egipcios usaban a los judíos como los peores esclavos que eran explotados en cualquier condición –viejos, enfermos– hasta morir; y cuando éstos comenzaban a multiplicarse, se llevaba a cabo la medida de control final: matar a todos niños menores de tres años.

Dios vio todas estas injusticias y y prometió sacar a su pueblo de Egipto. Ellos fueron testigos de todas las plagas, las cuales eran maravillosas en su naturaleza, y finalmente vieron el gigantesco milagro de la partición del mar para proveerles de un pasaje para escapar de la última persecución de Faraón.

Y ahora, están añorando volver a ser esclavos. Con muchas injusticias, pero con comida. Con muerte y humillación, pero con un techo inmundo. Con enfermedad y dolor, pero con una ración de vino rancio de vez en cuando.

Pero, ¿Cuál fue la respuesta de Dios ante el clamor de este pueblo?, ¿Acaso fue de muerte y destrucción? No. Esta fue su respuesta:

“–Refiriéndose a Moisés– Diles de parte mía: ´Por la tarde comerán carne y por la mañana se hartarán de pan, para que sepan que yo soy el Señor, su Dios.
“Aquella misma tarde, una bandada de codornices cubrió el campamento. A la mañana siguiente había en torno a él una capa de rocío que, al evaporarse, dejó el suelo cubierto con una especie de polvo blanco semejante a la escarcha. Al ver esto, los israelitas se dijeron los unos a los otros: ´¿Qué es esto?´pues no sabían lo que era. Moisés les dijo: Éste es el pan que el Señor les da por alimento´”.

La justicia divina es grande. Pero el amor y la misericordia de Dios es millones de veces mayor.

Lecturas del Domingo: Marzo 4, 2018 – Los Mandamientos de la Ley de Dios

Moisés bajando del monte Sina[i
Moisés bajando del monte con los mandamientos, por Rembrandt – The Yorck Project: 10.000 Meisterwerke der Malerei. DVD-ROM, 2002. ISBN 3936122202. Distributed by DIRECTMEDIA Publishing GmbH., Public Domain, Link
Hoy es el cuarto domingo de cuaresma, prácticamente es la mitad de la misma. ¡Cómo pasa el tiempo rápido!

Las lecturas de hoy tienen una relación muy especial, pues nos hablan de cómo hasta las personas más buenas se pueden corromper fácilmente. Primero, el libro del Éxodo nos relata que cuando Moisés subió al monte Sinaí para hablar con Dios estuvo ahí por cuarenta días y cuarenta noches (interesante el numerito) le fue dada La Ley, o sea los artículos con los cuales se regiría el pueblo de Israel, que acababa de ser liberado de la opresión de los egipcios.

Luego, el Evangelio nos dice que la gente que estaba en el Templo fueron desalojados por Jesús de manera violenta, a golpes y latigazos. Hablaremos de esto en otra ocasión. Hoy nos concentraremos en los Diez Mandamientos.

Interesante saber que los primeros tres artículos de la Ley están escritos para la relación con Dios, y los restantes siete para la relación entre todos nosotros. ¿Porqué de esta manera?, ¿No debería ser al revés, más leyes para amar a Dios y menos para entre nosotros? Desafortunadamente, no.

Seguir al pie de la letra los 10 mandamientos es verdaderamente difícil, pues involucra renunciarse a uno mismo. Sin embargo, no seguirlos, nos llevaría por completo al caos. Dios quiere para Él nuestro amor, que nos amemos los unos a los otros y que respetemos un día a la semana para santificar su nombre. ¿Es mucho pedir todo esto?

El pueblo de Israel era de cabeza muy dura, pero la situación actual no es del todo diferente. Seguimos haciendo ídolos de muchas cosas, especialmente el dinero y los placeres. Creo que no es necesario ni hablar del amor al prójimo, con tantas guerras y muerte. Y en cuanto a santificar el domingo o Sabbath, recordemos cómo mucha gente se olvida de que éste debe ser un día de descanso dedicado a Dios. No es un día para seguir buscando dinero, trabajando extra, o seguir metido en la pantalla haciendo las cosas para ganar más y más.

El domingo es día para asistir a misa y pasarlo con la familia, creciendo espiritualmente y hasta en conocimiento y mente.

Honra a tu padre y tu madre. No matarás. No cometerás adulterio. No robarás. No darás falso testimonio. Y no codiciarás nada de tu prójimo.

Cuando Moisés bajo del pueblo con las tablas de la Ley, lo que encontró fue que el pueblo había hecho un becerro de oro y lo estaban adorando, quebrando inmediatamente la primera ley. La furia de Moisés fue tan grande que muchos de los fiesteros fueron matados por los asistentes de Moisés, quien volvió a subir al monte por otros cuarenta días con sus cuarenta noches…. Pero esta vez, para pedir perdón a Dios por las faltas del pueblo.

 

Lecturas del Domingo: Febrero 25, 2018 – Este es mi hijo amado, escúchenlo

La transfiguración de Jesús
La Transfiguración, por Carl Blochhttp://www.1st-art-gallery.com/Carl-Heinrich-Bloch/The-Transfiguration.html, Public Domain, Link

Este año, el relato de la Transfiguración de Jesús viene más temprano que en ocasiones anteriores.

Hemos hablado de este tema en otras oportunidades, pero hoy tiene singular importancia porque ocurre durante la Cuaresma y, aunque el mensaje es el mismo, siempre encontramos algo nuevo que nos da fortaleza.

Sabemos que después de que el rostro y las vestiduras de Jesús se vuelven “más blancos que la nieve”, el Hijo de Dios se aparece con Elías y Moisés a sus lados, y en ese momento se escucha una fuerte voz desde el cielo que dice: “Este es mi Hijo Amado; escúchenlo”.

El mensaje de esta poderosa voz –la Voz de Dios– no es sólo para a Pedro, Santiago y Juan, los apóstoles que acompañaban a Jesús en el monte, sino que es para toda la humanidad en todos los tiempos: “Escúchenlo”.

 

Lecturas del Domingo: Febrero 11, 2018 – Las enfermedades del alma

Manos deformadas por la lepra
Manos deformadas por la lepra B.jehleOwn work, CC BY-SA 3.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=27098744

Una de las más temibles enfermedades de la antigüedad sin duda fue la lepra. Y es que no sólo era una enfermedad del cuerpo, sino que los que la contraían quedaban relegados socialmente; por lo general era una terrible marca que iba a mantener al enfermo lejos de todo contacto con los demás, muchas veces de por vida.

Así nacieron lugares como “la isla de los malditos” o el centro de las Misioneras de la Caridad, que fundó la Madre Teresa de Calcuta, que acogieron a todos los marcados por la lepra.

Todavía hace 80 años era una de las más temibles enfermedades. Gracias a los avances de la medicina y el advenimiento de los modernos antibióticos, la sentencia de muerte desapareció y poco a poco los casos están disminuyendo año con año.

Pero, imaginemos hace 2000 años, en los tiempos de Moisés, cómo sería la vida de un leproso: de acuerdo a la ley, el enfermo de lepra debería ser declarado “impuro” por uno de los sacerdotes. Debería además traer la ropa descosida, la cabeza descubierta, y además iría gritando “¡Estoy contaminado! ¡Soy impuro!” Mientras le dure la lepra, seguiría impuro y viviría solo, fuera del campamento.

Este es un fragmento de la primera lectura de hoy, tomado del Libro del Levítico, uno de los más detallados que explican la antigua Ley de los Israelitas.

Como podemos ver, el diagnóstico de la lepra declaraba al enfermo no como alguien que sufre una enfermedad de salud, sino del alma.

En el Evangelio, san Marcos nos narra un ejemplo diferente, pues cuando Jesús realizaba su doctrina, todavía de manera casi anónima –no todos lo conocían, a pesar que el murmullo en las ciudades y pueblos iba creciendo—un leproso se le acercó para suplicarle de rodillas:

“Si tú quieres, puedes curarme”.

Jesús compadecido le extendió la mano y le dijo con autoridad:

“¡Si quiero: Sana!”

E inmediatamente se le quitó la lepra y quedó limpio.

Ahora, Jesús no trata al leproso con asco o repudio, sino con piedad –no le huye, sino que hasta le extiende la mano–. El enfermo no vuelve a ser paría, sino un humano con enfermedad.

Una vez recuperado, Jesús le dice con severidad que no le diga a nadie lo que pasó, pero que se presente ante el sacerdote y haga ofrenda como lo indica el libro de Moisés (he aquí la conexión con la primera lectura).

Pero el hombre, comenzó a divulgar tanto el hecho que ahora sí se volvió una gran noticia que recorrió los pueblos como pólvora, al grado de que Jesús ya no podía entrar abiertamente a ciudades o aldeas, y prefería ir a lugares solitarios a donde lo iban a ver para escuchar su Palabra.

El libro del Levítico contenía duros castigos y terribles penitencias para muchos de los aspectos de la vida de los israelitas. Pero, era también necesario porque este era un pueblo de cabeza dura y que constantemente estaba renegando contra Dios.

Jesús con su llegada cambia todo sobre la ley y la resume con un sólo mandamiento más grande: el Amor: primero a Dios, y luego a los demás.

Lecturas del Domingo: Enero 28, 2018 – Escuchen hoy la Voz del Señor

Exorcismo en la sinagoga de Cafarnaúm
Exorcismo en la sinagoga de Cafarnaúm, por Unknown – Scan aus: Rudolf Lehr –- Landes-Chronik Oberösterreich, Wien: Verlag Christian Brandstätter 2004 S. 79 ISBN 3-85498-331-X, Public Domain, Link

Desde el inicio del año hemos estado leyendo cómo Dios nos llama de diferentes formas y qué es lo que debemos hacer. Primero leímos que al profeta Daniel Dios le hablaba mientras dormía, y luego nos estremecimos con la historia de Jonás, el profeta, que al principio no quería ir a la ciudad pecadora de Nínive a predicar la Palabra.

Ahora, primero escuchamos a Moisés que, en forma profética, le dice a su pueblo que vendrá un profeta al que deben escuchar, y quien lo ignore, tendrá un castigo duro, grave. Obviamente, ese “profeta” es nada más y nada menos que Jesús.

Y hasta el Salmo responsorial (Salmo 94), nos llama a la misma reflexión: “Ojalá escuchen hoy la voz del Señor: ´No endurezcan su corazón´”.

Todo esto es para prepararnos para la lectura del Evangelio, que nos presenta a Jesús de una manera un poco diferente a como estamos acostumbrados: Con una voz firme y de mucha autoridad se presenta en una sinagoga y se pone a enseñar y a hablar de la Palabra de Dios. Esta presentación marca el inicio del ministerio público –enseñanzas al pueblo en general– de Jesús.

El pueblo está desconcertado, pues los escribas –los estudiosos de la ley—siempre les han hablado en términos muy complejos, difíciles de entender. Y Jesús viene a romper el molde con explicaciones fáciles y llenas de detalles para que no quede duda del mensaje.

El episodio hace una pausa cuando un grupo de gente le lleva a un sujeto que está poseído por un espíritu inmundo, o sea un demonio. Obviamente, ese espíritu sabe quién es Jesús y lo reconoce. El pobre sujeto poseído no es más que un muñeco haciendo la voluntad del intruso, y con gritos se dirige al Hijo de Dios: “¿Qué quieres tú con nosotros Jesús de Nazaret?, ¿Has venido a acabar con nosotros? Ya sé quién eres: el Santo de Dios”.

Por donde quiera que lo veamos, esta narración es un poco aterradora: en efecto, las posesiones existen. Y, es cierto, los demonios reconocen a Dios, a Jesús, y a sus siervos, de manera inmediata, y también les temen.

Jesús le ordenó al demonio: “¡Cállate y sal de ahí!

Y con esa autoridad, el intruso se salió del cuerpo del hombre, pero no en forma quieta, sino dando un alarido y sacudiéndolo con violencia.

Sin duda, mucha de la gente que fue testigo de este acontecimiento no entendieron lo que acababa de suceder y el diálogo que se presentó. Ciertamente, tampoco han de haber entendido la importancia de lo que estaba pasando para las generaciones venideras. Aún para los apóstoles esto debió haber parecido no otra cosa mas que un espectáculo de efectos especiales. Recordemos, sus ojos aún no estaba abiertos a la Palabra.

El espíritu inmundo, sin embargo, reveló una gran verdad: Que Jesús es el Santo de Dios, y que tiene autoridad sobre todas las vidas y espíritus.

Ante estas enseñanzas agradezcamos que nos encontramos en una era en que los ojos se nos han abierto, que la Palabra ya está con nosotros, y que el mensaje de Cristo vive día con día.

Lecturas del Domingo: Octubre 8, 2017 – Las enseñanzas de la viña

Todos sabemos que, gracias al sacrificio de Jesús, la herencia del pueblo de Israel ya no sólo es de ellos, sino que se ha extendido a todos nosotros.

Pero eso no quiere decir que es algo que ganamos y tenemos 100% asegurado. Para entender esto, recordemos que la Alianza original con los israelitas –a través de Abraham– fue un gran regalo de Dios, pero que poco a poco se fue degradando por las constantes iniquidades, quejas, e indiferencia del pueblo elegido. Cuando los judios fueron esclavos por los egipcios, después fueron liberados por Dios a través de Moisés. Sin embargo,  después de andar a través del desierto por algún tiempo comenzaron de nuevo a rebelearse contra Dios, al grado de ofenderlo con el famoso cordero de oro al que adoraron. Esta vez Dios, aún con misericordia, les dijo que no los destruiría, pero ninguno de esa generación vería la tierra prometida. Los liberados serían “purificados y filtrados” en el desierto.

Todos esto, y mucho más, es recordado en la primera lectura y el salmo de hoy, y después será reafirmado por Jesús en el Evangelio. Y, para que todo el mundo lo entienda, la mejor forma de presentarlo es a través de una comparación con viñas.

Primero, Isaías nos dice en forma de un poema de una mujer a su prometido:

“Mi amado tenía una viña en una ladera fértil. Removió la tierra, quitó las piedras y plantó en ellas vides selectas; edificó en medio una torre y excavó un lagar. Él esperaba que su viña diera buenas uvas, pero la viña dio uvas agrias”

No importa cuánto amor y cuidado puso el viñador (Dios) a su viña (el pueblo), él esperaba uvas buenas (buenas obras, justicia y bienestar), pero las uvas fueron agrias (maldad e iniquidad). Continúa la narración:

“Ahora bien, habitantes de Jerusalén y gente de Judá, yo les ruego, sean jueces entre mi viña y yo, ¿Qué más puedo hacer por mi viña que yo no lo hiciera? ¿Porqué cuando yo esperaba que diera uvas buenas, las dio agrias? Ahora voy a darles a conocer lo que haré con mi viña; le quitaré su cerca y será destrozada. Derribaré su tapia y será pisoteada. La convertiré en un erial, nadie la podará ni le cortará los cardos, crecerán en ella los abrojos y las espinas, mandaré a las nubes que no lluevan sobre ellas”.

Ahora sabemos que este pasaje nos habla de la desilusión de Dios con su pueblo y como su ira será terrible.

El mensaje es claro y originalmente estaba escrito al pueblo Judio. Como mencionamos antes, después del sacrificio de Jesús, la herencia ahora es para todos. Veamos lo que dice El Hijo de Dios a los ancianos y sumos sacerdotes en el Evangelio de hoy:

“Había una vez un propietario que plantó un viñedo, lo rodeó con una cerca, cavó un lagar en él, construyó una torre para el vigilante y luego lo alquiló a unos viñadores y se fue de viaje.
Llegado el tiempo de la vendimía, envió a sus criados para pedir su parte de los frutos a los viñadores; pero éstos se apoderaron de los criados, golpearon a uno, mataron a otro, y a otro más lo apedrearon. Envió de nuevo a otros criados, en mayor número que los primeros, y los trataron del mismo modo.
Po último, les mandó a su propio hijo, pensando: ´A mi hijo lo respetarán´. Pero, cuando los viñadores lo vieron, se dijeron unos a otros: ´Éste es el heredero. Vamos a matarlo y nos quedaremos con su herencia´. Le hecharon mano, lo sacaron del viñedo y lo mataron.”

Sin duda, esta es una lección profética que Jesús les está dando: El propietario es Dios, el viñedo es la Alianza y la palabra en el mundo. Los viñadores son el pueblo. El tiempo de la vendimia es considerado el final de los tiempos, pero una idea más aceptada es cuando Dios decide “hechar un ojo” a cómo andan las cosas en la Tierra.

Los criados son los profetas, apóstoles, márires y santos. Todos ellos son al final muertos por el pueblo malo que no quiere escuchar la palabra y se dedica a la maldad. Y al final, el hijo del propietario es sin duda Jesús, quien recibirá una muerte terrible a manos de los mismos sacerdotes a los que les está hablando.

Y el último mensaje de Jesús es más claro, pero más directo:

“Les será quitado a ustedes el Reino de Dios y sele dará a un pueblo que produzca sus frutos”.

El que tenga oídos, que oiga.