Pedro siempre fue el más humano de todos los apóstoles, pues siempre fue el que mostró toda la gama de reacciones y sentimientos: enojo, miedo, imprudencia, mentira, impulsividad, humildad, felicidad y por último fortaleza ante las situaciones más desesperantes.
En la primera lectura de hoy escuchamos que, después de la muerte y resurrección de Jesús, los apóstoles se embarcaron en series de sermones a lo largo de Judea. Los mismos sumos sacerdotes que fueron artífices de la muerte de Nuestro Señor y que creían que con su muerte había acabado su prédica, los apresaron y les ordenaron no volver a nombrar a Jesús o sus enseñanzas.
Pedro, el líder de los doce, tomo la palabra y les regresó la acusación diciendo:
“Primero hay que obedecer a Dios y luego a los hombres. El Dios de nuestros padres resucitó a Jesús, a quien ustedes dieron muerte colgándolo de la cruz. La mano de Dios lo exaltó y lo ha hecho jefe y salvador, para dar a Israel la gracia de la conversión y el perdón de los pecados. Nosotros somos testigos de todo esto y también lo es el Espíritu Santo, que Dios ha dado a los que lo obedecen”.
Hablar así ante el sanedrín, el grupo de los más altos sacerdotes, era una blasfemia, un insulto gigante. Y los ancianos y escribas les dieron un escarmiento y los mandaron azotar, pero los soltaron y dejaron ir, posiblemente porque no se atrevían a ir frente a Pilatos una vez mas.
Pero los apóstoles, liderados por Pedro –que era de esperarse reaccionaran de manera violenta, con insultos y golpes– lejos de irse dolidos o echando pestes contra sus acusadores, salieron y nos dieron una lección muy grande para todos los tiempos:
“Ellos se retiraron del sanedrín, felices de haber padecido aquellos ultrajes por el nombre de Jesús”.
Los apóstoles –todos excepto Juan– fueron perseguidos y tuvieron muertes dolorosas. Tiempo después, y hasta nuestros días, gente ha muerto por el nombre de Jesús y sus enseñanzas. En nuestra vida, y en nuestras adversidades, alegrémonos y recordemos a Pedro y los doce alejándose de sus acusadores, con sonrisas en la cara sabiendo que tenemos a Jesús de nuestro lado para darnos fortaleza y amor.
“El llamado de Pedro y Santiago”, por Duccio di Buoninsegna – The Yorck Project (2002) 10.000 Meisterwerke der Malerei (DVD-ROM), distributed by DIRECTMEDIA Publishing GmbH. ISBN: 3936122202., Public Domain, Link
Esta semana, el común denominador de las lecturas es el llamado que Dios nos hace a nuestras vidas. El domingo pasado, le toco a Elías. Ahora, el llamado es para Pedro.
Pedro, que todavía se llamaba Simón, estaba con sus compañeros Santiago y Juan. Ellos eran pescadores, con muchos años de experiencia, y han pasado una ardua noche en la que no pescaron nada. Estos nos son improvisados, saben muy bien que pescando en la noche será menos el cansancio y las aguas son más calmadas, por lo tanto tienen más posibilidades de atrapar más peces. Pero este día, no es el caso.
Al día siguiente, Jesús está predicando a una considerable multitud de gente en la orilla. Como necesita más espacio, se sube a la barca de Simón le pide a él que la aleje un poco de tierra para así poder predicar con más espacio.
Al terminar, Jesús le dice a Simón:
“Lleva la barca mar adentro, y echen sus redes para pescar”.
Éste le replica suavemente: “Maestro, hemos trabajado toda la noche y no hemos pescado nada; pero confiando en tu palabra, echaré las redes”.
Simón no ha visto todavía los milagros de Jesús. Posiblemente conoce algo de Él por los rumores del pueblo, pero sin duda ha quedado maravillado al escuchar la prédica en la orilla del mar. Y algo más importante: a pesar de que, por su experiencia sabe que no hay posibilidad de pescar nada, confía y tiene fe en Jesús.
El resultado es que Simón, Santiago y Juan han capturado gran cantidad de peces que las redes se empiezan a romper. Hay tantos animalitos que tienen que llamar a más pescadores para que les ayuden.
Simón queda estupefacto. Se siente humilde. Y, al igual que Isaías, cae de rodillas ante Jesús y exclama:
“¡Apártate de mí, Señor, porque soy un pecador!”
Simón Pedro sabe muy bien que está ante un milagro, frente a algo que él mismo no puede explicar mas que por una razón fuera de los normal. y sabe muy bien que es Jesús quien lo ha efectuado. ya no lo llama “Maestro”, sino “Señor”.
Y ahora, Jesús le dice:
“No temas; desde ahora serás pescador de hombres”.
Simón Pedro, Santiago y Juan llevaron las barcas a tierra, lo dejaron todo, y lo siguieron.
Jesús nos manda el desafío de seguirlo. Y para poderlo hacer, se necesita que “lo dejemos todo”: las envidias, los vicios, las drogas, las malas compañías, esa relación que te está haciendo daño.
Ahora te toca a ti; revisa tu vida y ve qué te tiene atado para que no puedas seguir a Cristo. Una vez que te des cuenta, déjalo de lado y sigue a Jesús.
La semana pasada Jesús escandalizó a los líderes del pueblo judío al decirles:
“Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo, el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que les voy a dar es mi carne, para que el mundo tenga vida”.
Y comentábamos que esa declaración causó un un terrible furor con los mencionados jefes del pueblo porque no entendían el mensaje que Jesús les estaba dando, y esto era porque el Espíritu Santo –en forma de Sabiduría– no estaba en ellos todavía. Pero todo esto iba a cambiar después de la resurrección de nuestro Señor. Mientras tanto, la duda y la ignorancia seguían.
Pero hoy, el Evangelio nos dice que la duda llegó hasta el mismísimo centro de los seguidores de Jesús cuando les dijo:
“Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida”.
Muchos de los seguidores se enojaron con él. Empezaron a murmurar y hasta tratar de amonestarlo: “Ese modo de hablar es intolerable, ¿quién puede admitir eso?“. Y una gran cantidad de ellos se echaron para atrás y ya no querían andar con él.
¿Piensas que esto entristeció a Jesús? ¿Crees tu que nuestro Señor se destrozó por esta pérdida? Dice la lectura que, en efecto, Jesús sabía desde el principio quienes no creían y quién lo había de traicionar. Pero la clave era que el Espíritu Santo aún no habitaba en los corazones de los incrédulos. Incluso después de la resurrección, muchos de ellos no tendrían la oportunidad de refrendarse con Jesús, a pesar de todos los acontecimientos venideros.
Volviendo al relato inicial, después del éxodo masivo de los seguidores, Jesús les preguntó directamente a los doce discípulos –los primeros elegidos:
“¿También ustedes quieren dejarme?”
Y Pedro respondió de la manera más humilde, más sencilla, y más humana:
“Señor, ¿a quién iremos? Tu tienes palabras de vida eterna; y nosotros creemos y sabemos que tu eres el Santo de Dios”.
Pedro, en su humildad humana, con el corazón humano, con el espíritu humano, reconoce a Jesús como el verdadero Santo de Dios. Esto sale directamente de su alma, de su ser.
Así es, nuestra alma sin la presencia de Dios Padre, Dios Hijo, o Dios Espíritu Santo, ¿a quién irá?
Este es el 7o Domingo de Pascua, y este año estamos recordando a dos personajes del tiempo de Jesús que son parte esencial de la Iglesia de nuestros días: San Matías y Judas Iscariote.
Judas fue uno de los 12 apóstoles originales de Jesús, y de acuerdo a muchos estudiosos, se convirtió en discípulos no por amor, sino por creer que Jesús era el verdadero libertador del pueblo Israelí del yugo romano, y que tal vez él podría ser un héroe de este movimiento. Así, cuando Judas comenzó a darse cuenta de que el mensaje de Jesús era de paz, de amor y de bondad, se sintió sumamente decepcionado, y su resentimiento hacia Jesús y los otros apóstoles fue creciendo poco a poco.
Llegó un momento en que Judas fue ante el sanedrín y ofreció entregarles a Jesús por 30 monedas de plata. Cuando cometió el terrible acto y Jesús fue crucificado, el Iscariote sintió el más profundo de los dolores de su alma y corazón, trató de regresar el dinero a los miembros del sanedrín y se los aventó al piso; luego, y lleno de amargura fue y se suicidó, ahorcándose en un árbol.
Ya no eran los 12 apóstoles, sino once.
En la primera lectura escuchamos que Pedro, después de todos los acontecimientos de la Pasión y Resurrección, reúne a todos los hermanos y seguidores de Jesús y les recuerda que la visión original del grupo era de 12 personas, y por lo tanto necesitan agregar a uno más para cubrir el puesto vacante:
“Hace falta, por tanto, que uno se asocie a nosotros como testigo de la resurrección de Jesús, uno que sea de los que nos acompañaron mientras convivió con nosotros el Señor Jesús, desde que Juan bautizaba hasta el día de la ascensión”.
El grupo recomendó a dos: José Barsabá, apodado el Justo, y a Matías. Luego, todos su pusieron a orar así:
“Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muestra a cuál de estos dos has elegido para desempeñar este ministerio y apostolado, del que Judas desertó para irse a propio lugar”.
Echaron suertes, y el elegido fue Matías, quien se convirtió en el último de los doce.Así, la elección de Matías marcó el proceso de elección de cardenales y finalmente del Papa para la Iglesia Católica: oración para obtener sabiduría, y después elección.
Pero Matías no fue un apóstol “de relleno“, sólo para llenar una posición. Su trabajo lo llevó a Asia Central, y, de acuerdo a muchos otros estudios, llegó a ir hasta África, a la región de lo que hoy es Etiopía, y llegó a predicar entre “salvajes” y hasta caníbales.
La visión de Judas fue cegada por su ambición y la codicia, y cuando no se le cumplieron sus caprichos, cometió el más grave acto de traición. En este día recordemos que tenemos que ser muy fuertes para mantener nuestra mente y corazón cerca de Dios, para no permitir que la duda, la mentira, la envidia y el engaño siembren la cizaña que, al final, nos hagan traicionar al amor perfecto que tiene Nuestro Señor para todos nosotros.
“No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que El Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros”.
Vayan y den fruto. Dar testimonio y llevar el mensaje. La palabra de Jesús es tan importante y tan trascendental que estamos en el Siglo XXI y todavía tenemos dudas de qué significa realmente el amarse los unos a los otros. Todavía no logramos ayudar al prójimo. Todavía existe la violencia, el abandono, la muerte.
¿Acaso es tan complicado el mensaje de Jesús?
“Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros”
Vayan y den fruto. En la primera lectura, escuchamos un interesante pasaje del libro de los Hechos de los Apóstoles:
“En aquel tiempo, Pedro fue a la casa del oficial Cornelio, y éste le salió al encuentro y se postró ante él en señal de adoración. Pedro lo levantó y le dijo: ´Ponte de pie, pues son’y un hombre como tú´. Luego añadió: ´Ahora caigo en cuenta de que Dios no hace distinción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que fuere´”.
Este pasaje es tan importante, pues es el reconocimiento de la Iglesia no sólo para el pueblo Judío, sino que es una bendición para todos. Pedro también manda un mensaje a todas las generaciones de que la Iglesia está constituida por hombres y mujeres, con nuestros defectos y virtudes, para servirnos los unos a los otros.
Cornelio no es un personaje cualquiera, es un oficial romano, no un soldado, sino alguien con un alto rango y poder. Él ha llamado a Pedro para que le salve la vida a su criado, que está muriendo, pues ha seguido de cerca todos los acontecimientos de la vida de Jesús y sus seguidores. Cornelio es el primer no-judío que se convierte a la naciente religión del Cristianismo.
Esto no quiere decir que los romanos, siguiendo el ejemplo de este oficial, se convertirían de inmediato. No, pues pasarán más de 300 años y miles de muertes de los primeros cristianos por parte del pueblo y los gobernantes de Roma, para que Constantino –el emperador– declare a la Cristiandad como la religión oficial del Imperio Romano, y a los católicos como el grupo organizador.
Los Hechos de los Apóstoles es uno de los últimos libros de la Biblia y el cual contiene las narraciones de lo que hicieron los apóstoles de Jesús después de su muerte y resurrección. Ellos no se quedaron callados y solamente en el área de Israel. Comenzaron a predicar hasta tierras muy lejanas (Pedro llegó a ir hasta Roma, donde murió, y Tomás, el incrédulo, fundo muchas comunidades en Asia, hasta llegar a la India, en donde murió) y todos, excepto Juan, tuvieron muertes violentas por la causa de la Palabra.
Pero ellos en verdad caminaron, fueron, vivieron y sufrieron, y dieron fruto.
Tal vez es hora, de que pongamos atención y sigamos su ejemplo.
Este año, el relato de la Transfiguración de Jesús viene más temprano que en ocasiones anteriores.
Hemos hablado de este tema en otras oportunidades, pero hoy tiene singular importancia porque ocurre durante la Cuaresma y, aunque el mensaje es el mismo, siempre encontramos algo nuevo que nos da fortaleza.
Sabemos que después de que el rostro y las vestiduras de Jesús se vuelven “más blancos que la nieve”, el Hijo de Dios se aparece con Elías y Moisés a sus lados, y en ese momento se escucha una fuerte voz desde el cielo que dice: “Este es mi Hijo Amado; escúchenlo”.
El mensaje de esta poderosa voz –la Voz de Dios– no es sólo para a Pedro, Santiago y Juan, los apóstoles que acompañaban a Jesús en el monte, sino que es para toda la humanidad en todos los tiempos: “Escúchenlo”.
El mensaje del Evangelio de hoy es muy sencillo: servir a los demás. La semana pasada escuchábamos cómo Jesús, en una de sus primeras obras en público, al visitar una sinagoga expulsaba al demonio que se había apoderado de un pobre hombre.
Dicho demonio reconoció a Jesús quien con autoridad le ordenó que dejara al hombre y no dijera quién era Él.
Hoy escuchamos que, al salir Jesús de la sinagoga, le llevaron todavía más enfermos y poseídos para que los curara: “Le llevaron a todos los enfermos y poseídos por el demonio, y todo el pueblo se apiñó junto a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó a muchos demonios, pero no dejó que los demonios hablaran porque sabían quién era Él“.
Lo más interesante de este relato, es que entre los enfermos que le llevaron se encontraba la esposa de Simón Pedro quien “estaba en cama, con fiebre“.
Dice la escritura: “Él –Jesús– se le acercó, y tomándola de la mano, la levantó. En ese momento se le quitó la fiebre y se puso a servirles“.
Este es el momento más importante del día: ¿Quieres ser servidor de Cristo? ¡Levántate y comienza a servir a los demás!
Como lo dijo un gran Santo, el Dr. Martin Luther King Jr. en su discurso “The Drum Major Instinct”:
“Y quiero que puedas decir ese día que sí hiciste lo posible por vestir a los que estaban desnudos. Que si hiciste lo posible por visitar a los que están en prisión. Que si hiciste lo posible por amar y servir a la humanidad”.
Simples valores universales, más allá de toda religión y de todo tiempo, pasador por Jesús a todas las generaciones.
Este es el día del llamado de Dios a nuestros corazones. ¿Cuántas veces lo hemos escuchado y cuántas veces lo hemos ignorado? Pero también, ¿cuántas veces lo hemos atendido y hecho su voluntad?
Ponerse al servicio de los demás es difícil, definitivamente no es algo fácil o a lo que estamos acostumbrados. En la actualidad, existe la cultura de la individualidad, del poder hacer todo yo solo, pues no necesito a los demás.
Y cuando alguien nos pide ayuda, muchas veces simplemente los ignoramos y seguimos con nuestras vidas.
A mí me ha pasado: Yo vivo en el Noreste de los Estados Unidos, y recientemente tuvimos una gran tormenta que cubrió calles y vehículos. Uno adquiere astucia y sabe que, durante la tormenta, la nieve es muy ligera, casi como harina y es más fácil de apalear. Así que, durante la tormenta, es conveniente salir varias veces a pasar la pala y quitar la nieve, aunque eso significa que en unos instantes volverá a cubrirse el camino.
Pero hay una ventaja en esto: así se evita la acumulación. Pero además, se evita que se forme hielo por debajo de las capas ligeras. Una vez que la nieve se endurece, hay que hacer más esfuerzo para romperla, y se vuelve pesada y es ahí que ocurren las lesiones.
Cuando terminé por tercera vez de limpiar mi cochera, quedé muy complacido conmigo mismo pues iba a poder sacar my auto sin problemas. Fue un trabajo duro, pero había valido la pena. Volteé a mi alrededor y vi a las decenas de autos cubiertos por la nieve, atrapados por las murallas que hacen las palas limpiadoras de las calles.
Al día siguiente, estuve disfrutando de un merecido descanso, pues la universidad donde trabajo canceló el día porque el personal de limpieza no podía tener listas las instalaciones para los empleados. ¡Ah! A disfrutar del día.
Me asomé a la ventana y vi mi cochera limpia, con la nieve endurecida a los lados. Luego vi a los vecinos, raspando el hielo sobre sus coches y aceras, maldiciendo el duro trabajo que estaban teniendo. Una mujer le reclamaba a su pareja el no haber limpiado antes la nieve cuando estaba ligera.
¡Por flojos! fue mi reacción.
Luego, vi a mi vecino de enfrente. Su cochera es muy larga, como de unos 30 pies (10m) y su auto estaba hasta el fondo. El pobre hombre estaba luchando solo limpiando poco a poco, clavando la pala con fuerza y esforzándose para levantar la placa pesada de hielo. Tomaba un respiro, y luego otra vez la pala. ¡Mmh! Fue lo que me dije a mi mismo.
Avance con ciertos trabajos que estaba haciendo en línea, y muy contento porque los había terminado, me fui a mi recámara a leer un poco y escuchar música. Pero algo no me dejaba escuchar bien: era el sonido de la pala de mi vecino otra vez encajándose en el hielo, quebrándolo, y botándolo a los lados. Después de eso, tomar otro respiro.
Y no llevaba ni la mitad del camino limpio.
¿No es este un llamado a ayudar a mi prójimo? Me pregunté. Encontré fácilmente 5 excusas para ignorarlo: “por qué no limpió él antes, como yo; ya tome una ducha caliente esta mañana y si salgo me puedo enfermar –estábamos a 10 grados Fahrenheit o casi 15 celsius bajo cero–; me duele la espalda; hoy quiero aprovechar el día libre y aprender unas nuevas técnicas de diseño y programación; y, finalmente, quiero descansar”.
Todas estas son excusas válidas, que en cualquier corte moral me hubieran salvado.
Pero no escuche el llamado. Lo ignoré. Al recostarme para descansar mi malograda espalda y tratar de tomar una siesta mañanera, no pude dormir por el incesante apalear de mi vecino.
En la primera lectura de hoy, Samuel –viviendo en el mismo templo donde se encontraba el Arca de la Alianza– es despertado tres veces por una voz que lo llamaba. Pensando que se trataba de Elí, el sacerdote principal del templo, va las tres veces a despertarlo preguntando: “Aquí estoy, ¿Para qué me has llamado?”.
En la tercera ocasión, Elí comprende que es Dios quien le está hablando a Samuel, y le dice:
“Ve a acostarte, y si te llama alguien respóndele: ´Habla Señor; tu siervo te escucha´”.
Samuel se acostó, y al oír de nuevo la voz que le llamaba, respondió con sinceridad: “Habla Señor; tu siervo te escucha”.
Me paré de un salto cuando no escuché mas a mi vecino apalear. Al ver por la ventana, lo vi casi llegando a su auto. Me decidí a salir con mi pala y ayudarlo, aunque sea un poco. Al vestirme con el pesado abrigo, ponerme las botas de nieve, gorro, y guantes… sonó el teléfono. El la compañía de mi auto recordándome que tuviera cuidado con los caminos por la nieve y el hielo, y que estaba listos para recibirme en caso de cualquier servicio.
En el evangelio de hoy, san Juan nos dice cómo este día dos seguidores del Juan el Bautista están hablando con él, cuando Jesús pasa caminando. Juan les dice: Ese es el Cordero de Dios. Los dos discípulos, al escuchar estas palabras, no dudaron –ni se acostaron, ni buscaron excusas– comenzaron a seguir a Jesús. Dejaron la vida con Juan el Bautista y comenzaron a seguir al mesías.
Uno de los dos que lo siguieron era Andrés. Fue corriendo a su casa y encontró a su hermano Simón, y le dijo que había encontrado al “Ungido”. Simón fue corriendo a su encuentro, y cuando Jesús lo vio le dijó:
“Tu eres Simón, hijo de Juan. Tu te llamarás Kefás” (que quiere decir Pedro, es decir, “roca”).
Les agradecí la llamada, y salí corriendo hacia con mi vecino… sólo para verlo feliz, triunfante, y agotado. Pero con la satisfacción de haber “rescatado” él solo a su auto. No gracia a mí, que lo ignoré.
Este domingo es conocido en algunos lugares como el Día de Atar y Desatar. Hace dos semanas escuchábamos a Jesús otorgarle a Pedro el poder de atar y desatar almas por sus acciones aquí en vida.
Pero ahora Jesús nos entrega ese mismo poder a todos… bueno, a casi todos.
“Si tu hermano comete un pecado, ve y amonéstalo a solas. Si te escucha, habrás salvado a tu hermano. Si no te hace caso, hazte acompañar de una o dos personas, para que todo lo que se diga conste por boca de dos o tres testigos. Pero, si ni así te hace caso, díselo a la comunidad; y si ni a la comunidad le hace caso, apártate de él como de a un pagano o de un publicano”.
Jesús nos da tres escalas de autoridad:
A solas con el infractor. Este es el primer paso, y como podemos ver, nos pide que seamos prudentes, pues se trata de algo serio. ¿No ocurre muchas veces que a veces queremos salir corriendo con la primicia del chisme?
Con uno o dos testigos, para que quede claro.
A la comunidad.
Si después de esto no hay resultados, y el infractor quiere seguir en su pecado, pues es hora de retirarnos.
Pero, ¿quiere decir esto que debo convertirme en el policía de mi hermano? ¿tengo yo la autoridad de juzgar?
No es tan sencillo. Imaginemos este caso: Una niña de sólo 15 años se embaraza, y su madre, de tan sólo 30 años, no le llamó la atención. ¿Debemos culpar a la madre por esta situación? ¡Ella misma fue una niña cuando estuvo embarazada! Ella no tenía el conocimiento en ese entonces y muy difícilmente lo tendrá ahora para guiar a su hija.
Si tu tienes el conocimiento, entonces es tu deber juzgar con prudencia la situación. Si eres un científico que sabes que el nuevo químico que se va a agregar a la comida que fabrica tu empresa es nocivo… y no haces nada… entonces eres tú el que se condena. No es el público, aunque digas que es una responsabilidad compartida. ¡Tu eres el que tiene el conocimiento!
Pero, si ni siquiera sabes todos los detalles de la situación e inmediatamente te pones a criticar y a juzgar… entonces también te estás metiendo en problemas.
Todos tenemos nuestras vidas en familia, con amigos, y en el trabajo. Y en todos estos lugares suceden cosas, a veces malas. Sepamos –y pidamos sabiduría para entender– las situaciones y obremos como nos lo pide Jesús, pero siempre con prudencia en el primer paso.
Jesús finaliza el Evangelio con una frase llena de optimismo para esta semana:
“Yo les aseguro también que si dos de ustedes se ponen de acuerdo para pedir algo, sea lo que fuere, mi Padre celestial se lo concederá; pues donde dos o tres se reúnen en mi nombre, ahí estoy yo en medio de ellos”.
1886-1894 — Parte de una serie de pinturas ilustrando la Biblia, por James Tissot. | Located in: Brooklyn Museum. — Image by Brooklyn Museum/Corbis
En los últimos domingos hemos estado escuchando narraciones de Pedro, algunas de ellas sobre cuando es amonestado y otras cuando es exaltado. Justamente la semana pasada escuchábamos cómo Jesús le entrega la llaves del cielo; pero ahora, Pedro va a ser regañado como pocas veces lo hemos escuchado.
Resulta que Jesús les dice a sus discípulos que tiene que ir a Jerusalén para sufrir y morir a manos de los ancianos y los sumos sacerdotes, pero que resucitará tres días después. Si nos imaginamos esta narración, podremos ver a los apóstoles sumamente confundidos, pues su líder, del que algunos aún no lo ven como hijo de Dios, les está diciendo que va a morir, y de una manera terrible. Duda, confusión, miedo, y hasta incredulidad debe estar pasando por la mente de ellos.
Pero es Pedro el que habla y, dirigiéndose a Jesús, le dice: “No lo permita Dios, Señor. Eso no te puede suceder a ti“.
Muy sencillas palabras, llenas de inocencia y tal vez hasta dulzura. Es por eso que extraña la reacción de Jesús respondiéndole:
“Apártate de mi Satanás, y no intentes hacerme tropezar en mi camino, porque tu modo de pensar no es el de Dios, sino el de los hombres”.
¡Qué sorpresa para Pedro! ¡Escuchar a su Señor referirse a él como Satanás! No cabe duda de que sería fácil para Pedro renunciar a su posición después de esto, pues no es la primera vez que se siente menospreciado hasta humillado.
Pero Pedro no renuncia. Toma la humillación y se traga su orgullo. Y lo hace frente a los otros discípulos, quienes lo han visto como su soporte, como el segundo después de Jesús.
Jesús continua:
“El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que tome su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí, la encontrará. ¿De qué le sirve a uno ganar el mundo entero, si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar uno a cambio para recobrarla?”
Tomar nuestra cruz. En la primera lectura de hoy, el profeta Jeremías nos dice que él estuvo a punto de renunciar al llamado de Dios, pues era constantemente humillado, fue convertido en objeto de burla y hasta de violencia. Pero al final, se mantuvo firme, pues aceptó su cruz y continuó su prédica contra todo lo malo de su mundo.
Así, Jesús nos dice que tomemos nuestra cruz, que con valentía superemos los miedos de vivir una vida para Dios. Esto no significa martirio sin razón; al contrario, quiere decir no temer a vivir por Dios, por su Palabra, no por el modo de pensar humano.
No nos dejemos llevar por las modas, por el dinero, por el orgullo. Esos son los elementos que nosotros los hombres y mujeres creamos y contra los que debemos luchar, aunque se burlen de nosotros.
Porque no es fácil renunciar a ellos, pues son tan arraigados a nuestra vida. El deshacernos de ellos como nuestros amos es lo difícil, porque conlleva burlas de los demás, humillaciones y murmuraciones. Esas cosas son tan pesadas que se vuelven muy difíciles de llevar.
Tan difíciles como una cruz.
Dios, ciencia, espíritu, tecnología, naturaleza, fé